Thursday, January 14, 2010

Presentación de El exilio voluntario en Casa de las Américas, Cuba 2010


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

De pronto un escritor cochabambino se encuentra trasladado en lo penumbral de los mercados de Washington DC, entonces la ciudad más peligrosa de los Estados Unidos. El poco dinero que tiene se lo gastó. “Me robaron”, le dice a la hermana en Canadá para no morir de hambre. No le robaron el dinero, pero poco a poco va creyendo que le robaron el alma, cuando las delicias del valle de Cochabamba: mujeres, cerveza, garapiña, y etcéteras de largo alcance, se diluyen para dar paso a un invierno atroz. Comienza Siberia para este auto exiliado, un nuevo idioma, un clima que parece sacado de los mil y un castigos. Depende de un conocido para dormir en un sillón avejentado, de otro para trasladarse al trabajo, y pronto, más rápido de lo esperado, cuenta tan sólo con sus pies y sus manos.


Bolivia perece momentáneamente. El universo se ha transformado hasta en color. Ahora es el único latino entre negros, en el ghetto infamante del North East; ya no hay, recordando a Vallejo, ni madre ni padre que pregunten por (o para) su tardanza. Ahora está la noche, seis días de trabajo nocturno, mal alimentado, peor vestido, ya no mimado, ni inteligente, ni intelectual ni nada. Ahora somos hombres. 


Aquí estamos los hombres, le afirma un negro queridísimo que será su amigo Big Mike. En esos pasos sin petulancia, en el silencio de por vez primera saberse solo, se ahonda el sentido profundo de la solidaridad de los pobres, que, esta vez, son los cargadores negros de Gallaudet, que luego de un aspaviento aterrorizante, plagado de obscenidades y risas, reciben al huérfano como uno más de ellos, con los cojeantes veteranos de la guerra en el sudeste asiático, con los alcohólicos, los adictos y consumidores de crack, los abandonados.


Allí, en los amaneceres gélidos de la capital, mientras los trenes nuyorkinos cruzaban un enmarañado horizonte de alambres, nace esta novela. Junto a seres que casi con seguridad, y casi todos, murieron por las desdichas de la miseria, ahogados en trago, consumidos por el sexo peligroso de entonces, por las combinaciones de droga y el letargo del olvido.


A ellos, porque es su recuerdo y jamás pensaron que alguna vez sus vidas se recordarían en papel, van estas páginas, que lo que tengan de turbias también lo tienen de sinceras.


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Leído el 24 de junio, 2009, en Cochabamba
Leído en La Habana, Cuba, en enero 2010

Imagen: Paul Klee/Perseo, 1904

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