Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Alabados sean
Dios, achachilas, mallkus, licenciados y orinocos. Nada podía ser mejor para la
hija predilecta de Bolívar, la traicionera Bolivia, que la aparición de la
recua sagrada, una secta de pluridimensionales de largos dedos de pianista y
amplios bolsillos de payaso. Alabado el día en que bajaron del cielo en una
odisea falsa como las de Erich von Daniken.
De ellos, el
Supremo, el individuo más burdo y desclasado de la especie, el llamado Evo,
mezcla de imaginaciones y deseos insatisfechos, el que quiso ser blanco y lo
castigaron, barbado y lo pusieron lampiño. Sin embargo no es tonto, sabe que el
dinero lo compra todo, hasta lo inimaginable. Se ha abierto un nuevo paradigma:
el de la mentira, el crimen organizado. Total, aunque se den cuenta los otros,
le ponen colores chillones de Mamani Mamani y esperpentos musicales de los
hermanos Hermosa y así pasa con sabor a fiesta.
Los alcances de
esta gente son impredecibles. Su retórica bordea en la divinidad de sus
líderes. Su inconsciencia en que la destrucción del país no les afecta, a pesar
de que las generaciones que vienen después son mayoritariamente de la clase y/o
etnias a las que dicen defender.
El capitalismo en
su etapa más salvaje, de un primitivismo que literalmente arrastra a las
mujeres de los cabellos y las viola en un hemiciclo parlamentario. El poder
omnímodo; lo mismo la desfachatez. Esto es nuestro, era nuestro y será nuestro
bajo las renovadas tablas de la ley de los profetas lampiños y sus adláteres
amanerados.
Posible, claro,
porque hay toda una manada de supuestos intelectuales que prestan mamotretos
teóricos a la falacia, a los que compran con dádivas, cargos y quién sabe qué
obscenidades y vicios añadidos, que aquí, en la Sodoma andina se hicieron pan
de cada día, pan comido.
¡Ay de ti,
Gomorra! En Calabria o en La Paz, que el dinero los junta y la abyección los
entrelaza. Roberto Saviano, periodista italiano, no menciona mucho, o casi
nada, a Bolivia en Zero Zero Zero, la crónica del negocio más lucrativo del
mundo: cocaína. Pero nosotros sabemos.
Sin embargo, la
gente común sigue viajando al Chapare de vacaciones, a Chimoré a tener sexo a
escondidas de sus parejas. En suma, al paraíso, a los hoteles con nombre de
tucán y a la cerveza helada, sin querer saber que se encuentran en el ojo de la
tormenta, en el centro destructivo de lo que fuera un país, en la terminación
definitiva del trabajo, la “decencia” (palabra pesada) y, lo que es peor, de la
esperanza.
Ser joven en
Bolivia, y casi todos lo son, equivale a suicidio. Peor que aquel dogmático y
místico de la Guyana, ya hace mucho. Acá hablamos del matadero y de los jóvenes
colgando patas arriba como gallinas desplumadas mientras el rebaño mugiente y
amenazador corretea por las calles en surreal sanfermín.
Sus alcances…
Pronto lo decoran, condecoran, posesionan, entronizan, canonizan, beatifican al
Supremo. Ya Brasil dejó de ser o mais grande: Evo es o mais grande. Y el más
chingón, el mero mismo, el que se tira hasta toros de lidia mientras otros le
abren y cierran el zipper. Pues, adónde más en esta historia latinoamericana
que Eduardo Galeano no hubiera querido, y no hubiera, retratar y retratado,
porque hay que suponer que a la revolución y revolucionarios se les perdona
todo, se les concede la gloria. El acto heroico de las masas embravecidas y
alcoholistas parece ser el de eternizarse bajo la sombra de un falo morado por
los siglos a venir. Carecen de perspectiva histórica y se han entusiasmado con
lo que más fácil atrae a los imbéciles: poder.
Dios te salve
María, reza una oración. A María no la salva nadie que vienen los camisas
azules dispuestos a todo. ¿La Falange?, me preguntan. ¿Mussolinianos?, me
preguntan. Las huestes verdes, respondo, los acullicados del infierno.
03/09/18
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 04/09/2018
Sin comentarios. Terrible realidad
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