Sunday, January 10, 2010

Cotagaita, el camino del sur/BOLIVIA CLAROSCURA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El sur de Bolivia es una región hermosa y semidesértica. El tiempo no ha corrido allí. Eso, a veces, es bueno, nos da la nostalgia de un bucolismo olvidado. Era, para mí, en medio de las urbes del medio oeste norteamericano, como la memoria de una infancia.

Pero nuestra nostalgia se torna peligrosa, cuando al abrir los ojos no vemos cómo el polvo va cubriendo la tierra, cómo el desierto se agiganta y toma caracteres espantosos. Es el silencio del agua el aterrador, la ausencia del líquido reptando por las piedras.

Cotagaita es así. Valle de sauces y eucaliptos; la huella de España en los aldabones, techos, casas; en los patios con fuentes pedregosas ya destruidas por cien años.

Los árboles son un porcentaje mínimo de la geografía. Lo seco avanza; es como una película infantil de mis hijas, la Nada que devora la belleza, la que hace del universo un aburrido espacio gris.

El tiempo no sabe lo que significa abrumar; no hay tiempo. Noche y día son casualidades, eventos esporádicos entre la ida o regreso de un camión, entre la chicha, más blanca que la cochabambina, que se derrama siempre, en rito, por el suelo, antes de beberla. Sentados, de pronto ya está oscuro, y de inmediato amanece. Día, año no interesan, las prioridades temporales han perecido en el sol del sur.

Por 1810, en Cotagaita, González Balcarce, militar argentino, perdió sus hombres. La memoria oral lo va olvidando. Todo el valle es lugar de la batalla. Entre la sequedad y la falta de angustia parece nunca haber ocurrido. Pero es justamente ese silencio el que preserva el pasado. Han escuchado, debajo de los molles, el choque de los cuchillos. Borges hubiera pensado que eran mil compadritos batiéndose, mas sólo son los soldados del Ejército Auxiliar Argentino que arrastran su derrota por el río despoblado.

Cotagaita se asemeja a la mayor parte de aquellas poblaciones del sur: a Camargo, a Vitichi, a Tupiza, incluso a la más norteña Caiza, célebre por sus estudiantes formados en la escuela de Warizata. Parece más antigua. El abandono le confiere misterio. Fue progresista hasta que se hizo otro camino hacia la Argentina, más al este, el que va a Tarija. Pocos son los que transitan la ruta antigua. El comercio es mínimo y regional. A lo sumo sus pobladores sueñan con Potosí, la pétrea ciudad arriba, la madre de todo este olvido, que parece entierro, de las ciudades sureñas. La gloria se fue haciendo tristeza y no queda más. Desde lo alto, los socavones del Cerro Rico muestran un cráneo vacío. Y los efluvios de esa calavera bajan a las villas mínimas del departamento.

He terminado de leer los "Recuerdos" de Francisco Burdett O'Connor, un hombre muy ligado a los destinos del sur de Bolivia: Tarija, Tupiza, San Juan del Oro, Cotagaita, las provincias de Cinti y de Chichas y el norte argentino.

En Burdett O'Connor se despintan muchos mitos nacionales. Andrés de Santa Cruz deja de ser la imponente figura histórica para alcanzar no más que la estatura de un hombre decente cuyos gravísimos errores costaron vida y tierras a la nación. Pero esa es una digresión que no corresponde.

Después de la Independencia, las regiones sureñas tenían posibilidades de alcanzar interesantes grados de desarrollo. El tiempo se ha encargado de empolvar tales esperanzas. Lugares como el que es título del texto se hunden más y más en un abismo de miseria irrescatable. Mientras modernización y centralización enriquecen a determinados puntos del país, otros, aquellos cuya historia fue puntal en la formación de Bolivia, pasan al olvido. No hay ni siquiera la valoración histórica necesaria para infundir ánimo a estos pueblos.

La ceguera de los gobernantes no da opción a grandes extensiones geográficas de Potosí, Chuquisaca y Tarija, entre otras. No hay inteligencia suficiente para que en lugar de malgastar los dineros venidos de la limosna extranjera, se los invierta en situaciones productivas como la del turismo. Se podría hacer giras especializadas, para historiadores, por los campos de batalla de la guerra contra España o la Argentina: un tour que comenzara por Suipacha, Cotagaita, San Lorenzo, Padcaya. Hacer un seguimiento guiado y profesional de las diversas campañas guerrilleras de la región. Aquello podría traer mucho dinero; sin contar fauna y flora regionales que son de gran interés.

En una gira se podría recrear el paso de Francisco Burdett O'Connor por los lugares de la guerra independentista, porque es justamente en sitios como Cotagaita donde se realizaron las últimas rendiciones de los ejércitos del rey a las tropas libertadoras. No en vano Manuel Valdez, alias "el Barbarucho", postrer y bravo comandante español, deambulaba por los altos de Vitichi hasta su final entrega al teniente coronel Urdininea cerca del pueblo de Cotagaita. Incluso los bolivianos, más nosotros que nadie, nos suscribiríamos a idea tal; yo el primero.

O, por ejemplo, hablando de historia actual, rememorar la infernal caminata de los soldados indios de Bolivia, partiendo de Estación Balcarce, no lejos de Tupiza, hasta el desierto chaqueño, durante el conflicto del petróleo. Si nosotros no rescatamos nuestra historia ¿quién ha de enseñar a nuestros hijos que alguna vez aquello que semeja un desierto, el sur boliviano, fue preponderante para la nación?

El camino viejo que bajaba a la Argentina venía desde Potosí, ingresaba por el bello poblado de Cuchu Ingenio hacia los valles de Caiza, iba más al sur hasta Vitichi, a Cotagaita, a Tupiza, a Moraya y la frontera. Hay sauces llorones tan lindos por esos caminos de polvo que duele la idea de que todo se habrá de perder. Es difícil imaginar un viaje así, por las dificultades. Parece que tendremos que conformarnos con lo que vimos alguna vez y recordarlo, o, si es mejor para no entristecerse, olvidarlo.

fercoq@llajta.nrc.bolnet.bo

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), 06/10/96
Publicado en Arte y Cultura (Primera Plana/La Paz), octubre 1996

Imagen: Foto de El Sillar, Tupiza 

2 comments:

  1. simplemente; genial descripción, emociona !

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    1. Un viaje que no hago desde hace un par de décadas y que me hace pensar cada vez más en el tiempo perdido. ¡Cuánto habrá cambiado aquello!

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