Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Heinrich Böll, 1917-1985.
Mucho se ha hablado de él luego del Premio Nobel, o de su valiente defensa de Ulrike Meinhof, célebre activista y escritora de la Fracción del Ejército Rojo Alemán.
Alemania ha cambiado desde entonces: no hay más muro; democracia y fascismo se han instalado por igual en los territorios del este; se "suicidó" ya a los principales cabecillas terroristas. Y la economía no podía ser mejor. El marco alemán es respetado; se ha autorizado al país a disponer nuevamente de fuerzas armadas; casi se envió a Bosnia parte de ellas con tropas internacionales... obviando el recuerdo que en tierras yugoslavas dejaron los soldados germánicos.
Böll es grande en sí mismo, pero no puedo evitar pensar en Gerhart Hauptmann cuando me refiero a él. Böll, cuya prosa no comparte el deseo intrínseco, latente en Hauptmann, por la redención humana, se le acerca en la ocredad de sus descripciones. Es más, pienso que una comunidad de circunstancias hizo a varias generaciones alemanas escribir así: Böll está en Hauptmann y lo recrea y adelanta en sus primeros escritos, los inmediatamente posteriores al fin de la guerra.
Su experiencia de soldado, el trauma de la contienda, marcaron al joven escritor. Su ironía le viene de allí, la crítica y desconfianza de las instituciones alemanas, su asco por lo que consideraría una realidad hipócrita. La estupidez de la guerra, que observará en el futuro como guerra interna, se reflejan en su relato Historia de un macuto, o en aquel que describe la vida de una taza, como queriendo afirmar que la sociedad germana, el hombre en general, se balancean en un frágil espacio, como tazas de porcelana, en riesgo constante de romperse o de, siendo objetos para beber té, utilizarse como ceniceros...
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 03/07/1996
Fotografía: Heinrich Böll
Monday, October 14, 2013
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