Saturday, January 4, 2020

Tiempo

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

a Daniela Billus, en Budapest

Manejo por la avenida Alameda que cruza Denver y penetra en Aurora, la atraviesa, y se pierde en la pradera, por 500 millas, incluyendo Kansas. La pradera de Karl May, el escritor alemán que nunca la vio, pero que la presentía. Claro que no es la misma, ya ni indios ni bisontes hay. La avenida Alameda se insume en el tiempo mientras evade los círculos gigantescos de unas instalaciones militares desde donde se controlan satélites.

En un momento la radio toca Time de Pink Floyd. Recuerdo a Ricardo, amigo, médico, genio electrónico, mal esposo, buen padre, solitario, a quien un extraño cáncer destruyó. Quiso eludirlo, con fórmulas de laboratorio que más que remedios eran tristeza de alcohol. No lo logró; tampoco uno de los miembros de Pink Floyd que tocan aquel eterno Tiempo. Ni sé cuál, murió hace unos días, sobrevivido por esta bella canción que es desahucio y desaire a la vez.

Pienso en la gente alrededor, en los que se ligan o ligaron a mí por cualquier razón. Cuando contemplo que el tiempo se va de las manos, que los instantes son mayormente perdidos en presagios insolubles, en deseos insatisfechos y en acciones a medias, me doy cuenta de lo poco que hacemos por aprehender lo inaprensible. Peor aún si doramos la supuesta necesidad de tiempo y de silencio con dramones de modista, de actriz en barlovento. De pronto, cuando la furia de los minutos se abata con rapidez de tornado, la senda que llevaba atrás se habrá borrado y, es lástima, sólo quedarán oscuridad y polvo, que el Yellow Brick Road del Mago de Oz, o del músico Elton John, son ilusión.

Disquisiciones sobre el tiempo las hay. Esta no es una. Anoto lo que se me ocurre ahora, cuando la lluvia deja lugar a un mortecino sol que perecerá más tarde ante el invierno. Somos presuntuosos queriendo creer que existe un mínimo dominio nuestro sobre las horas. Nos protegemos con ventanas, con casas, con escuelas, con cuarteles. Creemos haber dejado al enemigo afuera y de pronto está allí, en el comedor, jugando contigo una partida de ajedrez predestinada. Peor si no sabes jugarlo, si lo encubres con satines de novelón. Mejor permitir que corra, porque el tiempo es el viento, y si te sumas a él te invadirá la frescura, mientras que si te le opones te tumbará con tus dotes de bailarín flamenco, de salsera vieja, de mimo empedernido, de eterna beba, de indispuesta sexualidad, de deshonrosa hombría y de alharacas de amor.

Que Pink Floyd siga tocando Time. Recuerda a los amigos. No recuerdes tus amores que son lo primero crucificado en el vaivén de las horas.
13/05/08

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Imagen: Armand Schönberger, 1932

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