Wednesday, July 18, 2018

Isla feliz/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

"Cuba feliz" (2000) es una producción franco-cubana, dirigida por Karim Dridi. La propaganda la califica como un musical siendo mucho más. A pesar de que la música cubana es el sujeto central, la significancia de la música en Cuba supera una simple afición. Cuba es un pueblo que canta y el filme lo muestra. Lugar por donde camine Miguel Del Morales, El Gallo, un viejo cantante que trashuma con su guitarra y que sirve de guía, tropezamos con esta nación mixta que es, quizá, la que cuantitativamente ha hecho más aportes importantes a la música del mundo. De Cuba vienen el son -siendo la salsa parte de su herencia-, la rumba, el cha-cha-cha, el danzón, el bolero, el mambo y otra infinidad de ritmos menos conocidos aunque no menores.

Hoy Cuba es primicia en los diarios y la televisión por la caída de Fidel Castro al bajar un escalón. El regocijo excesivo que se demuestra sirve para desenmascarar la ineptitud de una decena de presidentes norteamericanos a los que Castro ha sobrevivido. Quizá un escalón pueda más que esa sarta de teatreros y cowboys que han fustigado los Estados Unidos, lo que aún está por verse. Sin embargo, y a pesar de sus logros y errores, Castro no es toda Cuba. En realidad, en los 93 minutos de este casi documental no se lo menciona ni una vez, sin ánimo de desmerecerlo, imagino. La música cubana lo antecede y vivirá cuando ya no esté.

Los ritmos africanos, rito y liberación de esclavos, se mezclaron admirablemente con los ibéricos para dar como resultado lo que se conoce como música cubana. Por donde nos lleve El Gallo, sean La Habana, Santiago o Guantánamo, encontramos los mismos intérpretes callejeros, aficionados que practican su arte sin desmedro. Dridi parece evitar el camino de los ya famosos, léase el Buena Vista Social Club, quienes, hace apenas unos años y antes que los "descubrieran", eran tan oscuros como los que el director presenta en la cinta. Cuba baila, de día y de noche, y toca y canta, en la extensión del territorio.

Los ancianos ejecutan con el ardor de jóvenes, mientras jugadores de béisbol o simple amas de casa maravillan con sus posibilidades musicantes. Por supuesto hay el trasfondo de una gran generación musical a la que perteneció Miguel Matamoros que ha dejado la impronta de sus canciones que continúan siendo interpretadas. "Lágrimas negras" es ya un hito latinoamericano, pero escucharla en la voz del pueblo que la creó, sin acompañamientos ni tecnologías que ayuden a embellecerla es otra cosa. En este pueblo duerme el futuro de música aún por venir. Hay ritmo en las baldosas de las calles de Cuba empobrecida, en los árboles y en el refulgente verde de su vegetación, ritmo incluso en las antiguallas automotores que el auge del vicio dejó, ritmo en negros y blancos, en haitianos también, sobre todo en un par de admirables trompetistas.

Más que impresión, realidad, la miseria que rodea este trashumar musical por Cuba, impacta. No hay razón para impedirle el progreso. Su música no puede obviar, ni debe, las condiciones infrahumanas en que se debate. ¿Cuba feliz? Sí, en cuanto hay ganas, afecto, emoción, erotismo y amor en cantidades que el imperio no puede pagar y menos conseguir. Cuando hablamos de la gusanera, hay que recordar que existe otro grupo de cubanos que emigró porque las condiciones devinieron insoportables, muy diferente a los capitalistas y corruptos que huyeron ante el temor de alguna justicia. Los cubanos de Estados Unidos también cantan y ahí Dridi está correcto, en sugerir felicidad interna en ellos. Mientras el mar azota el malecón, cae el crepúsculo y amanece, juegue como quiera la naturaleza, alguien en Cuba está cantando, al sonido de un par de cañas huecas golpeadas entre sí, con la capacidad innata del ritmo.
22/10/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2004

Imagen: Cartel de Cuba feliz

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