Monday, February 28, 2011

Aly, entre David Bowie y Jackson Pollock/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A los tres años vestía casi exclusivamente de rojo. Cuando la esperaba, en la subida de Villa Moscú, bajaba del bus y le preguntaba cómo le había ido en la escuela y respondía en su ya sofisticado inglés: "terrible". En realidad le gustaba ir a clases, adoraba a su maestra, pero su respuesta escondía una traviesa e inteligente sonrisa que afirmaba su personalidad.

Alternancias de sol y luna; Alicia, mi segunda hija, creció. A los nueve años se agacha sobre el papel, con un pedazo de tela y comienza a frotar los colores que ha pintado, esparciéndolos en tonalidades diversas por la superficie. Prefiere usar pastel al óleo, aunque carbón y tiza también la atraen. Pinta abstracto. Interpreta su experiencia de lo real, sumándola a lo onírico. Un objeto puede ser susceptible de modificarse, transformarse, corromperse en retrato. Aunque parezca fácil, cuesta más llegar al suprematismo ruso de los años veinte que al realismo socialista.

Caminamos juntos en medio de los expresionistas abstractos norteamericanos. Aly, sobrenombre hecho nombre por su decisión, prefiere el Bonnard primerizo, la divierten los hinchados personajes de Botero y asocia su arte al de Jackson Pollock, pero se hermana más con Franz Kline o con Mark Rothko sin perder un toque personal que no la incluye en otra escuela que la suya.

Ante mí, en mixed media, en 21 por 27 centímetros, una obra maestra: una figura amarilla, con líneas verdes horizontales, se eleva en espacio verde y pincelazos blancos. El amarillo no logra sobrepasar al verde y se detiene unos milímetros antes. El total incrustado en otro espacio naranja con arabescos negros que forma cúpula y base del cuadro. Ininteligible, pensarán, pero un universo de implicaciones y sensaciones. Explicar si es flor o mar interior o flora intestinal, o el mareo que sobreviene al pararse de pronto luego de estar recostado: todo y nada, delirio de posibilidades.

Si le dieran un lugar a vivir se quedaría en el Amazonas. Araras y monos pigmeos dentro de la floresta, que vista en distancia no es otra cosa que un gigantesco abstracto donde la artista por fin se siente parte viviente de su arte. Como meterse en el cuadro.

Lleva en sí el eclecticismo de su padre y la contemporaneidad talentosa de su madre. Sus discos conforman una amalgama más o menos coherente que naciendo en los Beatles sigue con Bowie, se expande en Lou Reed y se afirma en Nirvana con interés en los pormenores de la trágica vida de Kurt Cobain.

En Denver, Colorado, quiso ir al concierto de su favorito David Bowie, rey del glamour (glam) rock, suerte de crossdressing o travestismo musical de los años ochenta, donde también se incluye la obra plástica de Andy Warhol. Era la más joven del concierto, apenas nueve años, en medio de una nostálgica -y quizá ofuscada- multitud de casi viejos. La pusieron sobre un alto taburete y David Bowie, un chaquetón rojo cubriéndole su estelar humanidad, reconociendo su pequeña figura, la saludó con la mano. Feliz, sin duda, de eternizarse en sus ojos.
05/08/03

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), agosto 2003

Imagen: Fotografía de Aly Ferrufino-Coqueugniot/Autorretrato con retrato de abuela, Denver, 2010

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