Monday, October 12, 2009

Tres cartas a Stalin/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No se sabe si los "magnates" soviéticos dejaron simplemente morir a Stalin, o si Beria le suministró warfarina que supuestamente a lo largo de varios días le pudo causar embolia. Lo cierto es que el amo de Rusia y sus estados vasallos murió sin dignidad, orinándose en los pantalones, inconsciente, convertido en la piltrafa en la que convirtió  a tanta gente. Su debacle fue la de muchos, Beria entre ellos, ejecutado sin misericordia, en calzoncillos, con un trapo en la boca para que no gritara.

Dice que se encontraron cinco cartas debajo de un periódico en el escritorio del tirano. Se lo contó Khrushchev a Snegov que recordó sólo tres cuando se entrevistó con el historiador Medvedev. La primera era la carta de Lenin a Stalin, de 1923, reclamándole sus disculpas a la Krupskaia, su mujer, por las groserías con las que el georgiano la había maltratado a raíz de una nota de Lenin, dictada a Krupskaia, felicitando a Trotsky. Illich escribiría (a Trotsky) el 30 de diciembre de 1922, sobre el asunto: "Si las cosas tomaron tal cariz (...) podemos imaginarnos en qué ciénaga hemos caído". Todo derivaría en la famosa carta del fundador del estado soviético descalificando a Stalin y presintiendo -ya pronto a morir- el rumbo que tomarían las cosas.

Stalin siempre se comparaba (y a su corte) a Lenin, disminuyéndose. Esta carta guardada sería su vergüenza o venganza, al saber que un hombre de tal talla había descubierto los oscuros recovecos de su alma.

La segunda nota tiene a Bujarin suplicando: "Koba, ¿por qué necesitas que yo muera?" Nikolai Bujarin actuó cobardemente durante los procesos de 1937, acusando a sus compañeros de delitos que eran en su mayoría invención. Se arrastró en elogios hacia Stalin pero nada impidió su muerte. Brillante teórico redactó junto a Preobrazhensky el famoso "ABC del comunismo", que aún se leía en mi juventud. Más dignidad tienen los recuerdos de su joven esposa Anna Larina, cuyas memorias junto a las de la viuda de Osip Mandelstam son documentos imprescindibles de aquella época, aparte de notables piezas literarias.

Bernard-Henry Lévy narra el encuentro de André Gide y de Bujarin en Moscú, cuando el ruso pide a Gide salvarlo presintiendo su final. Stalin le tenía afición, pero era hombre que no dudaba en sacrificar a su propia esposa en aras de la ficción partidaria.

El último escrito es de Tito (de 1950) que le dice: "Deje de mandar asesinos a matarme... Si esto no se detiene enviaré un hombre a Moscú y no habrá necesidad de otro". Josip Broz fue, desde el ascenso de Stalin, el único hombre que no se arredró ante él.
12/10/09

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Publicado en Opinión/Cochabamba, 13/10/09

Imagen: Stalin y Bujarin


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