Saturday, January 2, 2010

REFLEXIONES SOBRE LA ARGENTINA DE "FRONTERA SUR"


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

"Frontera Sur" es una novela de Horacio Vásquez Rial, escritor argentino radicado en España. Publicada por Alfaguara en 1994, en su edición para Norteamérica, distribuida por Vintage Books, división de Random House Inc, de Nueva York.

Libro valioso, escrito dentro de los esquemas de la novela formal, clásica. Su estructura es de cadencia regular, espacial y temporalmente. Vívida y rica en imágenes históricas, es obra para leerla de un tirón largo, dado su volumen. Sus temas son variados aunque inmersos en el principal que es la formación de la patria argentina en momentos cruciales de su desarrollo, aquellos en los que pasa de ser una nación librándose de su pasado colonial a una multifacética y multiétnica tierra de promisión.

Vásquez Rial presenta un rostro casi desconocido de la Argentina: la prostitución y el aporte, directo o no, de esas mujeres en la formación de las bases nacionales. De ahí mi comparación, dispersa, con la historia norteamericana, la estructuración del oeste y el papel femenino. Las putas son víctimas, pero, haciendo un requiebro intelectual, son a su vez una especie de vanguardia, las que están en primera línea y bregan, a su manera, con el masculino. En ellas se deposita la información: instigadoras e intrigadoras; la historia les pasa por las yemas de los dedos; son capaces de crear o descrear. La obra muestra la ambigüedad de poder y miseria. Historia son tanto los héroes como los crápulas, los artistas y los generales. El autor lo entiende así; por eso, en sus páginas, Gardel se entrevera con Uriburu, o Durruti camina las mismas calles, que no los mismos pasos, que Barceló.

Da placer leerlo, y su formalidad en lugar de desmerecerlo lo enriquece. A ratos se torna inverosímil cuando practica realismo fantasmagórico, inverosímil en el sentido de que la aparición de cierto espectro se nos hace superflua. Es un detalle nimio, y quizá errado, dentro de un marco sobrecogedor y coherente.

"Frontera Sur" es una de las mejores novelas argentinas de esta media década, junto a "La Revolución es un sueño eterno", de Andrés Rivera, de temática y estructura muy diferentes pero esencial también. Alegra pensar que nuestra parte del mundo crece en creatividad mientras otras se hacen caducas. Leí que a Francia no le quedaba más que un escritor valioso: Marguerite Yourcenar. No lo sé, pero da gusto creer que es aquí en donde se están tejiendo las redes de la historia y el arte futuros; donde está la "movida", dirían los centroamericanos. Basta de introducción.

El Far West se construyó con hombres emprendedores, además de pistoleros; con trabajo y expoliación. Y mujeres, claro, muchas de ellas putas. Algunas se hicieron empresarias; se retiraron del juego de carnes para sentar sólidas bases económicas. En el oeste de los Estados Unidos, el pasado "vicioso" de tales señoras no era trascendente. Incluso hombres de ley, como el marshall Wyatt Earp, buscaron a sus esposas allí. El puterío no fue impedimento para una tierra que se formaba con el aporte individual. Esta, entre muchas otras similitudes, acerca la historia argentina a la norteamericana, no sólo por las características del oficio, sino porque mujeres así emprendieron exitosas carreras como negociantes, o terminaron siendo pareja de ministros, presidentes y matones, construyendo un país.

Ciudades como Buenos Aires y Rosario, de gran influjo inmigratorio, se estructuraron de tal forma. Llegaba hembraje del mundo: europeas, rumanas, francesas "particularmente diestras en el arte de putear". En el hostil ambiente de la gran ciudad no era sencillo hallar trabajo. Aquellas que vinieron por medios propios no podían escabullirse de la más cercana y segura forma de sobrevivir, hacer el juego de piernas. A otras las importaban los organismos que se ocupaban de proveer los lupanares. El vientre de Leviatán jamás se hartaba.

Negocio tan rentable era organizado por mafias locales e internacionales, como la Migdal judía que recolectaba muchachas en las aldeas polacas y centroeuropeas. Los viejos hebreos, pobres, no perdían la oportunidad de hacer algún dinero extra vendiendo a sus hijas. Los encargados de reunir las mujeres se "casaban" con ellas y prometían emigrar en busca de una "nueva vida". Oscura realidad: del altar se las exportaba a Buenos Aires y Nueva York, en un eficiente sistema transnacional de hacerse ricos con trabajo ajeno. La Migdal bonaerense distribuía la mercancía entre burdeles, políticos y compadritos. Vivos regalos pagaderos de favores y silencios.

En esta amalgama se fueron estructurando los cimientos de la sociedad argentina moderna, tanto y más contradictoria que su similar de Norteamérica, e igual de conflictiva. La orfandad del concepto de nación, tan buscado por el siempre fuerte fascismo rioplatense, era todavía algo invisible y, entonces, con las oleadas de nuevos inmigrantes, se iba perdiendo aquel poco que les quedaba del sistema colonial. Las antiguas familias de origen español iban siendo lentamente avasalladas por un gringaje mal venido pero productivo.

El libro abarca desde 1880 hasta 1930. Hitos de la historia platense: en la década de los 80 comenzaron a llegar en masa los emigrados de Europa; en 1930 fue el golpe militar de Uriburu que derrocó al gobierno radical de Hipólito Irigoyen, entonces en su segunda presidencia. De allí, la Argentina iniciará un descenso imparable que culminaría con las atrocidades militares y la broma gubernamental actual. De ser considerada una de las cinco naciones más ricas del orbe, pasó al Tercer Mundo. Nunca más se escribiría, como en los "Cuentos de Odessa", de Isaak E. Babel, sobre las grandes cosechas de trigo de la pampa, añorando la riqueza lejana. Ni tampoco podría la Argentina ofrecer, como lo hizo en los veintes, asilo a miles de armenios (ni a nadie) escapados de las masacres turcas.

En ese espacio temporal se había domeñado el desierto. La "Conquista del desierto" o, más propiamente, el genocidio de los pueblos de origen araucano del sur argentino había terminado. Las tierras indígenas pasaron a los capitales ingleses de las industrias laneras. Aún hoy, sus descendientes, los Brown y otros, son dueños de tierra y poderosos. Golpes militares, matanzas de obreros e indios, fueron hechos para proteger el estado de cosas.

Irigoyen fue un tenue reformador social; el mundo argentino sufría de prostitución interior. Los lupanares sólo reflejaban el mal. Prostitución es palabra asociada a miseria, a desigualdad, a fascismo, sin que ello signifique ignorar el rol de las meretrices en la formación de sociedades nuevas. Es sintomático, según cuenta el autor, que el general Félix Uriburu estuviese festejando, o aguardando, el golpe de 1930 encerrado, rodeado de alcohol y putas, además de Carlos Gardel, chulo también, y sus tangos.

La clase obrera, fuerte y enriquecida por las ideas sociales que traían los inmigrantes, se consumiría de a poco, llegando en el futuro a agachar la cabeza y a aceptar como representante suyo al popular Perón, de origen fascista. Aquel fue su fin.

Por las páginas de esta excepcional novela pasan personas y hechos que hicieron historia. Aparecen los anarquistas españoles Durruti y Ascaso que, alrededor de 1925, andaban expropiando dinero de bancos sudamericanos. Un personaje del libro critica las prácticas realizadas por "Los Solidarios", como se llamaban los ácratas, no en el sentido de disentir con el acto mismo, sino con el de no alcanzar en ello el máximo provecho posible: Durruti y sus compañeros tomaban sólo la cantidad necesaria y no todo. El aludido, entonces, opta por una opción más "seria", la marxista, que lo llevará, ya en el 36, a pelear en España por la República.

El anarquismo fue un punto nuclear. No se puede hablar de la realidad argentina sin él. Así lo hace Vásquez Rial cuando recuerda la Semana Trágica, las masacres en la Patagonia, el coronel Varela y su ajusticiador alemán, Kurt Wilkens. Falla, sin embargo en no mencionar el fusilamiento de los anarquistas Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, a fines de los veintes. Se los fusiló en privado por ser hombres populares y, aunque se los enterró a escondidas, sus tumbas aparecían todas las mañanas cubiertas de flores rojas, como lo anotara un cronista de la época, amigo de Roberto Arlt.

Retomando el principio, la sociedad argentina emuló a la norteamericana hasta aproximadamente la época en la que termina el libro. Amplia inmigración, extrema riqueza geográfica, productividad, acercaban a las dos naciones. Con el golpe militar del 30 se conmovieron los cimientos nacionales. Una pésima administración y el robo que caracteriza a los gobiernos de uniforme, harían el resto. Y es luego de la Segunda Guerra Mundial, en la que Argentina no rompió con la Alemania nazi (siguió proveyendo de granos y carne al hitlerismo), cuando alcanza el punto extremo del que caerá en pendiente. Las potencias vencedoras nunca perdonarían la ofensa, y el país se envolvió aún más en su individualismo enfermante, en su creencia de ser único.

Dentro del marco histórico de la obra, se entretejen vidas y pasiones de gente común, testigo de los hechos vitales de la nación y enrevesada con sus propios dramas. Cuándo no, el amor, la ambición, la carne, el culo, son los factores que mueven los hilos de esa rueca extraña de la vida, y lo que es importante para nosotros es una minucia para el total, como si la realidad sólo se manejase en las cúpulas de lo abstracto. Nosotros, los transeúntes, valemos en tanto que haya otro imbécil que nos recuerde; después es nada.

Hemos terminado un viaje de cincuenta años por la existencia de seres cotidianos y extraordinarios, a pesar del pesimismo del párrafo anterior; cincuenta años de un país hermoso al que me liga sobre todo mi madre, argentina, y sus ciudades: Córdoba, Buenos Aires, los pueblos escondidos entre bananos, quebracho y caña. Y porque considero primario conocer la historia de nuestras naciones; lo otro sería ignorarnos. La "intromisión" de Güemes, de Castelli, de Belgrano, de Warnes, de Ché, en la realidad altoperuana o boliviana sobran para demostrarlo.

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), 21/07/1996

Imagen: Benito Quinquela Martín/Puente de la Boca, 1946

1 comment:

  1. No sé para cuánto da este espacio, de modo que primero pongo mi mail: vazquezrial@gmail.com , porque me gustaría comentarle algunas cosas en relación con el análisis comparativo que usted propone respecto de la Argentina y los Estados Unidos. En el norte, el individuo, el protagonista de los westerns, precedía al Estado o asumía su representación, haciéndose sheriff si con ello conseguía defender sus propiedades o sus derechos. El Estado iba detrás de él. En la Argentina, el Estado iba adelante, y nadie daba un céntimo por el que intentara hacer valer una ley si no tenía el respaldo del Ejército conquistador. Las estancias se establecieron en tierras ya ganadas al indio, a diferencia de los grandes latifundios de norte, gestados por personas particulares que, después, llamaban al ejército o pedían a la capital un comisario o un juez. La nación norteamericana se consolida en la Guerra Civil, antes que la argentina y con todo el territorio controlado. La nación argentina se fija en 1880, sin haber resuelto el problema de las autonómías provinciales (Lincoln había elegido la nación en contra del derecho de secesión establecido por los padres fundadores). En mi artículo "Darwin en la Argentina" (http://revista.libertaddigital.com/darwin-en-la-argentina-1276237212.html) se ve el país en 1833, muy diferente de los Estados Unidos por lsa mismas fechas.
    En fin, si quiere usted seguir esta conversación, ya tiene mi correo.
    Cordialmente
    Horacio Vázquez-Rial

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