Sunday, May 6, 2018

El señor don Rómulo o del último patriarca


MAURIZIO BAGATIN

“Sin darse uno cuenta,                                                                                                                               sin poder creer,                                                                                                                                      insólita como la adolescencia:                                                                                                                                la entrada en la vejez”        - Eduardo Mitre -                                                        

Según Houellebecq, nos encontramos en la poesía cuando la extrema intensidad de la percepción sensorial puede provocar una subversión de la percepción filosófica del mundo. Poesía que es, el calor que el sol regala a los ladrillos de adobe, el color de los higos maduros, es el tamaño del durazno partido, el diseñado culo de una imilla de Arani, la carnosa silueta de una chota de Punata o la tristeza que puedes encontrar, sin buscarla, en los ojos sin fondo del assum preto...  

Así nos inebria la novela de Claudio, de poesía violenta, como violenta es la historia de Bolivia: todo lo que la muchísima sangre - y mucho esperma - ha moldeado en castas señoriales hipócritas y fariseas, en burgueses que venderían hasta su madre y en pueblos, indios, esclavos y campesinos sumidos y sinvergüenza al mismo tiempo: desde siempre Anansaya y Urinsaya. 

“No soy yo en escribir, he hecho un trabajo de memoria, me guía el olvido de los dioses y el recuerdo de los hombres: escribo lo que voy a recordar, de las letras de quienes ya hicieron la historia: un Steiner que nunca lee un libro, como buen judío, sin un lápiz y unas hojas a su lado, así para reescribirlo mejor del que está leyendo…”

Generacionalmente, el señor don Rómulo es el último patriarca, lo que no defiende su identidad, libre, como su gen dado por las cicatrices de la historia, por las funambulescas aventuras del hombre: un viaje de Capitán Fracaso, un Aureliano que funde pececitos de oro, el inmenso Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina o el incorruptible príncipe Nikolái Andréievich…                                                                                                                                                                      
En un hipotético diccionario romanzesco, el señor don Rómulo reconocería que la hipocresía es parte de la educación y que es mejor manejar el burro que burrear…entre melancolía y nostalgia admitiría que los hombres son inferiores a sus ideas: obnubilados, imperfectos y simples, por eso y por todo lo demás vale la pena la aventura. La del hombre.

Los libros que se escriben, y los que leemos, nos explican cosas, ya que escribir, y leer, nos enseñan cómo vivir. Somos los críticos de nosotros mismos y también nuestros propios legisladores: todo esto durará hasta la muerte y se dispersará con nuestro ego… se escribe, y se lee, por necesidad de afecto, y nuestro amor por los demás es la escritura. De este laberinto nos alejamos solamente desaficionados, por lo tanto vale la pena vivir en él. La belleza es una paz feroz. Que existe: “En el pico amarillo anaranjado de un mirlo/en cualquier flor/en el horizonte perdido y distante del mar/la Belleza existe/es un misterio revelado/un secreto evidente/la vida/La belleza existe/y no tiene miedo de nada/ni siquiera de nosotros/las personas” (Gianmaria Testa).
Mayo 2018



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