Saturday, February 18, 2012

El submarino amarillo/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En 1968, George Dunning, con guión de Lee Minoff, y por supuesto The Beatles, crearon una obra maestra: Yellow Submarine, película animada que plasmaba las ilusiones de una generación pacífica, inmersa en la que parecía la peor época con la Guerra Fría, Vietnam y más.

De sencillo argumento, retoma la eterna cuestión del Bien y el Mal. Un grupo de músicos que navega en un submarino amarillo por océanos sicodélicos, recibe lecciones filosofales de un extraño ser perdido en la nada, remoza el amor, y encuentra que la música es la única posibilidad de combatir a los “malos” que se han adueñado del mundo. Lírica en el sentido de creer que el sueño y la bondad bastan como armas de creación de un espacio nuevo, queda como un hito de la juventud de las flores. Contestatarios del capitalismo, indagadores de la diversidad y rebeldes al atacar las bases del status quo, que prontamente los engulló -vale decirlo-, carecieron de una plataforma común que habría resultado quizá en oferta de alternativas. Entonces perecieron, a pesar de su innegable herencia, más a medida que adelantamos, hoy. En su momento levantaron las manos, el movimiento se desvirtuó, tomó caminos extraños, a veces fieles al original. Desde Altamont, en el concierto de los Stones, donde comienza la caída, hasta el último disco de los cuatro de Liverpool con la lapidaria Let it Be, vimos hundirse de a poco aquel sumergible, con el Sargento Pimienta y su bagaje de ritmos e instrumentos. Y con ellos todos.

Parece, sin embargo, que los malos sobrevivieron a la derrota y reconstruyeron su hábitat hasta hacerlo gigantesco e indestructible. El error radica en pensar en esas fatales dualidades: blanco y negro, buenos y malos bolivianos, según instauró el régimen de García Meza-Arce Gómez, o estás conmigo o contra mí. Las cosas no son tales, aunque lo parezcan a simple vista. Las sociedades y los individuos son complejos y la dinámica de la historia cambia la percepción de las cosas. En los sesenta, cuando la nave colorida surcaba mares verdes y había una lovely Rita para inventar el amor, el uso de droga, narcóticos, alucinógenos se presentaba como manera de oponerse al poder, a lo establecido e injusto. No pensaron entonces que detrás de ellos medraba el germen de lo que hoy es el instrumento más capitalista y más globalizador de la historia: el narcotráfico. La sociedad de consumo acepta los embates en contra, aguanta firme mientras diseña estrategias para aprovechar en beneficio propio esa energía empleada en combatirla. Los iconos muertos están, bien por ellos, y su obra es descalificada por el empleo que se hace de ella. Programas de derecha ponen en los intervalos canciones de The Doors. No paradoja, realidad.

No existen paraísos, así lo pregonen ayatolas, frailes o amautas. Ni jardines del Edén donde razas privilegiadas reinarán, imponiendo a las demás la genialidad de su pensamiento, lo virgen de su pureza, la sabiduría que les viene de antaño y directamente de alguna divinidad. El mestizaje representa al planeta, en todos los aspectos, contradictorio, y el ideal de un submarino amarillo desde donde vendrá la redención es falso, por bello que sea. El Summer of Love nunca fue en sí alternativa. Solo respiro, efímero alivio mientras la sociedad y el género humano estudian los desafíos siempre nuevos y novedosos. Con ello hay que aprender a vivir, sin perder perspectiva de la existencia del otro, ora bueno, ora no, y saber cuándo combatirlo con ganas y cuándo adecuarlo. Lo idílico del mensaje del Submarino amarillo conlleva peligro. Creer en la retórica de quienes dicen tener la verdad empuja al fin. Hay que pensar, analizar, y el color es engañoso: azules eran los Malos a los que combatía la banda del Sgt. Pepper, azules también los Avatares.
16/02/12

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 17/02/2012

Imagen: Yellow Submarine

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