Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Miro desde los ojos de Conrad Veidt en Das Wachsfigurenkabinett, el gabinete de las figuras de cera. Alucinados, centrados en la luz de reflector de la construcción detrás. Pausados vuelos de polillas madres, oscuros tonos jaspeados, prosa japonesa girando en espiral. Interesantes mujeres enamoradas de hombres mediocres, bebidas de fruta sosa, silente ebriedad con dulce aroma de ron. Puerto Rico y Panamá, máscaras del ser diablo, el devorador entre medio de calles coloniales y toscas meretrices.
Me he
sentado en el atrio de la locura a debatir con Robert Walser y Oskar Panizza
sobre los concilios de amor, conciliábulos de díscolos amantes. Pensamos que
caían estrellas, luces de neón hacia el vacío, y eran las huestes del bello
Lucifer en su viaje sin retorno al abismo de Dios. Santísima Trinidad, el
padre, la madre y el espíritu santo.
El puente
de Londres se ha construido sobre el caparazón de una tortuga somnolienta. Al
fin se ha movido, que incluso los estáticos deciden avanzar. Se incendia,
Daniel Defoe escribe con las candelas del fuego. Lo leo y arrojo lo leído a las
negras aguas, de Dickens las aguas. Nostálgica Inglaterra, me repito en la
noche chicha de Cochabamba, la t’uru noche, la de barro, de pantano. Walser y
Panizza se fueron a dormir, queda colgando de un vértice de la luna un cuadro
de Grosz que se diluye. Te evades por las calles de Leeds y me da pereza
buscarte, te dejo perecer.
19/09/2025
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Imagen: Conrad Veidt
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