Sunday, February 10, 2013

Dramas de modernidad


Cada momento sirve para aprender algo nuevo, y saber que la tendencia a depender más y más de los avances tecnológicos nos lleva por una ruta a veces luminosa, a ratos oscura. Hoy me enseñaron una “aplicación” en la que se hace al teléfono “escuchar” la radio y en instantes tener todos los datos de cualquier música registrada, autor, grupo que la interpreta, año. Se acabó aquello de “tocaban una canción por la radio tan hermosa de la que nunca supe su nombre”. Esa melancolía entre angustiosa y conformista terminó; quedan pocos secretos.

Bien por un lado, porque la investigación se facilita y los instrumentos de que disponen las personas supuestamente las hace eficientes. Por el otro, el drama de cuando ese acceso está vetado por fallas técnicas, traslados, citas y horarios que obligan a aguardar. De pronto nos hallamos desnudos ante un mundo tan sofisticado que sin las máquinas que nos ayudan o hacen cosas por nosotros, hemos vuelto a las cavernas.

Nos trasladamos de departamento. Cierto que es bastante sencillo arreglar todo con una llamada y un dependiente que sepa trabajar a tiempo de transferir líneas telefónicas, Internet, cable; el problema aparece cuando por alguna razón esas conexiones no se pueden realizar, no de inmediato, como ha sucedido ahora. De joven, recuerdo, que no me escribiera alguien agrandaba la esperanza. Sabía que el correo tardaría una semana, más si un feriado se cruzaba por ahí. La inexistencia de celulares me llevaba en peregrinación por la ciudad buscando una cabina habilitada. De no hallarla era a dormir. Triste, claro, pero sin la sensación de abandono que hoy me atosiga al haberme desconectado del mundo. 

De pronto, en un país angloparlante que no se interesa por lo que sucede al sur, no tengo dónde informarme de si murió el magnate de Caracas o no, de si el malhadado Evo ya se lanzó con sus huestes luminoso-guerreras a la conquista del mar donde se ahogará la mitad de su ejército, o cosas de mayor importancia. El Times se centra en el Medioriente, en los problemas financieros europeos, etc. Saldré al trabajo sin saber si el espacio en que me encuentro es el mismo de ayer, y eso me da un no se qué como las callecitas de Buenos Aires.

Me dicen que un técnico vendrá el jueves. A esta altura de la vida se me imagina un mesías, un profeta. En su accionar de pinzas y aparatos lo contemplaré con el aura de las mil vírgenes que invoca Chávez, el mayor cristiano que jamás pisó el planeta, besando crucifijos con carnosos labios caribeños. Será ese el juego de la divinidad: a unos los conquista por miedo, a otros por necesidad. Tráiganme un crucifijo, si viene acompañado del Internet.
5/2/13

Publicado en Séptimo Día (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 10/02/2013

Imagen: Alien Jesus

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