Thursday, November 20, 2014

Homero, Troya, Micenas, Schliemann/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Creo que la única literatura que nos marca es la que leemos de niños.

En 1969, mis padres me regalaron una edición de “La Ilíada”. Leí con avidez sus páginas y lo he vuelto a hacer veinte veces a lo largo de mi vida. La Guerra de Troya tocó profundamente mi sensibilidad. Desde tal instante pensé que yo era “Héctor, de tremolante casco”. Esa idea no me abandonó jamás: de ahí quizá la soberbia... “Héctor, matador de hombres”.

Mas no es de mí de quien voy a hablar. Durante el siglo XIX, un helenista alemán, muy rico y obsesionado por sus lecturas de Homero, partió hada Anatolia en busca de Troya, contando únicamente con la guía de los poemas homéricos. Enrique Schliemann (1822-1890), desafió el mundo con un sueño infantil entre las manos.

Con la puntillosidad inherente a su condición de germano, fue analizando, paso a paso, la supuesta ubicación de Troya según Homero. Cuando estuvo seguro, comenzó sus excavaciones en una colina, túmulo de ciudades superpuestas. De acuerdo a la cerámica y objetos del tiempo de la guerra (2000 a. C. aprox.) paró el trabajo y dio a conocer su hallazgo. A pesar de su artesanal manera de comprender la arqueología, y de destrozos causados en las ruinas, Schliemann merece un gran sitial en la historia.

Otro hombre se hubiera quedado estático en su gloria, pero Enrique Schliemann era un soñador, un romántico. Se le metió Micenas, la patria de los Atridas, en la cabeza. A través del mismo procedimiento -el estudio del poeta ciego- Schliemann descubrió Micenas, con su Pórtico de los Leones. Encontró una tumba, “la tumba de Atreo”, y un tesoro. Supuso que era el tesoro de Agamenón y el mundo conoció a este legendario rey por una mascarilla mortuoria en oro. Mas tarde se supo que no podía ser de Agamenón, pero ese es otro asunto.

Schliemann convirtió los sueños en joyas que brillaban, en muros donde aún se escuchaba el sonido de las espadas.


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Publicado en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 27/10/1987

Imagen: La máscara de "Agamenón"

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