Tuesday, April 29, 2025

El camino de Belgrado


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

En Un puente sobre el Drina Ivo Andrić narra con detalle el proceso de un empalamiento. Tan vívido que me hizo escribir, en la década de los ochenta, un breve texto que se llamó El arte de empalar. Crueldad humana que no busca solo imponer la muerte sobre el “enemigo” sino alargarla en medio de interminable dolor. El hecho de que los maestros empaladores fuesen tan cuidadosos a tiempo de introducir el palo afilado en el ano de la víctima, de no dañar ningún órgano mayor que pudiera causar el deceso, lo demuestra sin más. Casi se diría que con martillos y golpecitos suaves y sutiles estos eran suerte de orfebres, de joyeros carpinteros verdugos, duchos en el arte de matar sin matar.

 

Tremenda época que sugirió a un noble valaco como su cénit en este tipo de oficio, pero que era materia común en aquellas regiones del centroeste europeo. Nada privativo de ellas, por cierto. En el siglo XX, finales, era normal en la brutal guerra civil colombiana, por solo citar un ejemplo. Recuerdo un filme, olvidado el título, donde aparece una figura que al acercársele muestra un empalado. En medio del mutismo, niebla, ciénagas, donde el hombre se halla solo a merced de los otros que, siendo hombres como él o ella, no lo son en realidad. Monstruos de oscura ciencia ficción.

 

Amanece en Belgrado. Pequeño hostal céntrico. Luego de ocho horas de viaje en un pequeño bus he salido a observar el entorno. Instinto animal que me obliga a indagar lo que hay alrededor, con ánimo o sin ánimo de acciones. Simple observación, conocimiento, ver huellas que no se ven, como los baqueanos de la pampa interminable. Brizna de hierba doblada, polvo removido, gota seca de sudor sobre la arena… Ya me estoy poniendo en modus gauchesco y entonces lo dejo.

 

Vi el río Drina en Zvornik, ciudad fronteriza entre Bosnia Herzegovina y Serbia. La estación de bus como aquellas antiguas bolivianas con baños en el piso y mugre por doquier. Grandes aguas por las riberas, la naturaleza es plácida, aromática, febril en su belleza. Olvidé los palos ensebados del novelista y solo contemplé botes mecidos dulcemente.

 

Este debió ser el camino de Poltava pero muchas cosas cambiaron. Me las sé yo. Comenzaría en el Finisterre y acabaría en el este. Pareciera, a modo de poner el mundo en su lugar, que terminará donde debió haber comenzado. Algo debió decir Azorín acerca del círculo…

 

El taxista me señaló el Sava y a la izquierda el Danubio. Soy todavía como un niño al respecto. Se me heló el corazón al igual que me pasa cuando encuentro un amor. Recordé, tirado en cama con las manos detrás de la nuca, la sensación que tuve al ver el Dnieper en Kiev por vez primera. No se puede describir, no se debe; hablar del aire, de la brisa, de la infancia que llega subrepticia en medio de la pena. Instantáneas del paraíso nunca perdido, John Milton.

 

El paisaje del lado bosnio es con mucho más lindo que al entrar a Serbia. Diferente, como lo era el esloveno y sus efluvios alpinos. Para tomar el camino de Belgrado fuimos de Sarajevo a Sarajevo Este. El chofer hizo una parada y quitó su signo de taxi. Me pareció extraño. Pero un cartel lo aclaraba: “Bienvenidos a la República Serbia” (dentro de Bosnia Herzegovina), la de Karadžić y Mladić, sombra del mal. Creo que observé un único pequeño minarete perdido. Señal de que aquí no se solucionaron las cosas; la calma aparente no es calma sino peligro adormecido. La estupidez humana concibe cualquier feroz desatino y lo dora de lógica. ¿Estaría yo observando por última vez un Sarajevo que me conmovió? Tan solo detrás de unas colinas el ambiente cambiaba. Ya no mujeres con el cabello cubierto, ya no músicas del oriente que danzan los mozos de la capital mientras sirven café y baklavas. La suerte está echada hace mucho, en la soledad de Noé llorando la borrachera. Hijos rumbo a separados caminos. Allí se perdió, no en Caín, la especie.

 

Obreros vacían concreto en el patio. Ese sonido es precioso, cuando la pala raspa el piso y mezcla arena, cascajillo y cemento. Lírica, si lo sabré yo que lo elogio, porque cuando uno tiene que hacerlo en persona, mezclar a pala para la construcción, es pesado, duro, los hombros se agotan con rapidez, los antebrazos pierden fuerza. Peor para un picapedrero como yo que pasó ya la mañana queriendo romper mármoles de metro y medio sin éxito. Ni para afirmar que chispas estelares salían de los golpes del combo sino pedazos de roca que se clavaban en mejillas, ojos, cabeza. La filosofía radica en aceptarlo, porque después esa piedra partida mostraba un fantástico mesón rosado o negro para una casa rica y quedaba el placer, por mínimo que fuera, a compartir un espacio de arte. Luego de la puteada, la paz, más valiosa resulta así.

 

Primera mañana de tantas primeras que voy teniendo en este viaje. Ha cambiado la dinámica, sin embargo. Ahora hay ordenanza de trabajo, voluntad de escribir, metas propuestas que serán metas logradas. En los altos, cuando descanso inevitable se necesita, estará el poderoso Danubio acompañado de humeante café. Río que he de perseguir hasta un preciso recodo de creatividad y empeño. En esa curva que hace, de donde toman vuelo garzas, arrendajos y moscones, saldrán páginas para homenajear a Panait Istrati, quien con el cuello vendado luego de un intento de suicidio se puso a contar. Espero ser fiel al maestro, permitir que el sol duerma calmo por sobre los musgos, no pisotear la paz de los caídos; respetar el silencio, jamás abrumarlo.

 

Francine me regaló Kyra Kyralina, comprado en la esquina de las calles España y Heroínas. Dónde andará ella que no lo sé. Fuimos jóvenes y bellos y basta. Su silueta recortada contra las rocas de Liriuni, el sonido de decenas de pequeñas cascadas de agua helada. Suficiente para la eternidad, todos los llantos secados, las voces dormidas. Enfrente el camino de Belgrado se ha detenido un rato. Debo tomar aliento pero polvo a recorrer todavía hay. No leo ahora, escribo, siguiendo el sabio consejo de mi todavía ayer viva madre.

 

Me alargó un libro: Xavier de Maistre. Y me dio a Unamuno para hacerle contrapeso. Al salir activó el péndulo del reloj de pie. Jamás se ha detenido. Hoy, desde la infinitud de su presencia, ha activado los dedos de mi mano derecha y señalado el camino: escribe, escribe.

29/04/2025

 

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Imagen: Jean-Michel Basquiat

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