El poeta
cochabambino Edmundo Camargo en el poema “Atahuallpa naciendo de los
surcos” habla sobre “la paz del huiro en el dulzor del valle, la
patata de dedos subterráneos, las cuerdas de la lluvia en instrumento agrario
de bonanza.”
El “huiro” es el
tallo del maíz tierno, que tradicionalmente los habitantes del valle de
Cochabamba hemos saboreado, chupando el dulce jugo; el autor lo sabe y juega
con las palabras de manera surrealista (otra forma de versificar, convencional,
hubiera sido “la paz del valle en el dulzor del huiro”). Asimismo, Camargo
describe la raíz de la papa, otro cultivo del valle, con sus frutos adheridos a
ella, como “dedos subterráneos”. Finalmente, la importancia de la lluvia en
este ecosistema seco, perteneciente a la formación tucumano-boliviana, es
celebrada, que cuando llega es verdadera música para la buena cosecha.
Otro escritor
cochabambino, Claudio Ferrufino Coqueugniot, en su novela “Muerta
ciudad viva”narra:
“Llegamos a la
idílica Bella Vista, en la naciente de la montaña del Tunari. Frente a nosotros
abría la quebrada. Aguas blancas de espuma y heladas bajaban desde la usina de
Chocaya. Flojos camioncitos de Isuzu trepaban la cuesta hacia Ayopaya. En la
carrocería se contemplaban personas, ovejas, bultos, bicicletas y hasta un
ternero amarrado en la parte de atrás, con ojos de sacrificio”.
Acá Ferrufino
registra el paisaje de las faldas del Tunari a principios de los 80, una imagen
erótica de la cuenca –de hecho, en la novela, llega allá con su amante para
“echarle un buen polvo”–. Pero también visualiza el paisaje transformado por la
mano del hombre, como es la planta hidroeléctrica de Chocaya, que supuso una
modificación del curso del agua. Y el espacio intervenido como corolario, vía
apertura de caminos y expansión de la agricultura: los Isuzu que ascienden la
cuesta son los famosos camiones de la familia Montaño de Quillacollo, que luego
del 52 aprovecharon la apertura de caminos en la región y monopolizaron el
transporte y comercio de papas, gente, animales y objetos (la bicicleta, otro
medio transporte popularizado luego de la revolución de abril).
Estos son dos
ejemplos de lo que denomino literatura bioregional, aquel arte escrito que
tiene como referente creativo la ecología y la gente que la habita, en un
ecosistema determinado. Es aquella literatura que tiene conciencia del lugar.
Me interesa
reivindicar una literatura bioregional del valle de Cochabamba, como fuente
para reconstruir históricamente la ecología del valle y sus transformaciones
producto de la acción antrópica. Nataniel Aguirre, Man Césped y Adela Zamudio
forman parte de este honorable cuadro, entre otros. Una historia ambiental del
valle desde la literatura es una tarea por realizar. Asimismo, si entendemos la
ciudad como un ecosistema, desde la literatura se puede pensar la ciudad, como
el mencionado libro de Claudio Ferrufino, una descarnada etnografía socio
ambiental de la ciudad de Cochabamba.
Por otro lado,
una lectura bioregional de la literatura del valle cochabambino constituye un
insumo para entender la “identidad” valluna, resultado de una cuenta larga de
interacciones de la población local con su entorno, del aprender a vivir en el
valle. A fines de los 80, Xavier Albó se preguntaba: ¿Por qué el
campesino qhochala es diferente? Ampliaría el rastreo: ¿Por qué el poblador del
valle cochabambino es diferente? Desde las ciencias sociales se intenta
responder razonablemente, donde la literatura bioregional valluna, o
interpretaciones bioregionales de la literatura local, ya han dado
iluminaciones poéticas.
El autor es
sociólogo CESU-UMSS
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De LOS TIEMPOS (Cochabamba), 04/03/2018
Imagen: Raúl G. Prada, c. 1930/Paisaje del valle
Imagen: Raúl G. Prada, c. 1930/Paisaje del valle
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