Monday, March 24, 2025

Texto tallado en piedra


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Mar para alguien que no es marino sino roca montaña. He leído a Melville, claro, y el naufragio de Dickens en David Copperfield, Daniel Defoe e historias de piratas. El viaje del Beagle, abrazadores hielos del Endurance, Joseph Conrad, hasta a Theodore Roosevelt adentrándose en el Río de la Duda. Aguas. Alexandre Olivier Exquemelin. Francis Drake y Henry Morgan; Blas de Lezo y Juan de la Cosa coscorosa, niño bonito con pajarito…

 

Río de la Duda, cauces que conllevan al fracaso, la locura, la muerte. Tribus zombies rastrillan la floresta buscando carne de hombre. De ahí el salto a tierra arrasada. Mismos tonos, estupefacciones, palabras inauditas como combo de herrero, verbo con mortal estruendo de obús. Dirán literatura, los que saben; más bien amagos de mundos paralelos en el diario convivir del hoy, cuando algún puntiagudo vértice del otro lado perfora el frágil diapasón y permite el ingreso de homúnculos del mal expandiéndose por los camastros de bellas mujeres dormidas. Infierno de los polemistas, que no callan la boca ni en el momento en que las llamas alcanzan sus extremidades. Oscura la visión de Giordano Bruno aquella noche de Roma, andada, sospechada por todas las horas que durara la luna de octubre; corría despiadada la Medusa de Caravaggio, o era él yo tirándose en el Tíber, hastiado de equivocarse con cada serpiente del cerebro pensando por separado. Arco de triunfo, de Tito y de Septimio Severo. Tanta piedra para nada, inútiles grabados de glorias efímeras como una mañana, fotografías de ancianos agoreros de tinieblas. Tenebra, el miedo, la noche se asusta del lunes y se esconde, tiene rostro de sílfide y dientes de león. Aguarda detrás de ese que parece olivo ruso, gris tirando a verde, dicen que vinieron ¿quiénes?: homúnculos fabricados en caoba con máscaras portuguesas. Devoraron cuellos finos de artistas que contemplaban el mar. El rugido les impidió darse cuenta. Un faro caía en el fin del mundo. El de Verne sobre Isla Desolación. Ahora vienen por mí, a pesar de postigos de hierro. Quise escribir un verso más triste que el de Sergio Esenin. Abedules de la taiga. Extraños mamíferos de cuernos múltiples y curvados en los pastos. Qué hacer, qué decir. Un grito en esta penumbra jamás llegará a una estrella. “Sobre tus sienes gotea un oscuro rocío, el último oro de las estrellas extinguidas”. Georg Trakl.

 

Cansino, veintitrés pasos hasta el colchón. Menos de un año atrás gemía allí, de espalda rota y corazón sano. Se vino lo opuesto, danzando con trapos de saltimbanqui, susurro burlón. Tenso la espalda ante un haz de luz, poco tengo de perro-hombre, de lobizón aullador. No me veo acechando en las esquinas, bestia que muere de vieja, terrible muerte de bestia, sin sangre ni serpentinas, ni truenos que anuncien furor. Suave, intrascendente, aburrida, la muerte de un actor.

 

Mal enterradas pupilas parecen lunas cluecas.

24/03/2025

 

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Imagen: Caravaggio

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