Friday, November 28, 2014

Escribir con hambre/CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El maestro Monterroso, hablando en El mono piensa en ese tema, dice: “(…) ese tema del escritor que no escribe, o del que se pasa la vida preparándose para producir una obra maestra y poco a poco va convirtiéndose en mero lector mecánico de libros cada vez más importantes pero que en realidad no le interesan (…)” y muchas cosas más relacionadas con este ridículo y glorioso oficio de escribir.

Siempre me consideré ajeno al mundo de los escritores en cuanto a gremio. Mi alejamiento geográfico también ha sido autoexilio premeditado. No porque me considerara afectado por las personalidades del medio en sí, sino por una manía solitaria de disfrutar mi tiempo y mis cosas aislado. No fue hasta la aparición de las hoy imprescindibles redes sociales que comencé a establecer contacto con colegas de la pluma, a veces del puñal. No me arrepiento de ello. Me doy cuenta de lo enriquecedor que suele ser compartir con otros, pero abrumador al mismo tiempo. Ya en Cuba, como jurado de un evento literario internacional, me sentí como pato entre cazadores. Todos hablaban, excepto los cubanos por las circunstancias, de sus encuentros fortuitos o preparados en los lugares más diversos. El festival Hay, en Cartagena de Indias, en Berlín, en bienales y ferias del libro. Me sentí tercermundista, alienado, gleba, criminal y comprendí que esto de la literatura, y el arte en general, es un negocio, y que hay mercados, negociados, cuotas, de cuántas cuotas puede por ejemplo tener un país como Bolivia en la tienda literaria mundial. ¿O creen ustedes que se daría cabida a una treintena de autores de Burkina Faso?, por supuesto que no, sin importar que esos notables treinta negros de una desgraciada región sean magníficos. Pasa lo mismo con nuestro país, objeto de mirada de folklore y poco más. A veces no prima el talento, ni siquiera interesa.

Me echarán en cara el tema de Irlanda, mínima Erin con pléyade de geniales escritores. No es el caso. No hagamos política…

Guardo como un recuerdo muy preciado mi inclusión en la Unión de Poetas y Escritores de Bolivia, filial Cochabamba, siendo yo muy joven. No anoto nombres ya que son muchos y no hay que olvidarse de ninguno, pero era admirable como aquel grupo de poetas, narradores, novelistas, varios surgidos de las oleadas de Gesta Bárbara, dedicaba su tiempo a promocionar, discutir literatura, a producirla y a leerla. Invitaban a escritores del país a encuentros, o íbamos nosotros. Sé que hubo quien desdeñara su labor, desde una óptica sectaria y supuestamente moderna. Aquellos “viejos” tenían el espíritu indomable del arte y la rebelión. Al lado de sus corbatas o títulos académicos eran capaces de impactarse con textos de nueva literatura, o de querer, como me lo dijese uno alguna vez, vivir aquello de manejar ebrios por la capital de EUA, escuchando a todo volumen Born to Be Wild. Lo decía alguien que se hizo adulto apenas acabado el asunto del Chaco.

Escribir con hambre. La figura del Licántropo, Petrus Borel, haciendo oír desde el África la terrible expresión j’ai faim, tengo hambre, en una opción que de alguna manera rememoró Rimbaud y que no son (las dos) del todo inexplicables. O Simone Weil dejándose morir de anorexia bajo un entramado teórico que parecería enajenación. “Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba, no son como yo creía”, suena el vallenato en el tocadiscos, y es así, tan simple como la versificación popular, que de seguro un atolondrado, y grandioso, Fernando Vallejos escupiría encima sin quitarle su verdad. Hallar un sendero por el que discurra la literatura, la propia, suele ser engañoso; quizá mejor ni buscarlo. Parto de la premisa que hay que vivir, vivir para contarla, si se quiere, no con ánimo de desmerecer cualquier otra búsqueda o de imponer rangos de valor a lo creado. Creo que cada quien lo hace a su manera, y, volviendo a la Weil, que al destinarse ella misma en persona a la experiencia del sufrimiento de los oprimidos, tal vez lograra lo que deseaba. Lo hice, en circunstancias muy distintas, y con personalidad en nada similar: me entregué a la dureza del trabajo físico, a martirizar el cuerpo como un yunque, la fragua donde Vulcano funde los escudos de los héroes argivos. O lo pensaba. Con los años he logrado no solo digerir los largos lustros de encantamiento obrero. Lo que aprendí nunca lo hubiera leído, porque hubiese sido de segunda mano. Y a veces pienso en cuánto ha influido ello en mi labor de escritor. Claro que es una carrera contra el tiempo, y los límites de la experimentación podrían ser fatales. ¿Acaso importaría? Porque no comprendo el empeño de eternizarse en algo, ni en un papel con algo magistral escrito. Será que no creo en la eternidad y sí en el placer.

En ocasiones nos emborrachamos con Víctor Hugo Viscarra. Hoy que otros han valorado su obra, los intelectuales se desesperan por ligarse de cualquier forma inverosímil a su memoria, su existencia, su legado. Cuando nos veíamos siempre andaba jodido, hambriento, dispuesto a aceptar migajas con un rictus sarcástico. Vivió lo que escribió y viceversa, y dentro de la tragedia de sus años creo que fue feliz. No recuerdo hablar de literatura con él, aparte de unas menciones a que su nombre venía desde el gran francés. La conversación giraba acerca del trago, de la capacidad de beber, de duchos y de pollos. Regalaba imágenes de crueles meretrices y arduos copófragos. De Sáenz no quería oír, para él no era más que un “Tribilín”, que en la jerga de nuestro tiempo era algo como un  huevón.


Otro fue mi querido Raúl Choquetaxi, desconocido porque jamás publicó. Era la literatura andante y la astucia de su vocabulario creaba estilos que sin duda en otro contexto y otro país le hubiesen dado fama. Caballeros medievales con las limitaciones, absurdos, luminosidades y grandeza de nuestro ser mestizo. Pasaron por allí, por las chicherías de extramuros, de inframundos, y me pregunto qué valor tiene la desesperada persecución del prestigio, el acicalarse para aparecer en las mil y una noches del mundo literario de nuestros escritores locales. Mejor sentarse a disfrutar de la tarde, a ver caer las frutas de los manzanos que por ahora están solo floridos. Pregúntenselo a Newton.

______
Publicado en CRÓNICAS DE PERRO ANDANTE (con Roberto Navia), La Hoguera, Santa Cruz de la Sierra, 2013.

Fotografía: Ligia Ferragutti, 2014

4 comments:

  1. Decía un escritor chileno, creo que Edwards, que en las cenas y otras reuniones informales de escritores se hablaba de todo menos de literatura, de que parecía más un concurso egocéntrico de saber quién había publicado más libros, vendido más ejemplares y en cuántos idiomas. Sabrosa crónica nos compartes y la foto es más jugosa todavía. Acabo de publicar un breve post sobre el uchu palqueño, si te puede servir algún dato, aunque no creo que me haya salido medianamente sabroso como el que me zampé hace una semana en casa de unos primos, je. Un afectuoso saludo.

    ReplyDelete
    Replies
    1. Gracias, José. Esas sociedades de pavos reales felizmente no forman parte de mi entorno. Mejor solos que mal acompañados. Respecto al texto sobre el uchu, pásamelo, o lo buscaré en El perro rojo, tu blog. Saludos.

      Delete
  2. Mil perdones por el descuido, aqui va el link. Saludos de nuevo.
    http://perropuka.blogspot.com/2014/11/una-tarde-aurorista-y-un-aji-de.html

    ReplyDelete