Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Concierto de colores, la comida bosnia. De sabores. Armado arquitectónico para la estética. Una bellísima mujer atiende, negocio familiar. Cabellos y ojos de la noche. Conversamos en inglés. Pido una copa de vino tinto de la casa. Fuerte, áspero; necesito un vaso de agua al lado para domeñarlo. El centro de Sarajevo dicen que se parece a París, el del Quartier Latin, o el Marais. Con la salvedad de las señoras de cabeza cubierta pero rostro libre, a la usanza irania más o menos. Muy pocas, muy muy pocas, con burka. Pupilas de gran belleza saliendo de negra caverna.
Para entrar
a las mezquitas hay que seguir la tradición. Implica descalzarse, lavarse los
pies en pilas comunales, acomodar los zapatos en una especie de biblioteca. No
lo hago, en parte por desidia. Que me gustaría ver el interior, por supuesto,
pero tampoco soy viajero turista, más bien vagabundo arrastrando la mochila y
contemplando parques durante horas, movimiento de gente, perros, gritos de
urracas, músicos callejeros con canción de Leonard Cohen. Tañer de campanas.
Viajo solo,
preguntan algunos el por qué. Simple respuesta. Lo que quede de este trajinar
en apariencia sin fin ni destino lo guardaré yo; lo sé en parte ya y es íntimo
a no ser que lo escriba. Libros pocos llevo, del querido Miguel y un par de rusos.
Otro precioso, El pasatiempo, que
hojeo en las noches antes de soñar.
Me ha
invadido una gran pena hoy. La niña a la que enseñé a manejar bicicleta se fue.
Vuela, se hace exigua en el viento, un punto, un suspiro. Permanece, en una de
las encrucijadas, en la esquina de calles cuyos datos no daré.
Hay
pesadumbre permanente en el aire; la guerra nunca abandona. Fotografío un
edificio al fondo de un pasillo callejón, cubierta la fachada de varios pisos de
orificios de bala. Puedo imaginarlo, excelente posición defensiva, con enemigo
al descubierto. Lo dejaron así, sin revoques, a modo de memoria y ausente placa
recordatoria. Gente murió allí a no dudar. En el silencio de la gran entrada
tal vez medieval flota un dejo de tragedia, pero no de entonces, de los años
noventa, sino de antiguo. No lo he sentido en otro lado. Tal vez en el Abra de
Sacaba, por las historias de la dictadura, asesinatos de Jenny Koeller y Elmo
Catalán que marcaron mi infancia, siete años tendría yo, un poco más. Esa boca
cavernosa con luz de sol al fondo lejano me sigue causando escalofríos. En la
calle Paccieri, a una cuadra de casa, otro concierto bajo dirección escénica de
la muerte.
Oboes de
Mozart a mediaoscuridad. Viola da gamba. Monsieur de Sainte-Colombe. La música
también se ha compuesto para la tristeza. Danzas de calaveras, desde el Simplicissimus hasta la revolución de
Madero. Sonríen; extraño, pero a ninguna le faltan dientes.
Si fuese
metódico contaría las heridas de bala en los muros pero no lo soy. Me basta el
retrato general. Ando por la ciudad y eludo adrede los museos de crímenes de
guerra, del Holocausto, de Srebenica, del genocidio. He leído y visto mucho ya.
Demasiado. Siento la carga sobre los hombros de un peso que no veo,
desconocido, pegajoso, silente y voluble. Tomo dos duchas diarias para
arrebatar de mi piel máculas que del aire se adhieren a uno, vampiros de la
brisa helada. No quiero ver más, eludo los dinteles de aquellas casas. Doy monedas
a la izquierda a una mujer mendiga y me encomienda a Dios; a la derecha otras a
una mujer musulmana, casi arrastrándose por el piso con un vaso plástico para recibir
marcos. Me encomienda a Alá. Y yo, viajero sin Dios, tengo ahora a dos de ellos
como compañeros. Me salvarán de las minas flotantes en la rada de Izmail u
otras vicisitudes dañinas que pululan por ahí. De los tigres de la Malasia y
las novelas de caballería.
Me gusta
ver joyas, me encanta el trabajo, las filigranas, las piedras preciosas, el
rubí y la esmeralda. Tengo una de estas en bruto en casa y la piedra carmesí,
ojo de sangre, me recuerda una obra de Joseph Kessel.
El plan era
visitar el lugar en donde Gavrilo
Princip ejecutó al archiduque. Me diversifiqué en otras cosas y no lo hice.
Mañana en la mañana. Curiosidad. Sugiero una película: El hombre que defendió a Gavrilo Princip (Srđan Koljević, Serbia,
2014), muy interesante. Hay otras cuyos nombres se evaden, hay que buscar. Por
supuesto la ciudad no hace propaganda del hecho ni del sitio. En las listas de
lugares históricos no lo he visto. Se puede entender.
Entre tomar jugo de granada y agua se esfumó la tarde. Escucho la lluvia
en el patio y en mi ventana. Quería salir a la noche de Sarajevo pero no sé.
Ver cosas alegres. Quizá con el crepúsculo los fantasmas del desastre se fueron
a dormir. No sé además si tengo suficientes marcos bosnios. Aceptan euros,
cierto; no tanto dólares. Narices aguileñas de los turcos, cejas de ébano muy
marcadas. Blondez de los eslavos. Mezcladas.
El río de Sarajevo corre con tinte algo raro. No es el turbio
cochabambino del barro ni las rojas aguas de Viloma. Marrón, sí, tirando a
sangre sin alcanzar un mínimo carmesí. Cromóforos especiales. Tan opuesto al
plácido verde sosiego del agua en Ljubljana. Bebo café sin azúcar a sorbos. Lo
ofertaban como auténtico café bosnio y creo estar seguro que cafetales no hay.
Será el estilo, como el turco, la forma de drenarlo, aplastarlo, o verbos otros
que sabrán los que saben. Barista no soy pero me hubiese gustado. El río no
viene pardo ni tampoco cristalino. Las gredas que lo alimentan serán de otro
período prehistórico. Abandonarlo allí, en el misterio, igual a tanto dejamos
atrás.
Decido que mi viaje lo terminaré en bus. Más complicado el servicio de
trenes, me parece. Belgrado sigue. ¿Qué año leí Belgrado de Ivo Andrić? Al menos cuarenta años pasaron. Nació en
Travnik, ciudad bosnia que denigré hace poco en un escrito como crisol de
penas. Alguien en Belgrado tuvo una rosa entre las piernas, amarilla como las
de García Márquez. Recuerdo. El sol se amodorraba en la cortina, las aves habían
callado.
Luego proseguiré hacia el supuesto destino final: Rumania y varias
posibilidades. Si se cancela una maravillosa opción para junio, enfilaré hacia
Moldavia. Entonces veré gitanos, Dios, que parece que todos cruzaron al otro
lado por Semana Santa. Susurran, en Bram Stoker, que por esas regiones suelen
caminar, ajenos a lobos y hombres lobo y a la oscuridad absoluta del infierno.
25/04/2025
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Imagen: Lawrence Schwartzwald
¡Hola viajero CFC!
ReplyDeleteUna nueva carrera para ti. Lleva contigo a líderes gubernamentales y muéstrales el mundo que ves.
¡Me encantaría, querido John!
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