Monday, May 21, 2012

El Diario secreto de Claudio Ferrufino


    SANDRO VELARDE

    “Si te fijas en la selva tienes a especies que matan a otras. La nuestra está matando a las demás, incluida la selva, pero la llamamos “industria”, no asesinato”.
    Mickey Knok (Tarantino)


    En la película Asesinos por naturaleza, dirigida por Oliver Stone, con guión de Quentin Tarantino, el periodista de crónica roja Wayne Gale (Robert Downey Jr.), director del programa Maniáticos Americanos, pregunta a Mickey Knok (Woody Harrelson): ¿tiene algún remordimiento de haber matado tanta gente?
     
    El asesino nato le responde: “todos tenemos un demonio interior, el demonio vive dentro. Se alimenta de tu odio. Corta, mata, viola' usa tus debilidades, tus miedos, pienso que todos tienen algo en su pasado, algún pecado, alguna cosa horrible, secreta. Mucha de la gente que ves caminando, ya está muerta. Sólo necesitan que alguien termine con su miseria. Ahí es donde entro yo”.

    De la misma forma el personaje desquiciado de Diario secreto (Premio Nacional de Novela 2011), de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, deja entreverar su mundo, mezcla de migrante y sicótico subdesarrollado, que recicla en varias voces su naturaleza oscura y perturbada; un mundo narrado en lenguaje tortuoso entrecortado, frío.

    Desde muy pequeño, el protagonista va reforzando esa inclinación abyecta, soterrada, inconforme con la vida “normal” de los hombres de “bien”; convencionalidades que el mundo y los valores que la sociedad ha impuesto como requisito al paraíso eterno y puro.

    Macabro como un fantasma sin nombre, sin identidad, este espectro se resiste a no ser otra cosa que lo que su hábitat le ha deparado; un depredador misógino y racista que lleva una vida de crueldad.

    Afina con la descripción que hacen los psiquiatras de los psicópatas. Ferrufino nos introduce en la vida de un frenético que se satisface con el dolor, se solaza con sus víctimas en las que proyecta sus más grandes perversiones y degeneraciones, que incluye el disfrute de los olores repugnantes que emanan de los cuerpos de sus víctimas. “El olor del sexo se eleva por encima de las frituras en alguna cocina del conventillo”.

    Se deleita desde muy temprana edad con el vértigo de la crueldad y el racismo, mezcla de placer y poder. “En el clan se incluyó al hijo de la sirvienta que, por razones jerárquicas, ocupó el puesto de su vida real: al fondo”.

    Destripador “exquisito” de ratones, tritura sus cráneos con un combo de herrero dentro de una bolsa nailon para evitar mancharse de sangre la ropa, sintiéndose eminente frente a los más desvalidos, “la pobreza es cabrona y sin gusto”.

    Su madre le socapa todo, al igual que en la historia del “zambo salvito”, aunque las mordidas no le propina a su progenitora, sino a sus amantes. Ella lo declara inmortal, le marca el hombro izquierdo con un punto, como en las epopeyas de Sigfrido, cuando el príncipe se baña en la sangre del dragón y una hoja marca la vulnerabilidad en los Nibelungos; de esta forma, el maniático asume una condición inmortal que sólo los desquiciados creen poseer.

    La madre se niega a creer las perversiones y el desequilibrio de su vástago cuando dice: “se refugió en mí, que garanticé, además, su inocencia, su falta de culpabilidad” (') “Me horrorizaba, pero igual lo tomaba en mis brazos y lo arrullaba”.

    El personaje de la madre se convierte en el único ser que venera y respeta el enajenado, ya que ella, al igual que él, vive un mundo soterrado, sin llegar a percibir racionalmente un mutuo y presente desequilibrio madre-hijo.

    Sin embargo, dentro de la esquizofrenia del personaje, Ferrufino alterna la prosa directa y corta, con elucubraciones delirantes, convirtiendo el relato, a momentos, en una sinfonía del terror, de terror poético.

    “Pensé que si le metía el pulgar derecho, de uña larga, en el cuello, la podría matar. Con tanta fuerza, que al romper la piel y la carne, un chorro de sangre bañaría las paredes. Escarbar, escarbar con los dedos el cuerpo ya inerte. Estirar por el hueco lo que se podía sacar de adentro, músculos, venas, rastrojos de piel y más. Decorar aquel cuarto de amor toda la noche y escabullirme al amanecer”.

    En sus 42 capítulos cortos, como reseñas de un itinerario de vida bestial, Diario secreto entrelaza historias, complementa relatos y entrega pistas que permiten acercarnos al delirante universo mental de su personaje.

    Alternado con voces de sus más allegados familiares y amigos (de su subconsciente quizá), el autor resume el “diario secreto” de su protagonista, el diario íntimo, macabro de un “no-ser” que trata de comprobar y demostrarse a sí mismo, desde su obnubilada inteligencia y soberbia ególatra de saberse científico, empírico de facto.

    Percibe a sus “conejillos de indias” simples mortales dando cuenta del misterio de la vida y de la muerte. “En mis estudios sobre biología aprendí mucho sobre la vida en el planeta. La cercanía de la muerte es donde aflora en su esplendor. Deduje, entonces, que la única forma de hallar conocimiento del proceso de vivir radicaba en la contemplación del perecer”.

    Ávido lector y refinado en sus gustos por la literatura, loco intelectual que admira a Paul Valéry, ensañándose con el poeta chileno el “pajero Neruda”, según sus propias palabras, o con Paolo (con o) Coelho y su Guerreiro da Luz, y de paso homenajea, quizá, al desaparecido escritor paceño Víctor Hugo Viscarra, cuando recrea en su mente Las sin cuenta mil perversiones de don Guido, mientras se faja a una de sus víctimas.

    Pero más allá de reflejar “el otro yo” de la humanidad, Ferrufino nos interpela con una buena lectura, dura, fea por la temática pero contagiosa y llevadera por la forma en que nos atrapa. Diario secreto es una excelente novela que trastoca las temáticas tradicionales de la literatura boliviana.
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    Publicado en IDEAS (Página Siete/La Paz), 20/05/2012 

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