Tuesday, October 24, 2017

Un día con mexicanos/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cambio de llantas y cambio de frenos. Las cosas se gastan, no son eternas como los presidentes. Ni rebuznan como tales.

Aurora amanece frío, nublado igual al lago de Corani aunque no tan húmedo. Va mejorando, sale el sol. Aprovecho para salir a arreglar el auto.

Mi padre siempre decía, hablando de los Estados Unidos, que agradecía a dios -un decir para un descreído- por los mexicanos. Lo explico. Resulta que son hábiles, llenos de recursos. Ante el despilfarro de partes, piezas, del norteamericano, encuentran soluciones aprendidas de la pobreza para todo. No es que el estadounidense no lo haga, pero la sociedad rica se ha sofisticado tanto que ya no se practica. Y esa situación ideal, la época de oro que sucedió a la II Guerra Mundial, se extingue, dejando atrás generaciones que crecieron en el mimo, que creyeron en las posibilidades infinitas del dinero, que hacen cada vez menos.  

Una puerta rota puede ser reparada, no cambiada; cualquier otra cosa lo mismo. Eso va en beneficio del consumidor y ayuda a crear un vínculo superviviente entre nosotros, minorías. Lo hacen los chinos, con éxito. Es a la vez manera de defenderse y de crecer sin olvidar el pasado. Lo ideal sería sin atisbo de nacionalismos pero es difícil dado el fuerte sentido racial y de territorio que nos asocia, en un espacio donde todos los latinoamericanos, incluidos los rubios argentinos, somos para los otros, los gringos, iguales.

Por qué si necesito arreglos en el carro prefiero ir a un taller mexicano que a otro local. Ahora que está Trump hay más razones válidas, pero siempre fue porque ambos, cliente y trabajador, sabemos que en un ambiente ajeno cualquier ahorro sirve. Además, y quiero ser enfático, existe cierta solidaridad y afecto que permite conversar, bromear, aprender que a pesar de ser en apariencia tan lejanos, estamos más cerca de lo creído.

Llevo dos horas en el taller Cocula (Cocula, Jalisco) mientras la tarde tornó apacible. Me ofrecieron tacos y mostraron fotos de familia, trabajos. Un cuidador de caballos en el sur de la ciudad, empleado por gente enfermante de rica, contó sus encuentros con fauna salvaje y compartió videos propios del rancho donde trabaja. Se ven osos negros, ¡una pareja de linces!, profusión de serpientes de cascabel. Dice que le pagan 700 dólares por quincena, que es poco, pero le dan casa. Parecía que nos conocíamos de mucho. Entre mecánicos nicas, hondureños y del vasto México, pasamos un rato riendo. Distinto sería si me iba a Firestone, y diferente en el precio también.

Pago, no estoy seguro de que sea así en todas partes, en efectivo y tengo garantía de palabra. En 25 años no hubo dificultad y eso me gusta. No podría hacerlo “al frente”, no sólo por regulaciones sino quizá porque se ha perdido algo íntimo. Tal vez nunca existió. Pasa con los barrios donde uno vive; prefiero, fuera de cualquier vicio de ghetto, estar cerca de lo mío entre comillas. Puede que sea desidia pero creo que no; he conocido demasiado como para saber que por muy buenos que sean los unos no son parecidos como los otros. Asuntos como este dan lugar a aberraciones nacionales, racistas. Pero yo hablo de comodidad, de la soltura de sentirme con gente a la que creo conocer, que sé interpretar. Nada más.

Esas gracias a dios siguen vigentes. Imagino que serán santas para quienes no tienen el recurso del idioma. Imprescindibles. En el caso de la indocumentación, peor aún (o mejor) porque ahí no queda opción: o te arrimas a los tuyos o te hundes. Sin que sea fórmula y que no existan excepciones.

Evadir el mundo de la tarjeta, manejarse con billetes arrugados. Implica hasta algo de trueque, que incluye apretones de mano, no una transacción aérea. Salgo con los dedos engrasados. Hay poesía y memoria en este amasijo de desechos metálicos, en el piso de tierra, en la mugre de los platos donde se comieron tamales.
23/10/17


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 24/10/2017

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