Tuesday, July 17, 2018

Las teas de la libertad/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Uno debiera tener derecho, como descendiente, de quejarse a algún organismo gubernamental para frenar la parodia de los días patrios. Iba a escribir sobre la claudicación definitiva de Donald Trump hacia su amo, Putin; incluso apilé ciertos documentos para protestar el poco interés que se presenta en Bolivia en cuanto al deshielo de sus glaciares. Pero no, una foto de los mandamases de palacio, acompañados por algún ministrillo y por Revilla y Cia. me hizo cambiar de opinión.

Recurrí a las gafas porque por un instante me parecieron septuagenarios atletas olímpicos rememorando las llamas de la juventud que no de los juegos y me equivoqué. Acá estaba un grupo masculino, con dos escoltas del otro sexo, cargando teas horribles y bastante ajustados en los ternos que los sastres les prepararon tal vez con ánimo adelgazador.

Pienso en mi antepasado, el ahorcado, y el grupo victimado por la furia de España, e imagino que no se sentiría honrado con esta pléyade de notabilísimos tartufos, unos entonando el himno, otros creo silbando, los más distraídos pensando en la cuenta bancaria y tal vez alguno con real fervor patriótico. Pedro Domingo Murillo supongo que invocaría a Cristo, el del látigo no el de la cruz, para desalojarlos de los predios guardados para su memoria. Placer intenso, ese del Cristo, de aporrear fariseos. No era tan pacífico el hombre, no tan pacifista sino más bien pacificador.

¿Necesitan héroes los pueblos? Y sí. Recuerdo, no lo imagino, en los tempranos años de la emigración, a los griegos de la capital norteamericana. Sin el peso homérico, o las hazañas de Platea y Termópilas, dudaría que se hablase de la misma gente. Unos eran comerciantes sudados, avarientos y sucios, y otros los multifacéticos centauros de una historia mítica. En su descargo diré que los anarquistas de Salónica que conocí en París diferían de ambos, aunque la férrea mirada oscura invocara más a Patroclo que al tendero de la esquina.

Pues los portadores de teas de palacio caminan más cerca del abarrotero que de los magníficos colgados del julio paceño. No es extraño, la heroicidad muere con el progreso; la anonimidad cubre los intersticios por donde pasa la luz. Nos hacemos mediocres, gregarios, especies. Los individuos pregonan en mar abierto mientras los peces no sirven de interlocutores.

La izquierda latinoamericana hoy tiene tanto aire de comedia como la de los apparatchik del comunismo pre 92. Y la derecha, del franquismo de pequeños sargentos gordos como toneles. Qué soledad la de los héroes. No solo perdieron la vida, el almuerzo del día, el lecho con la mujer o con la amante, la chicha, el olor del molle, el silbido del sauce y la ensalada de ceibos rojos y para nada, para que doscientos años después la historia asome con minúsculos párvulos, aunque ya semibarbados, dedicados sobre todo al contrabando, el narco, la venta de pasaportes y el anticucho. La revolución se decantó, claro, hasta el vino convertirse en agua.

Al nazareno que manejaba diestramente el chicote y sabía buscar las costillas de los comerciantes para dar donde duele más, lo han transformado en angelical. A los nuestros, y a tanto hombre bragado que sucumbió por lo que creía, los metieron en montón al panteón del olvido. Más fácil acumularlos por docena y venderlos a precio de naranja. La tea de Murillo se apagó ya, hace mucho, como perecen los amores al volverse mustios. Quedan los capangas, la chusma idolatrada y ladrona, cubriendo el sitio en donde hubo gloria. Me pregunto si Falsuri sería posible con gente tal. No, por supuesto que no, estos están llamados a confirmar la historia de la debacle, la de las pérdidas irreparables y las fugas millonarias. Protesto en nombre de aquellos.
16/07/18


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 17/07/2018

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