El 13 de agosto
de 1521, Cortés y sus aliados indígenas toman Tenochtitlán, después de
gran matanza. Ni la espada de Huichilobos (Huitzilopochtli), el dios
de la guerra, detiene a los invasores. En Tlatelolco, los
escasos españoles y los indios rivales se ensañan con los mexicas. Es
el principio de la sangre. No, la continuación de la sangre y también
su premonición.
El 2 de octubre de 1968 el gobierno mexicano reprime una manifestación estudiantil en el mismo lugar, dando lugar a una masacre protagonizada por el ejército y grupos paramilitares, dentro del marco de aquellos años de fobia anticomunista y de la doctrina de seguridad nacional. Se produce el hecho a diez días del inicio de los Juegos Olímpicos. La necesidad de presentar una imagen de tranquilidad ante el mundo hace que los entretelones de la tragedia se hayan escondido hasta ahora. El cineasta Jorge Fons, en 1989, filma "Rojo Amanecer", estremecedor relato que ahonda en la abyección y crimen que se desencadenaron allí, en la implacable persecución de los sobrevivientes para eliminar testigos, para perpetuar la impunidad que todavía pervive, ya que Luis Echeverría, entonces Ministro del Interior de Gustavo Díaz Ordaz, no ha sido condenado por su participación a pesar de los cargos de genocidio en su contra.
Hoy, cuarenta y un años después, se continúa reclamando por los caídos. Las víctimas, en fotos, por irónica paradoja, se quedaron en el tiempo, no envejecieron. Ellas permanecen como en los últimos instantes, mientras los que los sobrevivieron lidian con la vejez y la muerte anónima.
Los tiempos han cambiado, repiten los papagayos de la política. No cambió nada. El sistema de explotación permanece incólume; los pobres son cada vez más y los ricos menos y mayores. En la revolución boliviana se reparten tierras y dinero entre pocos, o tajadas de narcotráfico. Capitalistas disfrazados lucran como siempre lo han hecho (nacen nuevos capitalistas). Se siente, se siente, el pueblo está presente... Lo único que se siente es el oro en el bolsillo del patrón. Los anarquistas venezolanos, no sin razón, acusan a Chávez de preservar el status quo.
Los manifestantes del 2009, en Tlatelolco, patean los escudos policiales, lanzan volapiés y escupen. Los amos, como Echeverría entonces, como Arce Gómez en su porqueriza gloria, como Hugo Chávez, George Bush, Evo Morales, sonríen porque ninguna rabieta semejante los toca. El poder es dulce y castrador, pero en México se fabrican dulces con picante. El chile recuerda la existencia de la contradicción, de los contrastes y que en vida está eterno ni Dios.
05/10/09
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Publicado en Opinión/Cochabamba 06/10/09
Imagen: Inquisición/Grabado de 1736
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