Friday, April 6, 2012

Nostalgia del kaluyo/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Recuerdo, sería 1974, tirados un grupo de amigos en la estación de Charamoco, camino de Buen Retiro, Capinota. El sol de mediodía había verticalizado las sombras. Las hojas de los eucaliptos eran más oscuras que de costumbre, casi azules.

Un campesino, abarcas y pantalón ajustado a las pantorrillas, aparece en un extremo del camino vecinal. En la chuspa colgada del lado izquierdo se presume coca, lejía tal vez, un liado de cigarros, de aquellos envueltos en papel periódico: tabaco local mezclado con nervaduras de lacayote. Y un charango.

Pareciérale que no existíamos, muchachos casi niños con ínfulas de aventura: nada llamativo. El sol arreciaba en la verticalidad de las cosas; ya ni los techos daban refugio de sombra. El hombre, ajeno a esta sentencia, atravesó los cien metros en que podíamos verlo, tocando el instrumento y cantando con voz suave una tristísima tonada en quechua, un kaluyo.

Mientras jugamos una mano de loba con mi padre y mis hijas, me dice Joaquín que el kaluyo es música de arrieros. No existe profesión más sola. Los muleros que son algo así como el telégrafo y el ferrocarril -o eran- entre las comunidades, sin acompañantes, con sus animales, y algo que les recuerde el calor del hogar, de la mujer, las mujeres, que en sus paradas ambientan por el cuerpo cierta sensación de estío.

Noto en mi padre tristeza al oír las notas. A pesar de una instrumentalización alegre: charangos, guitarra, acordeón, trompeta.. (hablando de música grabada) hay un dejo de pena en el kaluyo. Su lírica siempre habla de amor y olvido, de muerte y permanencia. Exégesis de lo efímero que no excluye sensualidad. Si Odiseo (Ulises) hubiese sido un marino terrestre de los valles de Bolivia, de acuerdo a su historia, habría sido cantor de kaluyos. Ni qué decir su esposa. No hay mística más ferviente que la del recuerdo, ni amada más bella que la que queda casi inalcanzable. La "palomita" del kaluyo... a quien se dedican todas las letras y cuya memoria aguanta los pasos sin fin del caminante.

Como en Charamoco, en Vallegrande; en San Lorenzo de Tarija y Cuevo; Saipina, Parotani, Caiza, Lloq'alla, hitos de una geografía similar y un parecido idilio. Hay de todo en el kaluyo, hasta esperanza que la desgracia se esfume con el secuestro de la querida. Pero, así ufanos de haberla conseguido, en el triunfo del deseo, el kaluyo da lugar a la posibilidad de que lo obtenido se pierda. Ya ha sucedido. Lo interesante está en su dinámica, que a pesar de ser llorosa despierta sentimientos pero no hastío.
18/09/06

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Publicado en Opinión (Cochabamba), septiembre, 2006

Imagen: Teófilo Vargas, compositor de kaluyos

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