Saturday, November 3, 2012

Ayopaya: el mundo perdido

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

para Hugo y Joaquín Ferrufino Murillo

Arthur Conan Doyle, autor británico, situó su "mundo perdido" detrás de los pasos en la cordillera de los Andes, en Colombia o Ecuador.

En Cochabamba, más allá de las montañas, se abre la tierra de Ayopaya, extraña y rezagada en la historia. Otra suerte de "mundo perdido" cuyo acceso está en las quebradas. Una de ellas, La Llave, se inicia cerca del poblado de Anocaraire. Es el antiguo camino de herradura que, bordeando el Tunari por su lado oeste, lleva a Morochata.

Se deben atravesar tres apachetas antes de vislumbrar el pueblo. En la más alta, El Negro, la coca y las piedras que tiran los caminantes como ofrenda, por siglos, forman grandes montículos. Ruta de ingreso a la republiqueta de Ayopaya; las cuevas de los guerrilleros continúan abiertas al cielo. Por allí bajaba Martín Lanza a Quillacollo. Canciones en quechua lo recuerdan.

Vencidos los picos se ve Morochata, abajo. Cuatro horas dura el descenso. Hasta el último kilómetro, ya viendo puertas y casas, parece que el pueblo se alejara, no quisiera recibirnos. Una inmensa roca, en el río de entrada, descansa vigilante.

Cuando llueve, el agua baja turbia por las callejas y se junta con la chicha. Una rayuela embarrada, al lado de la pared que se derrite en lluvia, es mi más estrecha memoria del pueblo.

Cuenta mi padre que en la quebrada de Chinchiri oyó el lamento de una mujer, la asesinada en pena de la leyenda de los indios viejos. Grieta vegetada... y un riachuelo. El viento viene frío de Yayani y tiene voz.

Los campos no cambiaron. Caminos de lodo hundido. Los muchachos hablan de fuegos azulados que salen de la tierra cuando hay sombra de medianoche. Son enterramientos que brillan. Oro maldito que nadie quiere. Mi abuelo Armando lo sabía, era rescatador de tesoros. Reunió mapas, exactos, pero no riqueza.

Rebelión indígena de 1947. Mi padre, entonces soldado, escuchaba la dinamita saliendo de la noche. En las cumbres, alrededor, ardían las fogatas de los insurrectos. Cosa de demonios. Los pututus llaman a la muerte como horrorosos mugidos de vacas muertas.

Pueblo de Independencia. De fiesta, las chicherías tejen sus banderas con flores de campo. Colores llamativos sobre las puertas invitan al rito del maíz. Viejas familias, aristocracia anciana y pueblerina, siguen habitando la villa, con los ademanes torpes de quien ha sido excluido del mundo.

Sanipaya era la hacienda de mi abuela. Una muralla de grueso adobe, de una hectárea, encerraba la casa. Hoy es ruina. Nadie vive en el silencio de los pasillos caídos. Los árboles continúan, no todos, con su tiempo que es mayor que el de los hombres.

La abuela contaba de fuentes termales que se elevaba en el aire; allí cocían los huevos. Hablaba de grandes monedas españolas que traían los sirvientes (guardamos algunas del siglo XVIII). Cierta noche, un indio apellidado Fernández recorría el campo con su mula. Se retiró a dormir debajo de un sauce y amarró al animal. Al amanecer lo despertó un ruido metálico, como algo que golpeaban. La mula pateaba el suelo, enloquecida. El individuo cavó algo que parecía ser un cofre, a flor de tierra. Era un tesoro colonial. Ese fue el origen de la fortuna de los Fernández, ahora mestizos y ricos, en Ayopaya.

La hacienda tenía tres climas: de montaña, valle y semi-trópico. Se extendía veinte kilómetros de un lado por treinta del otro. Había formado parte del Marquesado de Montemira, conjunto de cinco haciendas de la región: Sanipaya, Cuti, Huallipaya, Saylapata... que pertenecieron a cinco hermanas, entre ellas la madre de mi padre, Neptalí Murillo, descendiente en línea directa de Pedro Domingo Murillo, mártir e incendiario.

Me acongoja esta tierra hundida lejos de mi vista. Quiero ir; dormir en los eucaliptos del bisabuelo; hablar con las sombras. Ilusión. Ahora que llueve, por ejemplo, que el mal tiempo cubre las montañas, no podría encontrar el camino. Hallaría gente y cosas de mi época... y no quiero saber de ellas. Busco un pasado al que no puedo entrar.

Al norte se ubica El Crestón, fortaleza incaica que domina las alturas. De arriba se ven los ríos. Las piedras aguardan por invasores que ya no vendrán. Todo esta muerto en Ayopaya, todo dormido, detrás del Tunari que esconde la historia y esconde el oro, para siempre.
1992

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Publicado en CORREO (Los Tiempos/Cochabamba), 30/01/1992
Publicado en SIGNO (La Paz), enero-abril, 1992

Imagen: Sobre dirigido a La Paz. Marca provisional FRANCA AYOPAYA, circa 1895

4 comments:

  1. Me he conmovido profundamente con su repaso por el embrujo de Ayopaya, pues yo he vivido hasta los 16 años en Independencia, por tanto conozco bastante bien algunos de los lugares que describe. Mi familia es originaria de la región. Mi abuelo paterno, don Alfredo Crespo Rodríguez (primo del escritor Renato Crespo Paniagua) tenía su hacienda en Rodeo, camino a Morochata, cerca de Santa Rosa y Yayani.
    Pero lo que más me ha sorprendido-qué pequeño es el mundo-es su referencia a las tierras de Sanipaya: mi abuela paterna que murió hace pocos años atrás a los 94 años, se llamaba Virginia Bustillos Murillo y, en su lucidez tan clara como el agua, me contó algunas veces que su familia tenía una hacienda en la citada Sanipaya. Ella tenía una hermana, Arminda, que vivió toda su vida en Suri, Inquisivi.
    Tal parece, estimado señor Ferrufino, que estamos emparentados. Menuda sorpresa para mi conocer acerca de sus orígenes. Para cualquier duda le dejo mi correo, puedo enviarle una foto actualizada de Independencia, seguramente el pueblo más verde de toda Cochabamba.Un cordial saludo

    E-mail: villaperros@gmail.com

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  2. Así parece, José, y me place. Sé de buenas que estamos emparentados con los Bustillos. Le preguntaré a mi padre al respecto. Conozco a Renato y a sus hijos. Y Magda Thames, hija de don Eliseo Thames, pariente de los Crespo, me regaló hará un año una manta masculina, no recuerdo cómo se llama, de vicuña, hermosa, de unos cien años o más (de Palca).
    Esa región me apasiona y un día quisiera tener una casita por ahí, en el lugar más hermoso del mundo, para conversar con mis antepasados. Un abrazo y una alegría. Anoté el correo y le enviaré textos que voy publicando. Mi correo es cfercoq@gmail.com

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  3. Realmente, en primera instancia, debo manifestar que el mundo es muy pequeño, y todo lo que manifiestan es muy real y como capitalino de sepa conozco y como que soy Javier Álvaro Crespo Guzmán y nieto de Alfredo Crespo Rodríguez y Virginia bustillos Murillo, conozco la historia de mi tierra natal donde crecí y me forme en mi infancia, rodeado de una gran familia de donde cuento con recuerdos inimaginables que traen a colación la Hacienda de sanipaya de propiedad de la familia de mi abuela materna Virginia bustillos Murillo y que realmente me recuerdan las historias de mi abuela que relataba su infancia en la prenombrada Hacienda de sanipaya, que es una consecuencia del Marquesado de montemira que nace en la corona española y que viene ser la casa grande de todos nosotros. Sin más que decier por el momento únicamente manifiesto el poder tener la oportunidad de tener un contacto directo para ahunar esta gran familia que siempre ha sido, es y será por siempre.

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  4. Realmente, en primera instancia, debo manifestar que el mundo es muy pequeño, y todo lo que manifiestan es muy real y como capitalino de sepa conozco y como que soy Javier Álvaro Crespo Guzmán y nieto de Alfredo Crespo Rodríguez y Virginia bustillos Murillo, conozco la historia de mi tierra natal donde crecí y me forme en mi infancia, rodeado de una gran familia de donde cuento con recuerdos inimaginables que traen a colación la Hacienda de sanipaya de propiedad de la familia de mi abuela materna Virginia bustillos Murillo y que realmente me recuerdan las historias de mi abuela que relataba su infancia en la prenombrada Hacienda de sanipaya, que es una consecuencia del Marquesado de montemira que nace en la corona española y que viene ser la casa grande de todos nosotros. Sin más que decier por el momento únicamente manifiesto el poder tener la oportunidad de tener un contacto directo para ahunar esta gran familia que siempre ha sido, es y será por siempre.

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