Fue en Tolstoi, creo, de niño, que aprendí de los chechenos.
Tomaría tiempo distinguir en la vastedad de Rusia quiénes eran quiénes, dejar
de confundir calmucos con chechenes, azeris con kurdos. Difícil incluso hoy
para el que no ha penetrado esa maraña interminable y en conflicto de etnias,
religiones, divisiones y subdivisiones del otrora imperio; peor en el Cáucaso.
A veces, en lógica macabra por la sangre derramada, se puede pensar que Gengis
Khan tenía razón al construir así un floreciente comercio y relativa
tranquilidad en una región de semejante tamaño e inestabilidad (Pax Mongolica).
Lo imitó Rusia con cierto éxito, y se han hecho en mayor o menor grado historia
colectiva e universal los intentos.
Esa Paz, con mayúscula, nacida en términos ideales luego de
la guerra, parece haber perdido su posibilidad de existir. Estados Unidos ha
sacrificado hombres e ingentes recursos en pacificar lugares que apenas
abandona se revierten a su situación anterior de caos, a pesar que en casos
como el de Iraq, los norteamericanos alteraron una paz sangrienta, pero
funcional, bajo el mandato de Saddam Hussein. El dinero pesa más que la
política.
El conflicto ruso-ucraniano es antiguo. Fue la desgracia de
Ucrania, luego del gran levantamiento cosaco del siglo XVII, que tuvo que mirar
al este para salvaguardar lo conseguido en su epopeya de liberarse de Polonia.
Con el tiempo, los límites divisorios de lo que eran una y otra se
desvanecieron. Ya cuando comencé a leer “literatura rusa”, el hecho de un autor
nacido en Ucrania era simplemente referencial. Gogol.
El nuevo zar, Putin, reclamando derechos históricos, desea
reinstaurar el anacronismo soviético. Empezó por Crimea, lugar al que los
tártaros tienen ligazones mayores a las de los rusos y que están hoy confinados
como minoría. Prosiguen otras regiones de Ucrania. El éxito de sus desmanes
depende con mucho de la situación internacional. Pareciera que el asunto de las
fronteras es tema que con el tiempo se relajará. Lo predijo Robert Kaplan para
los mismos Estados Unidos, Canadá y México. ¿Cuánto ha de pasar para que la
historia desarregle el puzzle y quizá lo vuelva a organizar? No mucho.
Una singularidad del choque armado entre Ucrania y Rusia es
la participación, del lado de esta última, de brigadas islamistas chechenas,
que bajo bandera propia y de acuerdo a su tradición religiosa, aceptan en parte
someterse a las instructivas del ejército nacional para combatir al enemigo
común. Las guerras chechenas fueron crueles; una humeante Grozny es lo mínimo
que se recuerda de las masacres. Los combatientes que no cedieron a las
concesiones rusas terminaron peleando en Afganistán, en Siria, en Iraq. Algunos
en Ucrania al despertarse el nuevo foco, concentrado esta vez contra el causante
de la tragedia del pueblo chechén.
Vuelvo a Tolstoi y a lo incongruente que resulta que
chechenos luchen junto a ucranianos contra rusos, cuando centurias tuvieron a
los europeos combatiéndolos lado a lado. En el soberbio Viaje sentimental de
Shklovski encontramos una confusa batalla de grupos y facciones, decenas de
individuos o centenares en algunos casos, a los que hay que seguir de cerca
para no caer en error, y cuya volubilidad solo añade a una desentrañable
mescolanza. La esencia tribal que todavía perdura, tan visible en las luchas
intestinas mongolas antes de Genkis Khan o del Gran Khan, y contemporáneas
entre los señores de la guerra afganos o sus pares iraquíes.
Nos trasladamos al Islam, al reciente enfrentamiento entre
ISIS y los talibanes. Es tan sutil el asunto que no se puede hablar con
soltura. Mucho de ello pasa desapercibido ante nuestra ignorancia occidental.
Apreciamos de afuera, el espectro general, no comprensible, entre grupos que
semejaban afines. Estamos en la antesala de un terremoto geográfico, religioso,
politico, en todas partes. No verlo así, aferrarse a nacionalismos obsoletos o
a las lecciones de la historia puede ser fatal. El panorama es otro.
20/07/15
_____
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 21/07/2015
Fotografía: Isa Munaev (tercero de la izquierda) con miembros de su batallón en Ucrania
El Cáucaso es un permanente hervidero donde en cualquier momento pueden resurgir viejos odios históricos. Abjasios, osetios, armenios, georgianos, azeríes, tártaros y rusos metiendo sus narices conforman un mosaico volcánico en un territorio bastante reducido. Pasmado me quedé en alguna ocasión cuando vi en un documental una feria dominical de armas en alguna aldea de Chechenia, a la vista de todos los niños. Esta gente parece amar la guerra, decía el comentarista evocando los eternos enfrentamientos, a modo de conclusión. No obstante, esta región tan conflictiva alberga también pueblos, monasterios y bosques de especial belleza, como Georgia y su enigmática cultura, comenzando por su alfabeto que pareciera traído de otros mundos. Saludos.
ReplyDeleteClaro que sí, hermosa región. Los argonautas griegos que buscaban el vellocino de oro se internaron por Georgia. Aún hoy lavan oro con pieles de carnero. El polvo se queda en la lana y luego lo recolectan; seguramente de allí viene la leyenda. Los chechenos siempre fueron un pueblo guerrero. Hoy, ya que hablamos de Ucrania, están peleando en ambos bandos: los irreconciliables, que odian a Rusia, y los partidarios de Kadirov, que la colaboran. Saludos.
Delete