Tuesday, March 13, 2012

Lo inverosímil/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La turba chilla. La turba apesta. Rostros salidos de los cuadros del Bosco, con mejillas inflamadas de coca, con ojos vidriados por alcohol, se manifiestan en las calles de El Alto, aquella que acecha como cóndor la presa de abajo que anhela devorar.

La turba esgrime carteles inenarrables. MUERAN LOS DERECHOS HUMANOS reza uno, o unos, y es de no creer que son los míseros los que lo levantan orgullosos, y ricos también, indiferenciados en color o raza, pero comerciantes cuya inmensa riqueza no puede superar la tara de vivir como cerdos.

Eso luego de la nunca novedosa -por ser costumbre- actividad de linchar, de quemar vivos, de enterrar vivos, de sepultar cabeza abajo, de mil y una patrañas que quieren hacernos creer son innatas, naturales, originarias, válidas, legítimas, legales. El bebedor Fidel Surco supuestamente trata de calmar las huestes, pero en el fondo es lo que quiere, el imperio de la ley vil, de la no ley donde los poderosos lucran y están salvos mientras la chusma que los sostiene se entretiene con sangre. Y me importa un carajo lo que digan los acólitos del crimen, los fantoches que escriben columnas prostituidas. Que me acusen de lo que quieran, que la masa es masa en cualquier lado y los cobardes eso.

Claro, no hay policía para detener el crimen, origen de la protesta. La que hay es para defender al Apu Mallku, igual que defendieron a Barrientos o a Bánzer. Que la revolución y el cambio se los crean los gringos; es muy fácil idolatrar de lejos; otra cosa vivir la incertidumbre de la jauría suelta, donde la única garantía parece ser la devoción al icono. Fascismo puro.

Mientras tanto, el que está arriba viaja con perfumados cocaleros a Viena, a acullicar. A someternos al escarnio del mundo, de vernos a todos en él, y en esto lo de indio, indígena, nativo, originario no tiene nada que ver. Papá Doc, el brujo, igual se consideraba a sí mismo el alma de la negritud. El fascismo suele acusar de todo a la disidencia y sollozar acerca de la incomprensión de los racistas, la derecha, los imperiales, los coloniales. O utilizar la prensa infame, la que recibe dividendos, o una palmada cariñosa en el culo, para vocear sus falsos lamentos.

Y el mundo, bien gracias. Como en Siria, porque lo que prima son los intereses, no los regímenes, los genocidios, la delincuencia estatal. Como para creer en algo, ahora que hemos dejado de creer en nosotros. MUERAN LOS DERECHOS HUMANOS. ¿Hasta dónde tenemos que llegar? Que la historia de culpar a la explotación, la conquista, tiene bases sustantivas, pero que la culpa de un pueblo de ser lo que es viene a ser suya propia, de las generaciones de patrones imbéciles que denigraron a tanta raza, subdesarrollándonos encima de lo que ya hacían otros, del lloriqueo continuo de los explotados, porque somos así por los quinientos años de chicote… ¿Y cómo quieren los descolonizadores extirpar esa tradición esclavista? Con más chicote, con nuevos patrones, peores porque se mimetizan.

Veamos ahora en la Austria de Klimt el show del acullico. Espectáculo que no se diferencia del carnaval tribal de Idi Amin y de Bokassa, del sombrío y calculado mundo de los Duvalier, del inventado súper erotismo de Leónidas Trujillo.

Que marchen, que marchen para abolir los derechos humanos. Eso no es racismo, clasismo, sexismo, crimen, bestialización. Es el proceso de cambio.
11/03/12

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 13/03/2012

Imagen: Marcha en El Alto en favor de la pena de muerte 

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