Thursday, January 3, 2019

Cama, alcohol, conversación y olvido


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A Helene

A las tres de la mañana intercambio mensajes con el más allá. De depresiones, hijos, trabajo de negros y desazón. No hay tiempo, y el tiempo es lo único que poseemos, tan efímero. Corremos como pollinos en pos de ficciones; no sabemos aprovechar los minutos. Lloramos cuando debíamos estar follando en una cama enfrente de un gran ventanal, arrojando las cervezas vacías al piso, desnudos como en día primaveral. Hablarte del terror en Lars von Trier, de cómo el poeta belga Yves, me besó en la boca en Bolivia y me dijo de la lástima de no habernos conocido antes. Hablábamos de Gus van Sant y se soltó. Sus labios tenían sabor de vino rancio.

Tú y yo en una alta cama desde donde caer costaría el hospital. Tu sexo, inflorescencia de pequeñas espuelas de mariscal. Roja. La carne de tu sexo es roja. Carne cruda, esencia de mi canibalismo. Muestras, además, al moverte, cómo gotea el esperma de la noche desde tu ojo turbio. Ese es el amor, te digo. Y me lo muestras en la mano: “es”.

No necesitamos desgarrarnos. Habla solo lo que brilla, mueve tus caderas. Que aviones, oficinas y maletas han perecido en el ingreso al dormitorio. Acá estamos tú y yo, tu sexo y el mío, la vertiente y el bastón, y tu voz, tus cabellos y los labios que parecen sacados de Vogue. Katya me hablaba del rojo como el color de la pasión. Joan Baez me recordaba que negro era el color del cabello de la mujer que amo. Destapo una botella checa de licor de ciruelas. Froto tus pequeños oscuros pezones con él y emborracho los sentidos para ni saber por dónde penetrarte, por donde quieras, amor, por donde puedas, susurras, y la luna de Lorca cuelga como un collar gitano tallado a piedra.

Conversemos, agitas las palabras como un manojo de espigas, conversemos, amor, de ti y de mí, de nadie. Olvidemos los rostros de aquellos que nos torturan y a quienes esclavizamos. Hoy tenemos unas horas, las últimas porque nunca otra vez me acostaré contigo; destrocémoslas, pintemos los muros de néctar de vagina con el pincel de tu miembro. Déjame sostenerlo que se cae. Y cómo no, si llevamos cinco horas de olernos, besarnos. Olvídala, que esa hembra no merece tu tacto. Olvídalos, que son hombres pequeñitos del país de Liliput.

Fabricamos un video que tendrá dos copias. Nos prometemos el uno al otro que nos acompañarán en la tumba o en la pira. Cuando la tierra o el fuego los consuman, se hará el vacío, la humanidad toda callará por un minuto, se desangrarán los molles y los damascos caerán de las ramas sin cosecha.

Olvida a los hombres de Liliput. Olvida a nuestra señora del socorro.

La noche ha terminado o no era día ni era noche. Todo sucedió a las tres de la mañana de un enero nuevo como vino tempranillo, y rojo negro también. Lorca se fue a dormir o lo devoraron los gitanos, que carne de poeta es suave y beneficiosa.

Adiós, decía el poeta húngaro. Y si es para siempre, también para siempre, adiós.
03/01/19

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Publicado en PUÑO Y LETRA (Correo del Sur/Sucre), 07/01/2019

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