Sunday, October 14, 2012

Los pasos del Che


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En casa nos formamos sin iconos: ni vírgenes, Cristos, revolucionarios. Ninguno decoraba las paredes. En la biblioteca del largo pasillo, al lado de bloques de vidrio que permitían pasar mejor la luz, la cosa era diversa. Se hallaban Papini y su Historia de Cristo, como el Manifiesto Comunista y El corto verano de la anarquía, de Hans Magnus Enzensberger. Y Mi lucha (Mein Kampf). Leer, no idolatrar, esa la idea, supongo, detrás de la educación de mis padres. La Biblia participaba también como un libro más de asuntos interesantes, no como objeto de dogma.

Crecimos con el Che. Nací en 1960 y desde temprana edad sonaron los nombres de Cuba y Ernesto Guevara en nuestras conversaciones. Che, además, había vivido en la sierra de Córdoba, como tías mías y mi madre en Córdoba capital, lo que lo hacía cercano, hasta familiar. El nombre de Cuba hoy ha perdido mucho de su encanto, hechizo tal vez, sin que ello impida que a pesar de todo, la “isla” sea un hermoso país. Resulta complicado, difícil, deshacerse de los ideales que nos alimentaron.

Recuerdo un atardecer, mientras el crepúsculo se ahogaba en el mar y el bus corría por delgados caminos vecinales, que miraba el Escambray y ni pensaba en la otra guerrilla, la no castrista que hubo allí, llamada ahora “de bandidos”, sino en el Che. Lo mismo en Cienfuegos, inventándome historias con la chatarra militar que la invasión de Cochinos dejó por el campo. Dudo que incluso un análisis somero de la experiencia socialista, guerrillera, los errores de concepto y planificación de la experiencia boliviana, la inmundicia de la traición y el abandono, alejen de mí la admiración que sentía, y aún siento, por él.

A fines de los setenta, principios de los ochenta, varios amigos viajaron de incógnito a entrenarse en la isla. Todavía entonces, una década después, se creía en la estrategia de la lucha armada por una facción de élite. Tenía, aparte del hecho de la aventura, el aliciente cercano de la victoria sandinista en Nicaragua, hecho que festejé con alegría. Lo mismo cuando hicieron volar a Somoza en Paraguay. Sobre esto, mucho después, leí un libro que escribía el hijo de Massetti (absurdamente muerto en Salta), y comenzó a desfallecer el ímpetu “revolucionario” que se originó en la zozobra de 1967 cuando lo que más se esperaba eran noticias de Ñancahuazú.

La muerte del Che no tuvo entre nosotros ese flujo mesiánico que corrió por el mundo al ver el cadáver con un dejo de sonrisa e imagen de profeta. Che, lo que nunca hubiese él querido, nacía allí como asombro, religiosidad, y el trágico destino de convertirse en icono pop de la sociedad de consumo, asunto aprovechado incluso en la Cuba que amó. El mito arrasó con la idea. Hoy lo venden al lado de Marilyn y John Lennon.

¿Que si se equivocó? Hace unos años, antes de otro mesianismo oscuro, el de Evo Morales, creí que no cuando vi una foto del New York Times de un campesino de Eterazama, de los que combatían a los soldados, con la figura del Che. Vana ilusión. En Chapare no se acunaba una revolución guevarista; era simplemente otra manera de aprovecharse de una imagen que por encima de la muerte sigue teniendo algún significado. El presidente de Bolivia protege sus espaldas, en palacio, con la famosa toma de Korda. No tiene implicancia ideológica. Che incluso sirve para una experiencia de capitalismo salvaje, de pillaje con etiqueta de socialismo, como sucede en la Bolivia actual. Destino inevitable de los grandes hombres.

Antes de su muerte, ambicioso lector que fui de niño, recorría siempre los reportajes que hacía Siete Días Ilustrados, de Argentina, sobre los focos guerrilleros de América Latina. En Guatemala, en Venezuela, con las constantes voces de que Che andaba por allí. Y estaba en África, al lado de quien el comandante consideró inútil: Kabila. Kabila llegó a presidente; Che se pudrió bajo el concreto de una pista de aterrizaje, vilipendiado por la deprimente casta militar boliviana, traicionado por su no menos deprimente izquierda. Se equivocó entonces. Pero no todo por ser Bolivia. Las lecturas eran erróneas. El mundo no funciona según patrones, así parezca.

Atrás en el tiempo, en un cinéma de avanzada en Denver, miramos con mi esposa la película del segundo Che. La primera de Soderbergh mostraba al triunfador. La que presenciábamos, al derrotado. No era la derrota en sí. El filme abundaba en tristeza, en la desesperación inútil de contemplar un absurdo: hombres deambulando en busca de poco de comida, olvidados, abandonados. Épica de tragedia griega, últimos destellos de grandeza humana, para luego caer pasto de la insania, la locura, estupidez que dejaron los gringos en nuestros países con la pesadilla de la seguridad nacional. Digan buen día a papá, denle matarile.

Humberto Vázquez Viaña, hermano del “Loro” (cuya forma de morir atormentó incansable mi infancia), escribió no hace mucho dos libros (Editorial El País, Santa Cruz de la Sierra) sobre hechos de los que fue testigo presencial: la guerrilla del Che, el nacimiento y fin del ELN. Documentos imprescindibles para hacer revisión de nuestra historia. Pero, en ámbito más privado que académico, desazón de escuchar lo mal que se programaron las cosas, las deficiencias logísticas, la miseria intelectual y espiritual de algunos actores en contraste con la inmensidad de otros. Relatos en que lo político deja lugar a una historia de hombres llena de traiciones, desencuentros, fracasos. La incansable pregunta de mi padre que cómo un hombre como Che vino a morir acá, en qué pensaba. Los comunistas locales sufrían de las mismas taras de aquellos a los que deseaban combatir.

En Los Ángeles, 1997, exhibieron una colección gráfica sobre la figura del guerrillero argentino-cubano. El espíritu difería de aquel del mercado. Lindo homenaje. Resulta extraño que hoy bailemos -ritmo similar- Hasta siempre, comandante, con la misma soltura que lo hacemos con El chacal de la Cabaña. Dualidad nuestra ¿O dualidad del Che?
3/10/12

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Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 14/10/2013
Publicado en ATLANTICA XXII #25, Asturias, 03/2013

Imagen: El Che, Ernesto Guevara, enquête sur un homme de légende, documental de Maurice Dugowson, 1997


2 comments:

  1. Golpeas el alma. Muy amigos míos murieron en Teoponte, convencidos que era una inmolación por mejorar la humanidad...
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    1. Es historia muy triste esa, y la de Ñancahuazú, Fernando. Mira en lo que vino a resultar el ideal. Un virus.

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