Febrero de 1989.
Invierno. Las hileras de camiones en el mercado esperan las frutas, los
vegetales. La ciudad duerme.
Estoy entre
trabajadores negros. Trato de ser amable y encuentro miradas hoscas. No
entiendo su dialecto…
Mi capataz, un
negro de cincuenta y voz profunda, no me quiere. Se llama Joe Day y más
adelante seremos amigos. Ahora me intimida con dos largos cuchillos e insultos
que reparte. Pero es divertido, los negros lo son. Amenazan, muestran navajas,
mentan madres y después ríen.
Las cajas de
broccoli, con hielo, me congelan los dedos. Un calentador a diesel, al lado de
Joe Day, bota llamas para secarnos. El nombre de la noche es frío.
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Publicado en
OPINIÓN (Cochabamba), 05/09/1991
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