Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
De casualidad -no
me interesaba- apareció Cristinita en televisión, la viuda del tuerto que veía
los negocios mejor que muchos que tienen los ojos derechos. Lo de “tuerto”,
para descargo mío, lo tomo del casi beatífico Mujica, de quien tengo dudas y
alguna simpatía. El hecho es que apareció Cristina I, emperatriz del Calafate,
potentado de riqueza y poder, pero también de gran tristeza porque su hijito no
podrá ser ya heredero, ni su hijita, de la que dijo es “cineasta” y que filmó
las pésimas secuencias que comento ahora, tampoco. Menos el engendro que parece
carga en vientre. Dinástico fin.
Esta mujer,
presidente por la tragedia argentina de jamás superar la lacra peronista, y que
junto a su esposo sobrevivió sospechosamente las matanzas del régimen militar,
retornaba de una cirugía que le descubrió la calavera. Incluso acostumbrado a
la magia del socialismo del siglo XXI, de inmundos chamanes, profecías y
alucinaciones, me sorprendí que mostrara una cabellera que envidiaría Janis
Joplin; imaginé que el hechicero Choquehuanca le envió ungüento de coca
previamente acullicada y que de seguro es la loción capilar más importante del
mundo; no hallo otra explicación. O que el nuevo mesías, Moralitos, ejecutó
danzas macabras en palacio, con calcetines y calzones de tenista de lujo,
porque de awayo no los lleva (picarían en exceso), para que le crecieran los
capilares a su madrastra del sur.
Retornemos,
volvamos a las montañas de la burla y la inconsciencia.
Sentada, con el
amargo rictus que la caracteriza y que debe resultar fatal en tiempos de amor
carnal, saludó a los amados, porque todo pueblo es amado por sus expoliadores.
Con movidas de “un mechón de tu cabello” (Adamo), de distintos tintes para ser
objetivo, quiebres de voz, algo de ojos vidriados o vidriosos da lo mismo,
poses de actriz de reparto, dama de novelón, resurgió de la muerte, como el
Bienamado, comandantico Odorico Chávez, reacondicionado como pajarón en
su nueva vida, y lagrimeó. Hasta tuve que escanciarme un trago -difícil decidir
entre Zacapa y Matusalén- para no llorar también. Comprendí el efecto
narcotizante de la estupidez y el drama, algo utilizado a fondo por Mussolini y
perfeccionado por sus actuales secuaces latinoamericanos: el castrati Correa,
el sublime Huevo y el mentecato caraqueño, entre varios. Allí, en ese momento,
si encontraba alguna papeleta rojica, hubiese votado por la eternidad de los
líderes. Pero no la encontré, solo pilas de papel higiénico que me dieron la
idea de exportarlas a Venezuela y hacerme rico con ajenas y turbias necesidades
de culo.
La Kirchner, como
efecto mediático para alelante chusma, se retiró con permiso de la “cineasta”
para volver con un simpático perrito y ponerlo en su regazo. Se lo habían
traído como promesa a cumplir de parte del amigo difunto, el “comandante
eterno”. Dislates van y vienen, el animal se convirtió en tema de la sesión.
Hasta resucitaron al pobre Bolívar para decorar con la grandeza de aquel la
miseria propia.
Observé, se me
irritó la piel con millares de burbujas. Fue en el instante en que el perrico
miró a la cámara y guiñó: era el mismo diablo, el comandante ubicuo y versátil
cambiando plumas por pelo. Cristinita le echó una admonición cuando le
masticaba el mechón plástico. “Dirán que eres chavista”, le advirtió, y se oyó a
lo largo del país una exclamación de asombro y júbilo. Chávez, perdón, el
perro, sonreía. Los achinados ojos no daban lugar a dudas, era el redivivo, el
zombie de la política, dando bienvenida a una princesa que aunque perdida
intentará lo imposible para quedarse. Pensé en John Milton, en sus luminosos
ángeles caídos, comparándolos con estos pingajos. Opté, para escapar, por
cambiar de canal. Rugby de primera, los All Blacks contra Inglaterra. Una mosca
revoloteaba alrededor. Llevaba boina roja. No lo puedo creer, suspiré, y la
aplasté con un matamoscas anaranjado que creo debo reemplazar porque está
viejo.
25/11/13
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Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 26/11/2013
Fotografía:
"Simón"
No sé por qué, pero esta escena del perrito me parece calcada a una muy frecuente en tierras españolas, hablo de la viejísima duquesa de Alba y su mascota que los medios del corazón muestran hasta el hartazgo para consumo feliz de las monárquicas masas. Ja, hasta las protagonistas se parecen: Cristina cada vez más arrugada y más horrible con esas bolsas en los ojos y la piel plagada de botox que ni con el mejor maquillaje logra disimular, ni borrar su estampa de repelente viuda acudiendo a su lujoso armario por demás colorinche del que dispone. Mustia y siniestra es la nueva Imelda Marcos. Y el colofón para el circo resulta descubrir que la nena es una artista (de la cámara), tal como cantaba el empalagoso dúo Pimpinela. Más Kitsch-ner no podía ser la actual dinastía que gobierna a los argentinos. Gracias por el momento de solaz con diatriba tan jugosa como un buen asadito. Saludos.
ReplyDeleteja, ja, José, gracias por la tuya, y por recordarme ese espantoso referente de la duquesa de Alba, flor y nata de España. Solaz es la palabra justa. Abrazos.
ReplyDeleteQuiero suspender mi suscricpción a su blog, dejar de seguirlo, pero no logro encontrar la manera. ¿Me podría hacer el favor de hacerlo usted desde su bitácora? Muchas gracias.
ReplyDeleteCómo no, Franklin.
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