Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Hace un par de años, en uno de los tantos programas gastronómicos que hay alrededor del orbe, hoy que la cocina se ha convertido en la mimada de las representaciones culturales, conocí al chef danés Claus Meyer y un cuasi documental sobre su minúsculo restaurante, Noma, considerado el mejor del mundo. Meyer reivindicaba ingredientes que habían formado siempre parte de la dieta popular, algas por ejemplo, y se preciaba de buscarlos y escogerlos personalmente.
Hace un par de años, en uno de los tantos programas gastronómicos que hay alrededor del orbe, hoy que la cocina se ha convertido en la mimada de las representaciones culturales, conocí al chef danés Claus Meyer y un cuasi documental sobre su minúsculo restaurante, Noma, considerado el mejor del mundo. Meyer reivindicaba ingredientes que habían formado siempre parte de la dieta popular, algas por ejemplo, y se preciaba de buscarlos y escogerlos personalmente.
El señor Meyer ha
viajado tres veces a Bolivia este año, y tiene como plan la construcción, ya en
proceso, de un restaurante de alta cocina andina, en La Paz. Un experimento
acerca del cual William Neumann (New York Times, miércoles 07/11/12), escribe un
reportaje en la sección internacional. Considerando, y esto no lo dice Neumann,
el éxito fantástico de la cocina peruana, la idea no es mala. Claro que la
diversidad étnica del Perú, que incluye Asia y África, la hace algo más
extensa.
Neumann comienza
diciendo que Bolivia no ha sido buena con los extranjeros que quisieron
redimirla. Se pregunta ahora si un chef puede lograr lo que Che no pudo. El
material necesario está disponible. Bolivia es región rica en productos
comestibles, y la amplitud étnica de su población oferta cosas interesantes. El
asunto está en “redescubrir” alimentos como la carne de llama, el chuño y… la
coca.
Me parece
presuntuoso hablar de redescubrimiento en un lugar donde los mencionados nunca
han dejado de ser parte de la dieta local. Supongo que al hablar de la coca se
refiere a infusiones, aunque para un maestro de la improvisación-invención como
Meyer, quizá se puedan descubrir -vale esta vez- platillos que contengan la
conflictiva hoja verde en presentaciones gourmet.
El personal será
exclusivamente extranjero, con excepción de un chef ayudante nativo con
experiencia en España. Los platos costarían una media de 50 a 60 dólares.
Williams anota esos montos y explica que el salario mínimo es de $us 143. Ante
tal paradoja, Meyer y sus adjuntos anuncian que establecerán una escuela
gastronómica y abrirán bistrós y panaderías donde la gente pueda comer a menor
precio. Inversión ambiciosa.
La apuesta está
en convertir a la cocina boliviana en el nuevo boom gastronómico mundial, con
tendencia hacia el mercado extranjero y turístico sin duda. Y a una elite
nacional que verá cuestionados sus refinamientos culinarios y aprender de mano
de un extraño las delicias del arte popular. Entre las elecciones de Meyer están
la calapurca, sopa aymara de características únicas, y el cordero asado en
cruz, al estilo del chivito del norte argentino.
“Ellos están
conscientes del riesgo de verse como extraños”. “Tal vez es arrogante pensar
que podemos venir aquí a desarrollar una gastronomía”, dicen. Meyer, desde
Copenhague, afirma que el restaurante usará la comida “para cambiar el destino
de un país¨. Palabras mayores que sin embargo ingresan con una filosofía
distinta a la de McDonalds, ya que se basan en productos locales y en la tradición
nativa.
Gustu se llamará el restaurante. Desconozco el origen del término, que bien
podría entenderse como una desviación indígena de la palabra española “gusto”. De
ser así estaríamos hablando de razones más profundas, unidas a la culinaria, en
el proyecto. Pero esas son elucubraciones gratuitas.
La escuela ya
está funcionando. Las excursiones a los mercados locales se hacen a la manera
del dueño de la idea en su más que exitoso Noma.
Kamila Seidler, uno de los chefs jefe, cuenta que en estas visitas aprende de
sus estudiantes. Lo dice mientras investigan el preparado de tripas con papa
que las cocineras del mercado venden en carritos por la noche.
Veremos qué
resulta de ello. Bolivia es un país difícil, en extremo conservador con sus
tradiciones. La bebida estará compuesta solo de vinos bolivianos y el único
licor admitido será el singani. Concentrarse en pocos ingredientes básicos y
“extraer su esencia” suena bien.
08/11/12
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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 09/11/2012
Foto: Tunta
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