Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cuando sucedieron los hechos del 2019 donde los jerarcas masistas huyeron sin siquiera acercarse el enemigo, con llanto además, prometí no escribir más textos de opinión política, pasquines los llamaron algunos, y paré. No voy a retomarlos, a pesar de que el momento es propicio para ello, con un peligroso carnaval en ciernes que quizá defina el panorama nacional. Profunda tristeza al ver que en mil años no avanzamos nada, incluso antes de que llegaran los españoles andábamos igual. Llanto otra vez en palacio, hoy a cargo de un elemento de amplia cornamenta que se presenta como macho alfa, con grado a pesar de ser desertor, y ambición digna de Nerón junto a veleidades de Calígula, parece.
No vale la
pena. Lo ideal sería que se exterminasen solos pero estamos en estadio tal de
desarrollo, muy abajo en la escala histórica, que tendremos, como siempre, que
pagar el precio. Vámonos por otros rumbos, por los ríos de Konstantin
Paustovski y los mares de Stevenson. Mejor estaremos que en la vil cloaca del
presente.
Tres libros
que me dedican en las primeras páginas. La tarde se dora de plata o se platea
de oro. En algún lado suena el diálogo de una novela brasilera. Logro captar el
nombre de Getúlio Vargas y la Armada Imperial japonesa. Justo ahora en que la
región occidental de Brasil juega en mi mente en forma de péndulo y sopesa posibilidades
de escritura. Asoma en forma de sombra lo leído en Jorge Amado acerca de la
dictadura de Vargas, la trágica y singular historia de Luiz Carlos Prestes y de
su esposa. Pero disipo esos pensamientos ante la incomparable belleza de La Gaiba
y alrededores, amén del dulce verbo de las pantaneiras, habitantes del
Pantanal. Lo crucé de noche, en 1984, en tren. El aire olía a jacaré y las
bandadas de tucanes semejaban rugidos de onça-pintada y reptaban inmensas sucurís por los vagones de pasajeros.
¡Dios, qué mundo se abre! Misterio y belleza, suave frenesí de las pieles. Les
hubiera gustado a Robert Louis Stevenson y a Marcel Schwob. Lo qué hubieran
escrito, no alcanzan signos de admiración para detallar aquel asombro. Nunca
llegaré a la altura de las páginas de los maestros pero puedo crear un espacio
que también tenga valor, en dimensiones menores pero con arduo trabajo y
belleza.
Amaneció despejado. Dediqué unas horas a leer acerca del desvanecimiento
del imperio incaico, de la facilidad con que diez mil castellanos lo evaporaron
de la cronología. Un decir, por supuesto, es más complejo. Sin embargo sirve
para ver la eficacia utilizada por el marqués Pizarro y sus huestes para
dividir y reinar. Ceguera y soberbia de los gobernantes incásicos que no
previeron lo que se venía. No tenían idea de lo ocurrido en México con Cortés y
los aztecas pero pronto los acontecimientos habrían de ser calcados para una
nueva tragedia.
Leía en La Habana sobre el imperio tarasco…
Leo ahora de los conquistadores en la isla de Puná, camino de Tumbes.
Entretelones previos de la debacle. Indios nicaraguas, tlaxcalas, otros
centroamericanos que apuntalaban las tropas invasoras. Se va escribiendo más y
más de cuando los tlaxcaltecas, “vencedores” junto a España de los mexicas,
combatían tan lejos como las Filipinas. Fascinante y terrible. Muy alejado todo
de la narrativa facilona a la que nos han acostumbrado y que prima a tiempo de
realizar “políticas” en estas tristes y abandonadas naciones.
Incertidumbre. Alegría de voces lejanas, nuevas lecturas. A raíz de
volver a hojear, cincuenta años después, páginas del Wilhelm Meister, he pensado en Fausto. Y Mefistófeles. Vender a precio
de ilusión el alma y hallar que el supuesto mundo paradisíaco tampoco existe.
Se ganó apenas y en realidad, si uno es descreído, no se sabe cuánto se perdió,
de si hay algo detrás de esta carne que trascienda. Balance de lo incierto
entonces, como suele ser común y general. ¿O es Mefistófeles el gran pretexto
de una penosa y larga búsqueda interior? Me siento a mirar la cordillera, los
nimbos que lentos se escurren del panorama. Son muchos los senderos que se
bifurcan, no solo dos, y con una pesada barreta metálica hay que cavar un hoyo,
plantar la estaca y desde esa posición en apariencia estática definir la senda
a tomar. He definido la mía, toca implementarla. No solo es cuestión de
razonamiento sino de ayudas y cuestiones prácticas. Me apoyo como antes lo
hacía en los libros. Alivia, por supuesto, pero encima de ello, apuntala. Está
decidido ya, entonces, y poco pesa el tiempo que tome. Ojalá que amaine como
las tormentas de arena del Gobi y deje un nuevo campo visual de empoderamiento
y solidez. Decidido.
Firmaba, julio del 98, Las trampas
de la Fe para mi hermana María Renée. Sor Juana Inés en Octavio Paz. Libro
que a modo de boomerang ha retornado a mí más de veinte años después. Ronco
sonar del didgeridoo, el imperturbable excavar de las hormigas verdes bajo el
cielo de Beethoven. Todavía duermen alrededor. O los vecinos se han marchado
según lo anuncia el silencio. Semejaría que me he quedado solo en este piso. La
gente sigue emigrando, pocas son las garantías que ofrece la tierra de uno. El
intercambio, de un pasado por un futuro, ha sido y es feroz. Cuánto cede el
inmigrante para forjarse el postrer bienestar. Hay que saber cuándo retirarse y
jugar con las posibilidades. A mí me salió bien. Para otros fue tarde.
Anoche vaciamos el resto de media botella de Flor de caña, conversando con
música de Jorge Ben Jor y ritmos de Belem do Pará. Terminamos antes de
medianoche cantando con Elena a Serge Reggiani. Observo una foto de despedida
de los emigrantes gallegos a la Argentina. Sobrecogedora. El pie de foto reza
que ese hombre joven y su niño que despiden a la esposa-madre nunca la volverán
a ver. Del Ferrol a Buenos Aires el año 57. Mi padre me susurró al oído cuando
yo emigraba: vuelve pronto. Tardé treinta y cinco años en volver. Él ya no
está. Así nos fuimos formando. Y continuamos.
Otra efímera tormenta de montaña. La lluvia penetra por el ventanal de la
sala. La Torre Alpha en medio de la llovizna, enredaderas cayendo de los pisos,
musgos multicolores que parecen pintados. Ya huelo a distancia el café. He
prometido alguno de Yungas que espero llevar este año. Elijo un libro para ir a
sentarme con mi cortado sin azúcar. Y salgo con Tristes trópicos mientras me prometen por teléfono información del
Mato Grosso do Sul. Curandeiros que hacen picar a sus pacientes por serpientes
no venenosas. Falsos corales como falsos arcoíris. Un arco enfrente de casa,
del morado al añil, flotando en la perspectiva.
Jinetes de la tormenta. Riders on the Storm.
25/11/2025
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Imagen: Cecilio Guzmán de Rojas

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