Friday, February 7, 2025

Viaje de palabras


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Compartí un largo café con Germán A. de la Reza. Me regaló dos libros suyos: Génesis de la supranacionalidad europea y Benedicto T. Medinaceli y el proyecto de confederación latinoamericana de 1862, geográficamente alejados vértices de una vasta erudición. Reservaré el primero para el viaje que espero realizar entre marzo y junio. Lo único planificado son España y Francia. De España, Galicia. Mi peregrinación comenzará en el Finisterre, donde acaba el mundo; de Francia, Lyon, demasiado tiempo que la he negado. Luego al oriente y que hable el tren. A propósito de ello, entre varios temas de común interés, comentamos Europa del Este. Su profundo conocimiento de Rumania me sirvió para quizá delinear algunos pasajes de la aventura por venir. Visitar, por ejemplo, la antigua Tomis, hoy Constanza, en donde murió en exilio el poeta Ovidio, a la vera del mar más hermoso, el Ponto Euxino, mar Negro. No muy alejada ciudad de mi proyecto inicial del delta del Danubio y Braila, en memoria de Panait Istrati. De ahí no podría eludir Izmail y salir a la desembocadura del Dniester, ya en Ucrania, a visitar la fortaleza de Akkerman, a un paso de mi (lo diré en posesivo) magnífica Odesa. No puedo dejar de verla otra vez.

 

Con Germán trashumamos por Chequia, por Suecia, Polonia, hablamos de Belgrado. Volviendo a Rumania mencioné los tártaros de la Dobrudja, Besarabia, Bucovina, siguiendo las inolvidables páginas de Sienkiewicz. Lo de Ovidio salió a razón de esto, estando Tomis en el sur de la región de la Dobrudja. Hacía mucho que no había pensado en Ovidio, posiblemente desde mi última relectura, años ha, de las Memorias de Ehrenburg.

 

Heródoto, Homero, Aquiles, Hécuba, guerreros dacios, licios, lidios, tracios. Etíopes para no enterrar a Memnón.

 

Saltamos a Francia, no sin antes conversar del Asia Central y el tren Transiberiano que no fue dócil para él. Sugerí que el próximo año lo intentaré tomar en Tashkent hasta Vladivostok, si no han conquistado toda Siberia ya los chinos, cuando hundan al pequeño zar en una vasija de vodka. Estepa de Karaganda, bombas nucleares de Semipalatinsk, el bucolismo del jardín de Yefim en Pavlodar.

 

Germán de la Reza vive en México, la ciudad enorme. Mencioné que antes de morir mi padre teníamos el proyecto de hacer un viaje por la revolución, siguiendo la huella de la División del Norte, de Pancho Villa, del espectro de Ambrose Bierce. Comenzaríamos en Ojinaga… La vida, hermana de la muerte, tiene planes propios y nunca pregunta los tuyos. “Y es la hora, oh Poeta, de declinar tu nombre, tu nación y tu raza...”, decía Saint-John Perse. Obliterarlo todo, hasta el olvido.

 

Le agradecí. Se fue hacia el oeste por la avenida América. Recordamos Cochabamba, la vieja; dos cochabambinos acordándose de los turbios ríos del valle, casonas de ayer, blasones, nombres…

 

A mediodía no hay aves que canten, solo piar de automóviles. Humos de distintos tonos, petróleos, bencinas, gasolinas. Frituras que acechan desde muy corta distancia en el cielo. No me escondo del sol porque hay árboles cortados, veredas de espeluznante vacío. Gritan las grullas del delta, aseguran que aparecen lobos al nacer la luna, bajo profundo el tono del jefe de la manada. No, son solitarios, se esconden en el bosque, en medio de ruinas medievales.

 

Valaquia al costado. Miguel el Bravo. Imagino su ejército en las playas de Edirne sabiendo que enfrente late el corazón del imperio enemigo. Estuve en Estambul y pensé lo mismo, desde la otra orilla, siete años atrás. Rojo extremo el puente sobre el Bósforo. Luego oscuridad hasta aterrizar en el modesto aeropuerto de Odesa y sentir de inmediato pulular alrededor los personajes de Isaak E. Bábel.

 

Pensaba penetrar en Ucrania por el norte, de Wroclaw a Lviv. Ahora imagino también la opción del sur, la de Rumania según dije, e ir trepando. Tengo que pasear por Kamenyets; para mí nunca terminó 1672 (espero no equivocarme), y el sitio que los turcos pusieron a la ciudad. Fue la primera vez que leí acerca de Juan III Sobieski, el vencedor, una década adelante, de los otomanos a puertas de Viena. Europa se salvó entonces. Hoy a Kursk ha retornado la horda, siglos después.

 

Es impresionante cuánto puede contener una taza de café si el interlocutor es adecuado. Ahí estábamos, en esta ya no tan pequeña villa deleznable, conversando acerca de los partisanos yugoslavos, de las disidencias que asomaron. Pensé, sin mencionarlo, en Milovan Djilas de quien leí su más famoso libro, no sé si el único, en asuetos universitarios, cuando todos eran marxistas camino a convertirse en marxistos y lo que conviniera luego. De pronto hablaban de Kropotkin, de las comunas aragonesas…

 

Hoy me enteré que en una gran empresa de acá había habido grandes desfalcos. A manos de otrora militantes del partido comunista, moscovita y chino. Trotskistas de bufete y corbata, agua de colonia francesa encima del sudor local. Una señora vende atados de limón a cinco bolivianos. Su nieta, dulces a cincuenta centavos. Si no me compras, casero, regalame una moneda. Viva la revolución cultural, vivan los awayos coreanos salidos de la maquila, la Pachamama ni cuenta se ha de dar. A meterle nomás.

 

Digresiones producto del asco. Cuánta literatura ha salido del enojo, del esputo vómito. De niño paseaba por los cerros. Paséate ahora y terminarás quemado vivo, ahorcado. Vino la antropofagia a manos de gringos que azuzaron los errores de la historia. De curas y santones seudorevolucionarios. De parodias de indios. Pura paja interesada.

 

Bueno, estaba en un barco mínimo entre juncos espesos que dividen Rumania de Ucrania. Siempre hay el riesgo de misiles. Se muere también de ellos como de resfrío. Un sonoro estornudo y vamos buscando monedas para pagarle al barquero. Me pregunto si aceptará estas plurinacionales o en el mundo de la ficción ya no cuentan óbolos de ninguna clase.

 

Albañiles tejen alambres a la luz de un farol. Martín Fierro se pone a cantar en el fogón. Grandes gaitas de madera búlgara, esgrimen pasos de baile. William Butler Yeats: “Que pueda seguir oyendo cosas comunes y ansiosas”. Ojalá que sí.

 

Salta el agua por encima de los peces, plateados ambos, color de escarcha, de cuchillas afiladas. Diga, maestro, si esta barca me puede acercar a Tiraspol. Deseo oír a los gitanos.

06/02/2025

 

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Imagen: Panait Istrati

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