Tuesday, February 21, 2012

El sexo de las piedras/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No es de mi interés dar importancia a las usuales necedades de David Choquehuanca, canciller de la república, y menos a su vanidoso líder, el bienamado, irrepetible, irrenunciable Evo Morales. Sin embargo quiero desglosar parte de sus últimas opiniones porque éstas han desatado ola de crítica y repudio, más bien racista e ignorante.

La afirmación que hace acerca de que para los aymaras las piedras "hasta sexo tienen", aparte de tener "edad", hace referencia -tal vez de manera no muy precisa- a aspectos de la mitología aymara, válidos como los de cualquier otra cultura. Plinio el Viejo, y también Teofrasto, sucesor de Aristóteles en la escuela peripatética, sugerían lo mismo. Lo hizo Teofrasto en su tratado sobre piedras y Plinio creyó hallar "rayas" en las rocas que sugerían su sexo. La ciencia posterior lo ha desmentido, aclarando que posiblemente Plinio trataba como rocas a crustáceos fosilizados.

Son fascinantes las lecturas de Cayo Segundo Plinio en referencia a las piedras. La idea de que el aguamarina, por ejemplo, que era "nacida de la espuma", al ser arrojada al océano adquiría invisibilidad es sugerente. Ni qué hablar de su caracterización de los imanes cuyos colores determinaban su sexo. La humanización del magneto de Esmirne de Etiopía, llamado hematitis, que al ser raspado producía tanto sangre como azafrán es poesía pura. San Isidoro, como Plinio, hallaba cualidades especiales en el rubí y su disponibilidad de sexo propio.

La edad de las piedras nos refiere a un mundo anterior a la conquista, a una primera creación, donde Apu Kollana Awqi modelara al hombre en piedra y le insuflara vida soplándole agua encima. Este hombre de piedra sería destruido en una posterior cosmogonía quedando, sin embargo, su recuerdo como ancestro primigenio. En Chile, región adyacente de la cultura aymara, todavía se habla de las rocas como "abuelos" y "abuelas" del hombre de hoy. Hay escritores que anotan que la cocción de alimentos en base a rocas calientes, común en el altiplano, en la isla de Chiloé y en el sur magallánico, sería una especie de recordatorio, de interacción con los ancestros perdidos y castigados. La calapurca, guiso aymara de carne o pescado, implicaría un nexo con el pasado, como son los huacas y apachetas en otro contexto, siendo éstas no sólo expresión de la cultura aymara sino tan antiguas como los griegos. En cuanto a la posición del hombre como el último del universo, quisiera entenderlo como otra referencia al génesis de Apu Kollana Awqi, y a la tradición judeo-cristiana también, donde luego de cielos, estrellas, tierra, aguas, plantas, animales, se crea al ser humano, al final.

Que las muchas veces absurdas opiniones del canciller no ofusquen la razón, ni se confunda una cultura con un par de sus representantes.
7/10/07

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Publicado en Opinión (Cochabamba), octubre, 2007

Imagen: Apacheta, mojones de caminos, Animita-mojón, Sayhuas. Del Museo de Antropología de Salta.

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