Saturday, July 16, 2011

De Chaco y Parapetí/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El escritor David Acebey cuenta de viajes a caballo por tres días. Sugiere que en el siglo veintiuno hay todavía lugares tan alejados de Dios que cuesta tres noches de sueño y dos mañanas de calor alcanzarlos. Me alegra.

En la intimidad de mi pensamiento mixto, mixturado mas no confuso, se entreveran historias de la guerra del Chaco, el hambre guerrillera de Guevara en el monte, vislumbres de Cuevo, anchos pantalones de cuero, Bolivia, Argentina y Paraguay, reyezuelos chiriguanos, petróleo, la siesta en Villamontes...

Cruzamos en bote, como cuarto siglo de recuerdo, Delia, mamá y yo, las ondas del Bermejo hacia Aguas Blancas, creo, Agua Blanca quizá, del otro lado. Y mil veces deambulamos por Güemes, Embarcación, Pocitos, Tartagal, sacándole un gusto al Chaco que jamás se me quitó.

Tuve un amigo chaqueño: Simón Vides, y su amigo, y la amiga de su amigo que cantaba de amanecida canciones de Ramona Galarza trayendo un poco de mistol y quebracho al desolado sur cochabambino, pleno de espectros de cementerio y un arroyo negro, la Serpiente Negra, que orillaba las chicherías cerca de las vías del tren.

En la cueva de la casa, aire acondicionado para engañar al sol, las Voces de Orán cantan "el que toca nunca baila". Si tocas, bombo, fuelle y violín, no puedes bailar. Hombres y mujeres para ti, cantor, sólo sombras que se mueven en tu voz. Pienso y aseguro que nunca vi pies al chaqueño Yalo Cuéllar porque escondía el cuerpo en el polvo de su tierra que evocaba. "El que toca nunca baila, me dijo el Payo Solá".

David Acebey nació a orillas del Parapetí. Yo nací en la clínica San algo. Promete, en las doce de mediodía, en una plaza que nos reúne parcialmente, un viaje junto al gran río. En meandros y esteros buscaré el alma aventurera que nos niega mi situación.

Compro un libro expedicionario, tanto que gusto de Richard Burton y de viajes al extremo del mundo; me deleitan, lo confieso, las películas de Simbad de la década del cuarenta. El libro, expedición francesa al Chaco -1883/1887- ayuda con los sueños.

Preferiría, yo que monté una sola vez un potro en Tiquipaya para impresionar a unas señoras alemanas y logré paspar la entrepierna, esos tres días de caballo en romería al agua. Pocas cosas cambiaría por mi comodidad, y una de ellas, sin duda, un viaje al Parapetí.

Chaco, país en sí, distinto al adusto Ande y al obsceno trópico, con Yacuiba y extremos en Salta y Asunción.
17/08/03

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Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto, 2003

Imagen: El Parapetí

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