por msostiz (MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ)
Cierta vez me
preguntaron qué me hubiese gustado ser. Pensaron que mi opción de quién, más
que de qué, estaría entre Günter Grass y García Márquez, pero no. Contesté que
platillero en una banda. ¿No lo oyeron? Platillero, haciendo piruetas con los
platos dorados, girándolos entre mis manos como si fuesen mariposas, en la
celebración del Señor del Gran Poder, o del Gran Joder, vamos.
Lo recordé
este amanecer lluvioso -llueve menos que en Macondo- mientras la casetera
tocaba La Motilona, cumbia de Los Alegres Diablos. Chas, chas, que aquí viene
el ritmo, platillo en la cabeza, media vuelta, giro y contragiro, arriba, con
los dedos, igual a los negros basquetbolistas norteamericanos que de la pelota
hacen un mundo que da vueltas sin parar. (Sigue, en el blog
de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Lo coq en fer, aquí enlazado)
Ese golpe
(golpazo) de platillos que pone en marcha el cortejo, la entrada... en mi caso
una diablada de papel, trasladada de Oruro a La Paz, pero con sus Chinas Supay
de reglamento, sus diablos, sus pecados capitales y virtudes, su san Miguel, su
banda de bombos, tubas, trompetería y platillos, todos mediados, baldados...
¡Platillazo! ¡Tuba!... si como escritor no arriesgas a cada intento o no
intentas caminos nuevos, estás perdido.
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De
VIVIRDEBUENAGANA (blog de Miguel Sánchez-Ostiz), 08/06/2017
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