Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Entre tanto
Irak y Michael Jackson encuentro un artículo (Minor Magus) sobre Lord Dunsany,
escrito por cierta Laura Miller en ocasión de publicarse una nueva selección de
sus relatos en Penguin. El texto es de gran interés y destaca aspectos de la
vida de Edward John Moreton Drax Plunkett, décimo octavo barón Dunsany,
escritor de literatura fantástica de origen irlandés cuyo nombre, mientras
reviso, no está siquiera anotado en mi Biographical Encyclopedia de The
Cambridge. Sugiere Miller que su supervivencia literaria se debe más al rescate
de los amantes de la nueva literatura fantástica, que lo consideran un
predecesor, que a la extravagante y rica en anédotas existencia que llevó, a su
amistad con Yeats y Kipling o a su perdurable influencia en Lovecraft.
Ya antes,
pero mucho después de que el cine destapara a J.R.R. Tolkien al gran público,
la literatura fantástica en lengua inglesa se ha ido desarrollando a pasos
desmesurados. Quizá se deba a una inconsciente angustia existencial, del
norteamericano sobre todo, de sentir la falta de raíces y tratar de
recuperarlas en la rica mitología celta o en las variaciones que su imaginación
fermente en jóvenes autores de ficción. Hay hoy una profusión de libros,
películas, comics, figuras coleccionables, juegos de computadora o de mesa que
hablan de reinos fabulosos, reyes, monstruos, lugares de ortografía seductora y
misteriosa. En sus "Días de ocio en el país del Yann" Dunsany cuenta,
a través de su protagonista, del hallazgo, en una de esas ciudades de ensueño, de
una gigantesca puerta de marfil que muestra al acercársele ser de una sola
pieza. Aterrado, el hombre se aleja sabiendo que aquel material sobre el cual
se ha tallado la portada no puede ser de ningún animal que el hombre pueda
matar; se debe, sin duda, al colmillo perdido por un ser de excepcional
grandeza que volverá a buscarlo. El horror se detiene allí, Dunsany no explica
ni describe a la criatura, sólo anota que sus presunciones eran ciertas viendo
"lo que sucedió después".
Dice
Borges, y lo consigna Miller en su artículo, que Dunsany prefigura a Kafka en
su cuento "Carcasona" donde un grupo primero, y luego de intensa
tragedia dos personas: un bardo y un rey, envejecen en vano intento de
encontrar la mítica villa de mármol rodeada de murallas. El tiempo cíclico,
infinito, horror que principia pero que no tiene fin, un cuerpo enterrado en el
cieno del Támesis, sin digna sepultura, deshecho por las mareas y reconstituido
por las tormentas y eternamente devuelto a su lecho inmundo, con la plena conciencia
del muerto que siente y ve lo que sucede con sus despojos. Finaliza
-felizmente- cuando el hombre despierta y comprende que ha estado soñando.
En su
Biblioteca de Babel, Borges alega, prologando a Dunsany, que "Matthiew
Arnold, en 1867, había declarado que lo esencial de la literatura celta es el
sentimiento mágico de la naturaleza; la obra de Dunsany confirmaría
espléndidamente esa aseveración". Tema que sin embargo lo puso en las
primeras décadas del siglo XX no en oposición pero sí en diferencia con los
literatos irlandeses que hallaban que debía existir un compromiso entre lo
literario y la independencia de Irlanda. Mientras lo onírico, y profundamente
irlandés, primaba en Dunsany, otros como Yeats se afirmaban en sus convicciones
políticas en un tiempo decisivo para el país, con la rebelión del año 16 y la
fundación del estado libre el 22. Razón que posiblemente pesó para que Dunsany
no fuese invitado en calidad de privilegio cuando Yeats fundó la Academia
Irlandesa de Letras en 1932.
Pedro Henríquez
Ureña lo conoció en Nueva York y habló de su "conmovedora necesidad de ser
admirado". Tuvo una vida fácil, de riqueza y bienestar, tal vez por eso,
por oposición o consecuencia, se juntó al peligro: soldado en las guerras boer
y en la Primera Guerra Mundial, cazador de leones, quiso también matar un tigre
cara a cara en una de sus aristocráticas visitas a India. Estudiante de Eton y
buen ajedrecista, escribió sobre ajedrez y obligó tablas a José Raúl
Capablanca.
Sus relatos
carecen de argumento, fluyen como los sueños. Lo que en Tolkien adquiere
solidez en la novela, queda en Dunsany como un vaho nebuloso pero bello y
trascendente.
03/02/05
Publicado
en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), febrero, 2005
Imagen: Fotografía de Lord Dunsany
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