Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
La chicha
derramaba la tarde en nosotros. Así, con el humo alcohólico de la alegría, salí
a la calle. Y vi los cerros, el piso verde, eucaliptos y molles. Sauces
derribando sus hojas como agotados. Extraña visión que me vino tan tarde. Deseé
ser viejo y no tener que abandonarlo. Anciano que no necesitara más que
tranquilidad y sol. Sentí que la vida me obligaba a dejar esto, tan hermoso.
Odié mi sangre, la vitalidad de mis brazos, el todavía ansiado estupor ante lo
que desconozco. La Chimba, tiesa en su coqueta afrenta. Echándome en cara la
voz de sus aves, el sutil pegajoso de sus molles. Era la casa de David, un
domingo que ya no era aquel año sino otro...
¿Por qué nos
vamos todos? No es porque deseemos el estruendo del progreso, o el pintar de
azul nuestras orejas, o copular en el violeta de la sombra a dos mujeres. No.
Nos vamos porque caemos lentamente en el vacío. Por tanto niño solo, niño como
nosotros. Quizá allá jamás encontremos algo, pero al menos no tendremos
frustración...
Hablo porque miro
en mi corazón la tarde del domingo, tan extensa, tan plena, y tan estrecha. Me
gustaría quedarme, sentado en un poyo, con un jarro cerca mío y unas páginas de
pupilas blancas esperando mi pincel.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 01/1989
Foto: Avenida Cañada, La Chimba
es vieja Chimba, tan magistralmente descrita en tres trazos, como pintor japonés, ya no está, ya solo es memoria; maestro Claudio
ReplyDeleteUn año después te respondo, Fernando, con tristeza. Sé, lo he visto. Y creo que el poblado de Itocta, siguiendo el camino de La Chimba, ya no es. Era un Macondo polvoso y extraño.
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