Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Mictlán es la tierra de Mictlantecuhtli, señor de la muerte. Consta de nueve infiernos por los que pasan las almas y son atormentadas con juicios.
No todas las almas van a Mictlán; sólo aquellas cuyos cuerpos materiales han perecido de forma especial: los que mueren al nacer; los que fallecen en el fragor de la guerra; los sacrificados que dejan su corazón aplastado contra la piedra sacrificial del Gran Cú; también los muertos por ciertas enfermedades. Cuando el soldado marcha a la batalla, teme. Tiene miedo del dios maléfico que se aferra a las armas, que ha de entrarse en él y arrebatarlo hacia el mundo del horror. Los felices niños que se mueven en el vientre de las madres se ven de pronto trasladados a espantosas cavernas, nueve en total, en las que habrán de juzgarlos, y darles luego de un largo espacio de cuatro años, el descanso final.
Cuatro años es el tiempo que ejercitan las almas en su paso por el subsuelo. Después de los nueve infiernos llegan a un lugar donde habitan Mictlantecuhtli y su esposa. Allí desaparecen o encuentran sosiego.
Largas jornadas, sin saber el destino. Tal vez se preguntaban los guerreros aztecas el valor, la importancia de la guerra. Les parecería absurdo morir para purgar un interminable castigo en las tierras de abajo del suelo. Es la pregunta que se hacen, debieran hacerse, todos los soldados del mundo. Sin guerras, Mictlán se reduciría, quizá hasta desaparecer. El horrible dios con cabeza de esqueleto, acuclillado en el fondo de su imperio, moriría de tristeza. Él y su mujer solos por las grietas de los infiernos silenciosos.
La especificidad de las muertes que conducen a Mictlán me da pavor. Pienso en los desaparecidos, sujetos a tortura y exterminados. Sus almas se van allá, y un sonriente Mictlantecuhtli agradece a los tiranos.
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Publicado en CORREO (Los Tiempos/Cochabamba), 19/12/1991
Publicado en PRESENCIA LITERARIA (Presencia/La Paz), 12/01/1992
Imagen: Mictlantecuhtli
Sunday, April 7, 2013
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Qué fascinación con la muerte la de los Aztecas! Aterra el solo imaginar los últimos minutos d los sacrificados en esos pétreos altares. Y no solo practicaban muertes horribles: Horrorizaban sistemáticamente, ya en vida, a sus gentes con la advertencia de q los esperaban tales, largos, espantosos y nivelados inframundos; uno más terrible q otro. Evoca al infierno católico, como vil mecanismo efectivo de sometimiento y abuso. Mezcla d ignorancia y desquicio. terrible.
ReplyDeleteSaludos, estimado Claudio!
Sí. La vez que percibí como nunca ese horror fue en El estrecho dudoso, de Ernesto Cardenal. Lo leí una vez y se me han quedado grabados para siempre los tambores que resonaban en la noche de las pirámides, el tiempo del sacrificio. Fascinación con la muerte. Y un país, México, que me apasiona y... fascina. Saludos, Achille.
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