Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Imagen: Kees van Dongen
Miércoles 2 de
abril. (3:48 de la mañana).
Vagué unas horas
después de que nos separáramos. La noche estaba fresca y una media luna cortada
flotaba entre alargadas nubes. Calles vacías, calles de perros husmeando la
basura. Noche ebria de soledad, oculta tras de los paraísos. Noche emboscada.
Y los
grillos tienen voz de perro.
Y vago y
vago
Y vago,
vago y vago
con ojos de
grillo
y voz de perro.
Quise sentarme en
la luna y encima de tu casa mirarte. El aire vivificante hizo que te
escribiese. Como vigía melancólico recorrí tu barrio 356 veces. Los ladrones
mecían la oscuridad en sus bolsas. Yo quería robar una hoja de la higuera de tu
puerta. En mis poemas tuyos, y en George Grosz, la mitad de mí sentía nostalgia
por el resto. Deseé un barco de madera que me transportase a ti, sonrisa dulce
de tres atardeceres. Y los fantasmas de la poesía me susurraron líneas que te
doy.
Si la noche fuera
molle,
Yo, la noche,
estrella
Si yo, la sombra,
fuera luces de neón,
Entonces te
abrazaría, como lo hago ahora;
Sentado en una
acera te tomaría,
Como lo hago
ahora,
el abrazarte,
digo.
Comienza a
penetrarme el sueño cual vejez al árbol. En la brevedad de las líneas aflora
un extenso país azul, allí donde aún habitan seres extraordinarios,
duendes y brujas, donde la bruma que cubre el bosque es la lengua del dragón.
Mi país es la cuna de la dulzura, un juego infantil. Ven, las puertas se abren;
tu sonrisa se besará conmigo y se besará con los gladiolos. Quiero envolverte
en los minutos con el fuego del dragón. Encuentra la costa de mi cariño.
Las 4:35 ya.
Estoy dormido, estaba dormido. Mi cabeza había levantado, al caer, cuatro
teclas, y las teclas hablaban tu nombre. Los dedos de mi sueño continuarán
hasta mañana imprimiendo letras invisibles no menos dulces que las otras.
Y me voy y me
sumerjo en las sábanas y duermo y te pienso y te quiero.
3 de abril
(jueves, 9 de la mañana).
Diez docenas de
rosas para ti. Puestas sobre tu lecho, semejantes a vestidos olvidados durante
el amor.
Cuento sin falta
nuestros pasos nocturnos. Cada hoja y árbol que dejamos atrás sonríe.
Nuestra presencia en la noche cuajada de nada es génesis. Amo tu puerta y tu
reja y tu candado. Tú alrededor ha entrado en la órbita de mi felicidad, y así
nos vamos, montados en un cometa, a vagar por tierras celestiales. Llegamos y
el paraíso tiene forma de cama, con almohada y sábanas. Pero el campo está
vacío hasta que ambos recostamos los cuerpos: tú, tu blanco cuerpo; yo, el
oscuro. La noche y la mañana se abrazan, y desde ese instante el mundo gira,
tiene luz y sombra. Los frutos caen. Dulces y vaporosos inundan de aliento
cálido nuestro semi-sueño.
Tu cuerpo es el
perfil de la noche. Tu cuerpo el sudor de las estrellas. Tu cuerpo la infancia
del amor. Tu cuerpo párpado de dios. Tu cuerpo el mío removido hasta los pies.
Tu cuerpo tejido imperial en medio del yermo. Tu cuerpo, tu cuerpo tú, dormida,
soñada y despierta.
Mi boca tendrá
ardores de averno
Mi boca será para
ti un infierno de dulzura
Los ángeles
de mi boca reinarán en tu corazón
Mi boca será
crucificada
Y tu boca será el
madero horizontal de la cruz
Pero qué boca
será el madero vertical de esta cruz
Oh boca vertical
de mi amor
Los soldados de
mi boca tomarán al asalto tus entrañas
Los sacerdotes de
mi boca incensarán tu belleza en su templo
Tu cuerpo se
agitará como una región durante un terremoto
Tus ojos entonces
se cargarán de todo el amor que se ha reunido
en las miradas de
toda la humanidad desde que existe
Amor mío mi boca
será un ejército contra ti
Un ejército lleno
de desatinos
Que cambia lo
mismo que un mago sabe cambiar sus metamorfosis
Pues mi boca se
dirige también a tu oído y ante todo
Mi boca te dirá
amor
Desde lejos te lo
murmura
Y mil
jerarquías angélicas que te preparan una paradisíaca
dulzura en él se
agitan
Y mi boca es
también la orden que te convierte en mi esclava
Y me da tu boca
Madeleine
Tu boca que beso
Madeleine.
GUILLAUME
APOLLINAIRE
Este hermoso
poema te lo entrego anoche. Mientras te amo te lo doy. Dicho con dulzura en tu
ombligo.
Te quiero como al
aire de la mañana, como a mi madre al parirme.
3 de abril (7:46,
noche).
“Siempre hemos
vivido en barracas y tugurios. Tendremos que adaptarnos a ellos por algún
tiempo todavía. Pero no olviden que también sabemos construir. Somos nosotros
los que hemos construido los palacios y las ciudades en España, América y en
todo el mundo. Nosotros, los obreros, podemos construir nuevos palacios y
ciudades para reemplazar a los destruidos. Nuevos y mejores. No tememos a las
ruinas. Estamos destinados a heredar la tierra, de ello no cabe la más mínima
duda. La burguesía podrá hacer saltar en pedazos su mundo antes de abandonar el
escenario de la historia. Pero nosotros llevamos un mundo nuevo dentro nuestro,
y ese mundo crece a cada instante. Está creciendo mientras yo hablo con usted”.
BUENAVENTURA
DURRUTI
Tú y yo somos
partícipes de ese mundo nuevo; nosotros, los obreros del amor.
Estoy un poco
resfriado. Ya me acosté y escribo aquí. Escribo con el índice derecho. Mi mano
izquierda recorre los lugares más remotos de mi cuerpo buscando la piedra
filosofal. Tú estás a un costado. Desde las fotos me sonríes y yo te digo…
(con minúsculas porque lo hago suavemente).
Un ejército de
hormigas camina por mi mesa de noche; el motivo: limpiar tu cortaplumas de los
restos de carne de esta tarde. Las miro y pienso que todos los hombres del
mundo irían así, en caravana, a verte si te conocieran.
Sueño con mañana
y su cine, con el sábado y su matrimonio. Ambos los imagino contigo, es más,
por ti.
Sigues sonriéndome
apoyada en la radio. Quién necesita ángeles guardianes existiendo tú, paraíso
e infierno, mujer. Kafka llora un poco más arriba al no poder ya escribirte. Un
gozo maligno me estremece: saber que en este cuarto de notables, yo, el menor,
seré el único que te toque, el único que acariciando tus senos rosa se eleve a
la divinidad, el primero que mañana llegue hasta tus dientes y roce con su
lengua la comisura de tus labios.
Hay días en los
que soy inmensamente feliz.
Amo el trozo de
cielo que se alza sobre tu casa. Es el que forma las mismas lluvias y por el
que pasan las mismas estrellas. Yo contemplo el cielo de tu casa en aquel
reducto de tu vientre que me obsequiaste, y más contemplaré yo, habitante
perpetuo de tus vellos, cuando descubra tus pies amanecidos sobre mi rostro.
El reloj dice que
son las nueve. Me dice que es la novena vez que estuve pensando en ti por 60
minutos. Para ser sincero te confieso que 15 minutos los pasé preocupado en mi
garganta. Perdóname.
Me regalaste un
mechón de cabello. Mechón rubio que contenía exactamente 408 finas hebras
doradas. Una cayó al suelo y debo recuperarla de inmediato. Tan importante
tarea no puede esperar, por tanto, querida, amada, me despido. Tengo dos
besos. Uno besa tu mano, el otro te besa simplemente. Chau.
1986
_____
Revista SIGNO 31,
Cuadernos Bolivianos de Cultura (La Paz), Septiembre-Diciembre 1990
Imagen: Kees van Dongen
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