Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Hay que
aceptarlo, nada es ni será lo mismo después de Evo Morales y el MAS. Porque
habrá un después, digan lo que digan las lecturas de coca. Ni Hitler pudo
contra el destino, ni Napoleón, menos un pequeño y estrecho reyezuelo en el fin
del mundo. La historia está plagada de estos ascensos fulgurantes y supuestas
eternidades. Puede o no ser que la estrella del cacique boliviano se eclipse en
las elecciones del próximo año. Quién sabe. Lo que sí podemos aguardar es que
el brillo de los machetes no dejará que el tiempo empañe el hasta hoy ventanal
de éxito que los señores plurinacionales tienen enfrente. Los idiotas creen que
la sangre preserva sin ser cierto. La sangre se pudre. Es bienvenida en
ocasiones de historia cataclísmica, que no es el caso. Acá encontramos más bien
una narrativa de lo más simple a la vez que bien abyecta: la preservación de
los beneficios del vicio a como dé lugar. No enfrentamos una revolución sino contados
cambios importantes y corrupción descarada de insospechados niveles. Los
machetes saldrán a defender el estupro, y eso no tiene ni sentido ni futuro.
La acefalía de
líderes es tan notoria en el país que giramos en torno a las mismas cabezas. Si
hubiera guillotina sería más sencillo porque estaríamos obligados a renovarlas,
y esa fue tal vez la dinámica de la revolución francesa que permitió su hoy,
sin ser perfecta, modernidad. Que Robespierre, zaz, abajo, que Dantón, lo
mismo, que los girondinos, igual. Un puñal en el pecho de Marat obligó a nuevos
panoramas. Pero no contamos con tal pulcro instrumento ni con el verdugo al que
apodaban Charlot. Tenemos, entonces, que conformarnos con las mismas testas
aburridas, los rostros ya mustios de cansancio y las colas de paja que
arrastran y causan polvareda. Hay que inventarnos, supongo, intentar hallar
dentro de la marisma las gemas que puedan implicar cambios radicales en este
patético estado de conducta en que vivimos, de que pasa un ratero y entra otro,
en esta cueva de los 40 mil ladrones que son solo ese número, incapaz de
compararse al mayoritario de la población.
Dicen los
criterios racistas que esta inercia nos viene del indio. Y hubo también
negligencia española, y pereza. Pero con pretextos semejantes no lograremos
avanzar ni un poco. Es turbio el espectro, casi negro, y nos empeñamos en
oscurecerlo más en lugar de encontrar un fuerte ventilador que se lleve la
bruma. Alguien, si tiene que ser un personaje, o un partido, o un programa que
proponga lo distinto, que no coincida con la patraña nacional en absoluto, un
Trump a la reversa, de nueva faz e inteligente y ampliador discurso, variado,
multiétnico, moderno, progresista, honesto y agresivo. Habrá gente, alguien,
algunos, por ahí, opacados por el insano bucolismo de aceptar el crimen como
pan de cada día, el latrocinio como lugar común, el expolio como normal. Con
ellos hay que lidiar y es fácil ubicarlos.
Hay que crear
destrezas para encontrar líderes en medio de la multitud, con énfasis en los
jóvenes. No en vano en Bolivia casi todos pasan por la universidad, que es
barata o libre, porque no hay otra cosa que los jóvenes puedan hacer. Que sirva
de algo ¿no?, faltan las fuentes de trabajo para esa gigantesca e inerme mano
de obra. El extranjero se alimenta de los bolivianos obligados al exilio
económico. Cada país le quita al ciudadano lo mejor que trae: juventud y
trabajo. Enriquecemos al resto mientras seguimos pobres. Es una actitud ante la
vida, y una pésima lectura de lo que un
país debe ser para sus hijos. Nadie puede ayudarnos con la solución sino
nosotros. Lo que tome, por las buenas o las malas, se verá, pero tiene que
verse, o nos hundiremos en el lodo azul, que es el color que adquiere la
podredumbre.
17/09/18
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 18/09/2018
Imagen: Francisco Goya
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