Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Leo un
extracto de George Steiner sobre los cafés y el espíritu de Europa. En Facebook.
Ventajas de leer lo que uno no buscaba y que interesa. Muchas mentes piensan
por la tuya y entre ellas hay que saber discernir, escoger, disfrutar o perder
el tiempo. Con Steiner no hay pérdida; mente poderosa y erudita. El café, dice,
y va de Lisboa y Pessoa a Odessa y Babel.
Mi padre
coleccionaba servilletas de los cafés argentinos, Córdoba y Buenos Aires.
Tenía, solo él, larga lista de visitas programadas, y el motivo, fueran Homero
Manzi o Borges. En cada viaje la lista iba disminuyendo para aumentarse al día
siguiente. Lector incansable, como eran mis dos padres, siempre aprendía acerca
de nuevos antiguos lugares con historia y aroma. Decir, rememorando sus
lecturas y consejos, que ambos leyeron hasta el último aliento. Con papá
hablamos del exilio del hombre que amaba a los perros, de mi amigo Yefim y los
manzanos de su jardín en Pavlodar, no lejos de Karagandá, del gulag. Mamá,
sentada con almohadas en la espalda, hasta pocas horas antes de irse tenía
abierta ante sus ojos la saga de Roger Martin du Gard. Libros que son iconos,
que ilustrarán mi biblioteca cochabambina un día cuando, subido a la terraza,
vea al fin, de nuevo, con ojos treinta años después, el Tunari, y huela la
tierra o escuche quebrarse la qewiña color de sangre coagulada.
Luego de su
periplo por el centro, del cortado en el café de la plaza principal, del lustre
de zapatos y compra del diario, del almuerzo, la siesta y el té at five, se
sentaba a traducir la Enciclopedia Británica, a mano, con letra diminuta, casi
código secreto. Así hizo su diccionario trilingüe, nunca publicado, de
quechua-español-inglés, con minuciosidad de cirujano, agachado, Andrea
Vesalius, sobre los órganos de su interés. Anatomista de letras.
Cierta vez,
caminando por Odessa, no muy lejos de la Ópera, entré a un “Club de caballeros”.
La hostess era una diosa rubia de un metro ochenta y piernas tan largas, y
descubiertas, que hubiesen abarcado Rodas entera. Solícitos ayudantes tomaron
mi chamarra y me senté en un cuarto casi en penumbra, o luz roja era pero no
brillante. En el estrado, en dos postes de piso a techo hacían malabares dos
desnudas, hermosas como borrachera.
Sonrisas.
Sunrise del anochecer.
Cerveza,
pedí, local, lager, y un vasito de ron. De un listado de media docena de rones
escogí el guatemalteco Zacapa, el más caro, el mejor. A usanza irlandesa,
reemplazando el whisky por licor de piratas, tomaba largos tragos de cerveza y
los mataba con cortos. Hombre solo, marinero en tierra, al lado del mar, de
Eisenstein y los sueños. Había salido con Anastasia esa mañana. Pelirroja que
me llevó de la mano de la literatura a los atamanes. Noche de Mishka Yaponchik,
que Isaac Emmanuilovich llamó Benia Krik; faltaba tango europeo y canto
femenino en dúo. Bellas sobraban, o estaba en el paraíso musulmán. Quizá había
muerto y por gracia de Alá me concedieron miles de mujeres reservadas para mártires.
Martirio, cueca que bailé hasta morir,
tal vez por eso… Ibrahim Ferrer canta Dos
gardenias. Que la noche tenía tinte romántico, por supuesto, en un bolero pletórico
de pezones y muslos cubiertos con medias de seda.
En otras
mesas, turcos, rusos y ucranios, varios cortados al rape y tatuados. Parecían
feroces, pero los ignoré. Se acercó una muchacha y pidió que le invitara
champaña. Vamos, claro, lujoso trago berreta, del barato en su totalidad.
Fueron tres botellas para tres damas que apenas vestidas luego del show se
sentaron conmigo. Recuerdo el nombre de una: Luna. Trepaba por el poste hasta
el tope, unos dos metros arriba, y giraba como los voladores mayas pero sin
parafernalia. Plumas de guacamayo en forma de glúteos suaves de piedra pómez.
Se tomaron
fotos, siguió el ron puro ya, sin pretexto de cerveza. Otra vez, hombre solo al
lado del mar con visiones de fuego. Afrodita y Atenea, Venus y Minerva, baldosas
de calles con rocío umbrío. Besos y senos apoyados en el hombro, olor de
juventud con azahar de mercado. Me llamó por teléfono un amigo desde
California. Al saber dónde estaba pidió que activase el video. Lo hice, y cuando
lo vi, aquel rostro ajado, desencajado y patético, cerré la transmisión en vivo
para seguir en voz. Puta, me dije, ¿estaré yo también así? Ni sombra de la
sombra. Las jóvenes cumplían lo suyo de piropo y caricia, extorsionando
dulcemente al viejo para hacerle creer que Apolo se sentaba con ellas y que el
rutilante Marte las tenía encandiladas. Sueño, sí, pero no soy bobo, y jugué el
papel que quería jugar, la rememoración en carne de la Odessa erótica. Estaba
Babel junto a Froim Grach, águila entre las águilas. La muerte seguía viva y vestía
manto de fantasmas. Era Odessa, el negro mar, Aquiles y los mirmidones, Hécuba
en llanto interminable. Ni era luna, ni los labios dulces de esa que parecía
anatolia. El Zacapa hacía efecto, Claudio habíase esfumado y en su sofá
descansaba el khan de Crimea y sus huríes. El sable al lado, cimitarra y yelmo.
Por la piel se deslizan dedos. Mantequilla.
Pupilas
llenas de nubes, ron pendenciero y eso que no busqué pendencia. No presté
atención a los cuervos que observaban. Pagué, me abrazaron. Di besos directos y
a mansalva, la mano sintió la redondez del mundo en una nalga, en dos, en tres
y en dieciséis. Mi chamarra, demandé. Era tan pesada la Levi Strauss que
pensarían que cargaba pistola. ¿Taxi?, ofrecieron. No, caminaré. A las dos de
la mañana es peligroso en Odessa… No importa, a mí quién me va a asaltar. Me
respalda una legión de diablos, de ángeles enojados caídos. Si crucé el ghetto
negro a las mismas horas, por años, sin que nadie jodiera, por qué tendría que
ser diferente. Llegué al hotel, me desvestí, olía a mujer y ese es a veces
perfume fatídico, pero aquella noche escanciaba poética. Si soñé, quién sabe,
pero pensé en papá, al viejo le hubiera gustado acompañarme.
Los kioskos
de Odessa estaban cerrados. El parque central tenía luces y los árboles dormían
cubiertos de oscuro.
Humo de
Zacapa escapaba por la boca, subía al cielorraso y retornaba a mí con caderas
de Luna. Brillan tus ojos, los míos, de los cuatro brillan los ojos, qué
lujuria.
Odessa
descansa. La miro antes de desmayarme. Estoy tan lejos del mundo, tan ajeno al
dolor.
09/02/2022
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