Friday, May 31, 2013

Ambos soñamos Norteamérica en dos mundos

a Edward E. Roberts

De niño leí la historia de Lewis y Clark. Sentado en el fondo de la casa, expuesto al sol, soñaba con ser un jefe Flathead. Heroico en batallas, fui el guerrero más estático de relato alguno. Mi hermandad con la madera del banco aquel, tiene sangre de ilusiones que no coagulan.

Montaña, pradera, desierto, me colmaron de armas y hazañas. Las noches se tejían alquitranosas, espesas, y recorría en memoria trechos más largos que la geología toda.

En mi traición inanimada podía a ratos graznar como un Crow, o hundir en el graznido un hacha Blakfoot ¡Si habrán rodado cuerpos sobre despojos y ensueños! Ahora no sé quién habla. Si este joven de bigotes del espejo o Sitting Bull. No puedo asegurar su identidad. Mis papeles vuelan con alas propias hasta un mundo de sequoias, tierra de la que tanto conversamos, Ed, en dos sillas enfrentadas.

Pienso en un día de 1868. Los Cheyennes calientan el aire con hogueras y mentes. El tiempo anuda la blancura de lo aciago a los árboles. Quiero estar allí, en el río Wichita. Lo quiero. La niebla debe transportarme. Es tanto mi deseo y tanta la tensión que no tengo otro remedio que dormir para alcanzarlo. Parto hacia la vergüenza de los blancos.

Podrán encontrar esa noche en cualquier página histórica. Cansancio y dolor me arrastran a tomar aliento a orillas de un lago, lejos de Custer.

Callé veinticinco años. En el fondo de mi garganta seguían lanzas y plumas. Hablar de Crazy Horse, de los Modoc, era como aventar blanca cal en superficies negras. Viví rodeado de silencio y hombres silenciosos. El sonido norteamericano huyó de mí como de maligno espíritu. Los cuentos de la tierra arriba parecían no haber existido. Supuse que lo había imaginado.

Pero hay días venturosos, y apareciste, amigo idólatra de Tecumseh. Salieron en marcha y decoradas las mil tribus de mi infancia. Mi regocijo consiguió dinero para comprar cerveza. Tuve un momento en que cacé bisontes montado en bibliotecas. En el horizonte crecieron tus lentes de hermano. Detrás de tus ojos azules, y más atrás, acechaba el bravo Pontiac, de tiempos pretéritos.

octubre 85

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Publicado en ACRACIA 2, 1986

Fotografía: Cazador de alces (Cree)


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