Wednesday, August 24, 2011
El reo Saddam/MIRANDO DE ARRIBA
Todo en la vida del presente gobierno estadounidense tiene visos de teatro. Si se planea y desarrolla alguna operación, cuyos detalles son ocultos al público y de la que sólo se ven esporádicas imágenes en claroscuro -valientes soldados aterrorizando niños, esposando hombres delante de sus desesperadas familias, etc- lo primero que sale a luz es un nombre rimbombante. La Tormenta del Desierto, el Rugido del León, el Ojo del Tigre, la Luz de la Libertad, el Aguila Escudriñadora, la Serpiente Pestilente, el Buho que chilla en la Noche, y cualquier otra invención que retrotrae el tiempo a las guerras indias del siglo diecinueve. Quizá la infantil mente de George W. Bush se desparrama por un sueño de pobres westerns, con blancos buenos y rojos, amarillos, negros, olivos o moteados malos; filme con disparos, muertos y un toque de romance donde el cowboy galante echa un oscuro escupitajo de tabaco antes de liberar a la rubia cautiva de los pérfidos apaches. Luego la besa y arroja otro esputo, más claro esta vez, antes de montarla al caballo y llevarla al idílico rancho donde vivirán eterno amor en medio de la ignorancia, la mugre y el alcohol.
Un sueño americano. Finalmente, el oeste representa el poderío emprendedor de una nación híbrida que se supone pura, capaz de exterminar lo que se le plante en frente y de aferrarse a lo conquistado con uñas y dientes. Otro deseo materializado: la captura de Saddam Hussein, dictador abyecto en su miseria como abyecto fue en su gloria. Un paso en falso. Ya se había desatado, y gracias a la intervención norteamericana se soltará sin freno, un radicalismo islámico que confrontará a occidente en sus fronteras más próximas. Víctima será sin duda Rusia, imperio en decadencia que no podrá controlar esa inconmensurable fuerza que amenaza desde el sur.
Hussein es un monigote de la historia, marioneta útil para la teatralización de un conflicto que aún no muestra su creciente dramatismo. Más le hubiera servido, así como a Estados Unidos, permanecer en el hoyo de rata que le pertenece. Caída su imagen, que no en otra cosa se convirtió al desaparecer, las vivas fuerzas del fanatismo musulmán encontrarán nuevas vías y nuevos vínculos para continuar y acrecentar su perpetua guerra contra el infiel. Al final de cuentas, y a pesar de todos los males que se le endilgan, Saddam hacía de colchón entre ambos rivales. No está más y ahora se lidia con un enemigo mayor.
21/12/03
Publicado en Opinión (Cochabamba), diciembre, 2003
Imagen: Saddam Hussein luego de su captura en diciembre 2003
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