Agradecido por la
presencia de ustedes. Quizá por primera vez oigan de una villa recóndita del
sur grande llamada Cochabamba. A pesar de que el retrato no es de rosa y de
jazmín. Incluso así… Bienvenidos.
Un saludo especial,
y mi agradecimiento, a LIMBO ERRANTE por la valentía de publicarlo, hoy cuando
el ser editor equivale casi a suicidio. Y a los que lo presentan, entre amigos
y otros, al querido Miguel Sánchez-Ostiz, maestro en artes ocultas, samurai
navarro en la cumbre del Potosí.
Mis libros
siempre han tenido algo de autobiográfico. Incluso en las situaciones más
sórdidas. Sino como actor, como público, lo que me hizo partícipe, cómplice.
Cochabamba es una
ciudad -o era- verde donde se come bien. Bucólica, intimista, plácida. Hasta la
chicha, que en Muerta ciudad viva semeja casi un monstruo, formó por centurias parte
de tal ambiente, prestándole al panorama inmensos cántaros llenos de licor de
maíz, medio enterrados, a la sombra de las vides, en la tarde, con los
parroquianos ensimismados algunos y dándole a la rayuela o al sapo, otros. La
parra y el molle, y esa planta roja, el jamillo, parásita, que presta tintes
preciosos a las ramas de las que se agarra. De fondo la majestuosa cordillera
del Tunari, con un pico en forma de muela rellenado de blanco. A cinco mil
metros. Abrevaba allí el Inca.
Azul cielo. Agua
mansa. Mantas tendidas sobre el pasto y humeantes choclos acompañando
chicharrones recién salidos de grandes peroles de cobre. Ciudad para viejos, buena
para envejecer y morir. Remanso con dotes de casa de retiro.
Mas tiene sombra.
Dirán que toda
ciudad la tiene. Pero, al menos entonces, era inverosímil para esta. Villa que
daría para la nostalgia de César Vallejo (en el fondo de casa también crecía el
capulí de sus amores, de su andina y dulce Rita de junco y capulí). Pero
Vallejo quedó abandonado, devorado por el misticismo del mal, de la mugre, de
la angustia y todo. Por la tristeza quechua. Del terror del indio y el odio
español, que juntos parieron confundidos hombres cuya cabeza se pierde en y con
el alcohol. Hombres de miembros erectos y azorados. Que aman, o suponen amar, y
que destruyen para dejar rastros de dolor.
Dije que era una
historia de amor y lo sostengo. El fondo peca de dantesco, sin embargo, porque
para quien penetró en el arcano de la villa de adobe, no hay otro fondo. A
pesar de ello, relucen tramas multicolores de textiles indios, y doran los
platos maíces blancos junto a papas moradas. La gente ríe y humea a chorizo.
Ají rojo y amarillo.
Al sur, donde
apiñan a los pobres, niños disputan tripas con los perros. Pero no es tan
simple como una disección social. Oxímoron. De tan vivos muertos estamos. Y al
revés.
2018
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Ilustración: Dibujo conmemorativo de Lander Zurutuza, 2018
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Ilustración: Dibujo conmemorativo de Lander Zurutuza, 2018
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