Sunday, December 30, 2012

Pueblo belicoso y belicista


La tragedia de Newtown, Connecticut, ha despertado disparatados comentarios entre nuestra gente. El usual: que los gringos son gente enferma, sociedad podrida; entre líneas se lee un falso “no como la nuestra, bucólica, deliciosa, tranquila”. Hay más agresividad en las calles bolivianas, mayor irrespeto y extrema prepotencia que en las de Estados Unidos. En Bolivia el Otro, a pesar de ser un pueblo amistoso a decir verdad, es el Enemigo. Pan de cada día, observable a simple vista, de fácil detección e imposible entendimiento. Con ello no doro ni quito culpas al asesinato en los Estados Unidos donde matar no es una de las bellas artes, según el viejo De Quincey, sino una costumbre.

La Segunda Enmienda, nacida a raíz de la guerra de 1812 contra los ingleses solo corrobora una práctica bien acentuada, o dos que podrían hacerse entender como una: autodefensa y avasallamiento. El hombre, con la venia de la escasa -en inicio- sociedad que lo rodea crea su propio bienestar, no se lo entregan. No espera que el gobierno vele por él, toma las cosas. Decisión trágica que moldea un país en el empeño y el tesón de su gente, y en la desgracia de quien se cruce con él.

Octavio Paz analiza las masacres en Norteamérica y las piensa como última expresión individual en una sociedad en que el individuo va perdiendo esa identidad. Sí y no, porque a pesar de ser una tierra regida por leyes muy duras, castradoras, en aras, se dice, de mejor convivencia, mantiene dentro de los límites de una casa, hogar o comunidad, un férreo individualismo, mayor mientras más rural y menos educada su gente.

¿Qué podía hacer para defenderse un individuo en el pasado, un inmigrante europeo por ejemplo, aislado en medio de la nada, del bosque horrísono e infinito? ¿En quién confiar, en el gobierno? No, su única seguridad era su rifle, la capacidad de activar el gatillo cuando necesitase sobrevivir, o decidiera ampliar sus posesiones. Práctica dual y antigua en la que hay que buscar las respuestas de hoy. La única defensa era la propia y en Estados Unidos, muchas veces o casi siempre, esa defensa se ha confundido con ataque.

Va desde la más humilde casa de Apalachia, donde hay hambre, escasos recursos, pero sobran Dios y armas, como en la crónica americana de Joe Bageant, Deer Hunting with Jesus, útil para entender la idiosincrasia de un pueblo todavía joven cuyos soportes han sido estos dos: religión y armas de fuego. De allí hasta las grandilocuentes expresiones de la Casa Blanca a tiempo de destruir objetivos que atentan contra la seguridad nacional. Derecho a protegerse, a reaccionar por cualquier medio ante la amenaza. A eso se añade una pizca de situación patológica y ya tenemos otra vez Newtown, el asesinato de los niños. Pero, deseo ser objetivo y afirmar que Estados Unidos, así no lo parezca, y los norteamericanos, son país y pueblo de profunda autocrítica. Queda esperanza.
24/12/12

Publicado en Séptimo Día (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 30/12/2012

2 comments:

  1. En tiempos históricos son sólo pestañeos, amigo Claudio. Las vértebras culturales no se cambian fácilmente. Sin embargo, considerando la magnitud de la población estadounidense y la cantidad de armas disponibles, los sucesos sangrientos parecen ínfimos. Lamentables, pero ínfimos. Si estuvieran de verdad medio locos de violencia no quedaría nadie vivo.

    Un abrazo

    ReplyDelete
  2. Tienes razón, Jorge. Es algo que no se analiza con calma. Yo no soy partícipe de las armas y no creo necesario tener una en casa, menos un fusil de asalto, pero hay que diseccionar los detalles con mucho cuidado, leer opiniones tan certeras como las de Paz, saber leer las estadísticas, etc. Complejo y controvertido. Pero hay una violencia peor en nuestras tierras, la violencia que acarrea la miseria pero se le da menos pantalla mediática que a la matanza de un desquciado como en CT, EUA. Abrazos.

    ReplyDelete