Pues cómo ha
cambiado el mundo. Ahora, en mis cincuentas, ando perdido porque el suelo que
pisaba en mis veintes no existe más. Parafraseando a Nicanor Parra ¿o era
Neruda? diría que “no soy el mismo del año 20”. Por supuesto que no, porque esa
fecha, que traía con dramas propios una vida que en su dureza conllevaba
ideales, no existe más. Y no son, o no solo, los años.
Aclaremos. El
libro icono de Gabriel García Márquez no era en propiedad uno sobre ideales, ni
sobre política a pesar de la historia de cien años dentro de otra historia de
mil días, y otra y otra acumuladas hasta desvanecer las líneas que dividían la
realidad de la ilusión, o el drama del sueño. Pero era algo sólido, el
recuerdo, siendo etéreo como es por lo general. Pero ya no.
Habitamos, dentro
de nuestras tristes, atávicas y pobres prácticas, lo cibernético. La humedad de
la sangre pesa menos que ayer, sin que el retrato del mundo que habitamos haya
mejorado un ápice. Nos hacen creer que sí; nuestros intereses están en el
espacio exterior simbólico, en una nube, no tanto aquí, como si lo dramático
del universo convulso no contara lo suficiente, como si fuera un mal sueño en
medio de la futura felicidad universal.
Digresiones
confusas para alegar que Cien años de
soledad es un libro que debe leerse como documento a la belleza de la vida
plena, plagada de odios, muertes y desaires, donde al menos parece que las
riendas están bajo nuestras manos y que pase lo que pase intentamos no perder
la capacidad del asombro y el goce que nos depara. Páginas-rastros de un mundo
que fue, afirmándolo no con la usual nostalgia que el presente debe al ayer,
sino como manilla salvadora ante una muerte desesperada, acelerada en un mundo
que se ha recreado casi como una
paranoia vil, sin memoria.
03/17
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Publicado en REVISTA CASA DE LAS AMÉRICAS, 06/2017
Publicado en REVISTA CASA DE LAS AMÉRICAS, 06/2017
Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 18/06/2017
Fotografía: Guerra de los Mil Días, Colombia
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