Sunday, December 16, 2012

Inusual Miguel Hernández


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Veinte años buscando quien me corte el cabello en el exilio y veinte de fracaso. Hasta que encontré en un modesto barrio de Aurora, Colorado, una peluquera sinaloense que supo amoldar su tijera a mi descompuesta cabeza. Yo que juré nunca hacerme tocar el cabello con mujeres, he tenido que ceder ante el oficio.

La visité semanas atrás, en la peregrinación bimensual acostumbrada. Hablamos de Sinaloa, de la sierra, de lo húmedo y verde de la zona en relación a Sonora. Pregunté qué le parecía el nuevo presidente de México, y respondió: Ay, no sé, dicen que es alfabeto. ¿Alfabeto?, respondí, supongo que eso es bueno. No, prosiguió, porque los alfabetos no saben nada…

Mientras me ponía de lado, que cabeza arriba o agáchese, observé en la silla de fórmica, en medio de revistas de chisme y entretenimiento como hay en esos lugares, un libro de color crema cuyo lomo rezaba “Poemas”. Alargué el brazo y lo tomé. Eran poemas mixturados, entre sociales y de amor, en obvia edición pirata, de Miguel Hernández.

Me trasladé a la juventud, donde Apollinaire y Miguel Hernández fueron mis poetas guardaespaldas, íntimos cómplices de aquella debacle del amor. ¿Dónde lo consiguió?, dije a la mujer. ¿Lo ha leído? Me gustan las poesías del señor Hernández; se ve que ha sufrido y amado, contestó; le duele cuando escribe. Cuánto me gustaría que alguien me escribiese así, un hombre que a pesar del sufrimiento sea capaz de sugerir cosas bellas. Es tan romántico. ¿Cómo las novelas de televisión?, continué. No, cómo decirle, diferente. No he leído mucho pero en esta obra que olvidó un albañil de la raza cuando vino a cortarse el pelo, y a pesar de que no entiendo todas las palabras, me siento hermanada, comprendida, dice cosas que yo podría decir. En ese momento le comenté que varios de los versos dispuestos displicentemente allí, habían sido escritos en la cárcel. Ya ve, esa es la razón, la respuesta. En Sinaloa vivimos una cultura de armas, de violencia. De antiguo. Mi abuelo y mi padre lo contaban; cada familia guarda memoria de un muerto al menos, asesinado, torturado, ejecutado, desaparecido. ¿Sabe de lo que hablo no?, los cien mil cadáveres del presidente Calderón no son nada.

Lunes por la tarde el negocio baja, se pone lento. Luego de espolvorear la nuca con talco, y de frotar alcohol en las sienes, me ofreció una Coca-Cola caliente y espumosa. El peluquero siempre es un confidente, lo querramos o no, y pudimos sentarnos treinta minutos a hablar del poeta de Orihuela. El nombre no le decía nada, España para ella eran los gallegos mal afeitados de la comedia mexicana, con boina y tontos; o los gachupines de la historia patria. Ni noticia de la guerra civil, de la República, Franco o los Borbones.

Mientras hablaba supuse que aquello ni importaba. El énfasis en los acontecimientos, el aura trágica de la que se rodeó al poeta por las vicisitudes políticas, quedaban rezagados ante aquella mujer a simples adornos de ribetes dolorosos. Ella lo leía, ajena a su entorno, comprendiendo a medias que cuando el poeta decía “sed con agua en la distancia, pero sed alrededor”, la prisión le pesaba como un mazo descargado sobre su alma. Obligatoria soledad, certeza del alejamiento final de la familia, desazón por la derrota sentida como privación de alegría.

Karina, así se llama, o ha adoptado el nombre, la dueña-trabajadora de este establecimiento de corte y tintura con tres sillas de las cuales dos permanecen cubiertas de plástico, percibía la tristeza del encierro, la necesidad del poeta por los suyos, en una ambigüedad que incluye a sus cercanos y a los hermanos que su credo ha adoptado y que se hace humanidad; angustia por lo perdido, sin entrar en detalles del por qué y menos en los hechos que desconoce, presintiendo en las líneas más fuertes de Miguel Hernández poemas de amor. Enseñándome, a mí que indagué la historia y la sociología, vano en la creencia de mi perspicacia y análisis, los instantes en que el poeta dice dos cosas o muchas a la vez, que mientras narra el tormento también afirma amor por la mujer que habita en algún lado, afuera, pero con una presencia tan real que su presunción de sombra desaparece.

Llegamos a compartir al Miguel Hernández nacido en Orihuela o quién sabe dónde, tal vez Sinaloa, quizá Cochabamba, en su esencia. De amante, esposo, padre, hijo, amigo, combatiente, soldado, sin caer en -llamémoslo subjetivismo ya que hablamos de una verdad desnuda- aquello de si pensaba de una manera o de la otra. ¿Podría un fascista, un hombre de derecha, leer y amar a Miguel Hernández? No lo dudo. Lo difícil en el tiempo tecnológicamente tan modernizado, donde el conocimiento general yace en la sencillez de un teclado, es que por uno o cualquier sendero nos enteramos de las cosas y discriminamos de acuerdo a las propias experiencias. No había tropezado, en cincuenta años, con lectura semejante. Tal vez la de un niño, un joven, que en el caso de Miguel no comprendería su dolor por el escaso conocimiento y quizá no llegase a comprenderlo, no el total. Pero esta era una mujer de cuarenta años, emigrada, vivida, escapada y sobreviviente de un mundo de machos armados hasta los dientes, de falsas interpretaciones de hombría, y sobre todo de la miseria que hace a las personas dejar su casa y su madre padre para comer, o comer mejor, o comer un poco. Cómo no podría entender ella los versos del poeta, desarraigado a la fuerza, violentado, y sólido como el hierro. No necesitaría averiguar siquiera que militaba en el Quinto Regimiento de acero para percibir la inamovible montaña de este hombre humilde y solitario. ¿Lectura descarnada, intelectual? No, plena de sangre y de besos.

Encendí el auto. Hasta la próxima, me despedí, dejando un billete de a diez en el mostrador. Me sentí ignorante pero reconfortado. Había aprendido algo nuevo. “Beso soy, sombra con sombra, Beso, dolor con dolor”, recité de memoria. El crepúsculo invernal se teñía de rojos y naranjas, inusualmente feliz.
12/12

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Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 16/12/2012
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 01/2013

Imagen: Miguel Hernández por Antonio Buero Vallejo

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