Sunday, September 1, 2019

Circo


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La ropa estaba lista para salir al bar. El cinturón negro colgado, varios billetes de a veinte. Cansancio. Decirme que de todos modos hay que alistarse e ir, que no conoceré a nadie de no hacerlo. El miedo de quedarse solo. El tiempo que juega con la mente; el cuerpo que se alía con el tiempo.

No fui. Me quedé a ver Cirkus Columbia, filme bosnio de Danis Tanović (2012). Dos bellas mujeres, madura y joven: Mira Furlan y Jelena Stupljanin. El preámbulo inmediato de la guerra. Los odios y el amor ¿o también es plural el amor? El tiempo, el juego del péndulo, la incertidumbre que desgarra toda seguridad, lo inesperado, la explosión de lo insatisfecho. Horas que se acumulan para explotar en sangre, locura nacionalista, una visión del director de la a veces tonta simpleza que desencadena hecatombes. En la Herzegovina, fuera de lo que se venía, bucólica, pertinaz en la tradición, ajena al cambio, casi estática. La demencia colectiva, el silencio del poblado, de noche, cuando la madre corre pidiendo ayuda, que las milicias se llevaron a su hijo. De qué valen las minucias de la vida conyugal cuando en el cielo vuelan buitres muchedumbre, cuando el horizonte se hace panorama y el drama tragedia.

A veces la vida no es lo que se cree. Damasco nunca será la misma, ni Beirut ni Bagdad. Sarajevo, dicen, es una París balcánica. La suerte la recuperó. Y Dubrovnik bombardeada está llena de turistas. Juego de azar. Como el olvido y el recuerdo: un tiro de dados, otra vuelta de tuerca. Los imbéciles y los egoístas creen tener la sartén por el mango. Nada se tiene por el mango. El odio hace creer en el poder y este no existe, es pésima imaginación. El tiovivo rota mientras suena una triste y hermosa canción bosnia. De fondo las explosiones, como en otro plano. Luego lo que fue no será más pero, y sin ser cursi, lo único que sostiene lo endeble es el amor. Por sobre los obuses y las cargas de caballería, por sobre los incendiarios del fin del mundo.

Debía y quería dormir. He trabajado esta semana dos turnos enteros, como dos hombres. Será eso, lo que me dijo una mujer al saber mi zodíaco: “un pez bueno, uno malo”. Dos.

Desperté. Encendí luces y puse caldera a calentar. Café de medianoche. Decidí no llamar a nadie. Me he cansado de cansar a otros con historias sin fin. Lo incompresible para mí es claro para los demás y andamos desubicados. ¿Por qué esa manía de encontrar flores donde solo hay arena? Así la guerra horrenda despertó del letargo hasta a los amantes. No trajo besos sino muerte. Y banderas, que no faltan para convocar a los orates.

Los refugiados bosnios llegaron a Denver el 92-93. En el periódico les di trabajo. Les enseñé los trucos de la supervivencia en USA. También a los rusos. Ese cariño quedó, casi treinta años después cuando encuentro a alguno. Excepto mi amigo Yefim, de Pavlodar, Kazajstán, que olvidó la mujer que lo dejara y sus amigos. Soy Claudio, Yefim, le digo, y se suelta sin parar en ruso con interjecciones y lamentos. Su mente se fue, perdió la memoria de las cosas y del sentimiento. Olvidó que preparaba borsch y pepinillos para mí, que me daba una cuchara grande con costra negra de décadas. Chorizos eslavos, pan. Patatas flotando en aceite. Encontré a Klava, rusa asiática, ya anciana y pequeñita. Le pregunté por su esposo, mi amigo Semyon. “Semyon”, dijo, e hizo con sus manos como alas indicando que se fue a los cielos. ¿Dónde estará Nikolai, siempre borracho? Semyon lo llamaba Kostia, que es el diminutivo del nombre.

Las lindas bosnias envejecieron. Qué será de aquella gitana de cabello negro con un delicioso olor a axilas no lavadas. Nunca toqué sus manos ni besé sus ojos. Eso ya no vuelve. Me avisaron que otra murió, cuarenta años que terminó el cáncer. Eran jóvenes entonces, de veinte, atolondrados y asustados. Llegaban en grupo de noche y conversaban solo conmigo. Jamal me escuchaba hablar de Ivo Andric, de las tropas napoleónicas en la misma Herzegovina del filme.

Tan estúpidos somos con triste expectación y pobre lectura. Qué poco. Ya fósiles sin haber muerto. Divas de teatro endeble, donde la alharaca no es arte sino estulticia. Y el llanto femenino a cuatro voces deprimente parodia. El filme está ahí, su mensaje está en aquello íntimo, lo que suele -y puede- elevarse por encima de la matanza. Pero pocos lo comprenden. En el show tanguero no cabe reflexión, solo arrebatos tontos de chicas tontas. Premonición y advertencia. Amar porque en los rincones crece ponzoña.

La guerra se alista, siempre. No somos inmunes a ella, aunque parezca. Cantar y escribir canciones que los automóviles vuelan enmarañados y la ametralladora pone un ritmo que acalla el fino y complicado acento del danzón. O perecer.
31/08/19

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